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ALGUNA VEZ HUBO PECES DE AGUA DULCE EN EL ESTERO PENCO

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El río avanzando hacia su desembocadura entre dos tajamares.
Sí, el río tenía un comportamiento distinto. No era como lo vemos hoy, en que está extendido a todo lo ancho, de muro a muro. Entonces estaba canalizado por el centro, hecho que dejaba dos bandas de pasto por ambos costados. Esta curiosa característica permitía caminar por los costados y a su vez hacía más profundo el curso de agua. No era extraño, por tanto, ver a niños corretear por el pasto o permanecer sentados por allí con una caña intentando capturar algún pez. Había peces de agua dulce en el estero. Los improvisados pescadores empleaban corchos para mantener sus carnadas y anzuelos en condiciones de lograr picadas. No era extraño que los más expertos tuvieran a su lado el resultado de su paciencia: varios pececitos pequeños capturados, relucientes al sol. Cuando uno contaba estas cosas, los más irónicos preguntaban que cuántos zapatos rotos o tarros vacíos de conserva habrían agarrado los pescadores amateurs, evocando los chistes de Condorito.
Aspecto del río en verano, extendido de lado a lado.

Cuando hoy en día miro el río desde los puentes, compruebo que la imagen descrita más arriba no existe, el cauce avanza hacia el mar lentamente entre malezas y vegetales ocupando todo el lecho, sin dejar la opción de corretear por sus costados. Y da la impresión que ese comportamiento no se debe a que haya aumentado el volumen de agua que pasa por allí, sino a que el antiguo concepto de río acanalado dentro del espacio de los tajamares cambió o se modificó. Igual, tengo entendido que la autoridad tienen contemplado aplicar mejoras sustanciales al estero para recuperar su aspecto y darle más relevancia, no en vano es parte de la historia de Penco. Baste recordar que era el límite norte de la ciudad colonial, que fue un lugar apropiado para lavar ropa y que marcó una división imaginaria de Penco en dos sectores: un área de la ex Refinería de azúcar y la otra de Fanaloza.


 

CON CARBÓN VEGETAL COMBATÍAMOS EN PENCO LOS FRÍOS DE AGOSTO

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El boquerón de una hornilla para fabricar carbón vegetal, hecha en el corte de un cerro.
Imagen captada cerca de Primer Agua.
Aquellos inviernos eran bravos en Penco (y deben seguir siéndolo hoy). El mes de agosto tenía el ingrediente de sus sorpresivos aguaceros (hoy les llaman chubascos) e inclementes granizadas. La temperatura bajo cero convertía en escarcha las pozas formadas por la lluvia anterior. Había que esperar el debilucho sol del mediodía para recuperar a medias el calor corporal. La piel del dorso de las manos se resquebrajaba hasta sangrar y los sabañones se instalaban en los lóbulos de las orejas. Tales eran los azotes secundarios del intenso frío pencón. Para combatirlo había que comprar carbón, combustible escaso para alimentar los braceros. El carbón lo producían campesinos en los cerros de los alrededores. Las carretas de bueyes cargadas de sacos llenos bajaban por el camino de Villarrica, cuando podían. Ello porque las lluvias removían la tierra roja arcillosa de la calzada desprovista de estabilizado y se formaban barriales infranqueables para esas carretas. Muchas se quedaban pegadas en el fango con los bueyes enterrados hasta la panza. Por eso algunos carreteros audaces tomaban atajos y se salían de la ruta cruzando montes para sortear las zonas en mal estado y poder continuar viaje a la ciudad. La avidez por comprar era de tal magnitud en Penco que algunos especuladores iban a pie camino arriba para adquirir la carga completa y después lucrar vendiendo al menudeo. Cuántas dueñas de casa iban también más allá de Lomarjú a ver la posibilidad de comprar un saco y después cargarlo al hombro o a sobre la cabeza para llevarlo al hogar. El carbón tenía la virtud de formar brazas y luego de encendido en el exterior se podía trasladar a las habitaciones. La mayoría de la gente desconocía los riegos del gas monóxido de carbono, que es venenoso y hasta mortal. Pero, el frío era más fuerte. La leña, que por necesidad se usaba como sustituto del carbón, tenía el inconveniente de echar demasiado humo. Por lo que había que hacer la fogata afuera, esperar a que se formaran brazas, escogerlas y luego llevarlas al interior.

Sólo así, después de lidiar con todos estos inconvenientes, se podía capear en parte esa sensación de impotencia que genera la ausencia de calor. El inconveniente para las mujeres era que aquellas que permanecían mucho rato cerca del fuego les aparecían manchas rojas en las piernas, que el común de la gente llamaba “cabrillas”; muchas iban por la calle con sus medias luciendo sin querer aquellas manchitas rojizas. Era el costo colateral del frío en Penco. Sin embargo, la gracia de agosto era que la primavera estaba más cerca…     

UN DISIMULADO REVÓLVER BAJO LAS CHAQUETAS DE PENCONES DE 1950

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Escena de la película "Gunsmoke", tomada de internet.
Hubo un tiempo en que los hombres jóvenes en Penco anduvieron armados. ¿Por qué motivo? Seguramente porque lo veían en las películas. Y llevaban armas de verdad, mayormente revólveres. Ellos llamaban a esos elementos “el fierro”. Y en reuniones de amigos sacaban su revólver y lo mostraban, y exhibían con orgullo su marca, su brillo, su peso, la madera de la empuñadura, la nuez, el percutor, el gatillo, la cartuchera de cuero, etc. Llevaban sus armas en los bolsillos interiores de sus chaquetas. Era difícil comprender como un artefacto tan pesado podía pasar inadvertido puesto que deformaba la caída normal de la chaqueta. Igualmente los jóvenes pistoleros a su modo atenuaban ese efecto, hacían ajustes a los forros de sus vestones que permitieran ocultar el revólver junto al pecho, como si hubiera sido una billetera o una cajetilla de cigarrillos. Sin embargo, a ninguno de ellos se le ocurrió usar esos terciados que llevaban los miembros de la policía de civil en las películas de Hollywood. Nunca se oyó decir de baleos o de intercambio de disparos entre amigos en Penco, salvo un episodio aislado de un hombre mal de la cabeza quien luego de atacar a una persona sin éxito atentó contra su vida.

Parecía que portar un arma de fuego daba estatus, aunque quien la llevara no tuviera la intención de exhibirla. Bastaba con que se supiera por el rumor de boca en boca. Y era curioso, porque la gente que vi armada resultaba ser la de comportamiento más humilde o de bajo perfil que de aquellos que buscaban hacerse notar.

Un poco más exhibicionistas eran los pencones de las zonas rurales. Los que tenían armas, las llevaban al cinto, que se vieran, pero un poquito. Confiaban en el efecto disuasivo de un revólver, ésa era la idea. Cualquier malintencionado tendría que pensarlo dos veces antes de intentar agredir a un huaso armado en los apartados rincones de Primer Agua o Los Barones. Algunas mujeres de esos campos también llevaban un “fierro” como que no quería la cosa.

En los años cincuenta sólo vi hombres armados al estilo del western norteamericano, en la provincia de Osorno. Allí iban montados, con cartucheras y cananas al descubierto. Incluso presencié, sin querer, un duelo a balazos que terminó con un testigo herido. Pero, ese tipo de situaciones de demostración de velocidad para desenvainar y disparar contra un rival también armado, nunca lo vi Penco.

TRES MUJERES EJEMPLARES DE PENCO BAJO EL TECHO DEL DOCTOR SUÁREZ

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La antigua casa del doctor Suárez y la señora Inés Braun, en la calle Penco N° 260.
Antes de tocar el timbre en la casa del doctor Suárez –en ese tiempo- había que pensarlo dos veces. Se venía encima una conjetura: ¿Y si abre Clara? Te podía llegar un reto en el acto. Incluso antes de intentar explicar la razón de haber llamado a la puerta. Ya explicaré el porqué. Pero, si en vez de Clara aparecía Flora, cero problemas. Olga, en cambio, rara vez dejaba su máquina de coser para ir a ver quién venía y a qué. Pero, había que cumplir la misión. No quedaba más remedio que tocar el timbre… y esto fue lo que ocurrió:

CLARA asomó en la puerta indignada porque el timbre se había quedado pegado y el niño que esperaba en la entrada, asustado por la expresión de desagrado de la mujer, no lograba entender por qué al pulsar el botón la chicharra se quedara metiendo sin parar ese tremendo boche. Clara manipuló el interruptor y el ruido dentro de la casa cesó de inmediato. Entonces se dio vuelta y miró al niño directo a los ojos y con voz golpeada le dijo: “¡Qué quieres!” Ella no estaba enojada, era su carácter duro por fuera. Pero, para sus adentros, ocultaba un corazón tierno. Clara Vergara era activa, rápida, hacendosa y temida (por los niños). Puro respeto.
Clara Vergara, quien trabajó en la casa del doctor Suárez por muchos años. En la foto --Clarita ya de avanzada edad-- aparece en el auto de la familia luego de un paseo con los Suárez Braun al salto del Laja.

FLORA había desarrollado una maestría para hacer dulces. Inigualables eran los picarones que ella cocinaba con dedicación y particulares toques personales. Aquellos buñuelos inmersos en almíbar eran la debilidad del doctor. Su habilidad innata para la repostería la había complementado con la enseñanza muy cercana de la dueña de casa: Doña Inés Braun. Flora Hidalgo hablaba poco, a diferencia de Clara, tenía un carácter suave, aunque no por eso menos personalidad. Usaba un moño en la nuca y su pelo negro entreverado de canas le daba el aspecto de una mujer madura y simple. Tanto Flora como Clara eran querendonas con los niños, pero cada una a su manera.

OLGA era la más joven de la tres. Tenía una sonrisa afable y su personalidad quieta la reflejaba como una mujer frágil y algo tímida. Siempre estuvo dedicada a lo suyo: las costuras. Desde niña le gustó la moda y estudió en Penco para ser modista. Eran los años en que ese oficio tenía mucha demanda, al igual que los sastres ya que no había irrumpido aún la tendencia del pret-a-porte esa ropa que se vende en tiendas lista para vestir. Su dedicación y meticulosidad por la costura le significó un espacio importante en la casa del doctor. Esos menesteres allí no faltaban. Qué mejor para Olga Velásquez estar cerca de Flora, su tía y de Clara, una conocida de años.

Clara, Flora y Olga conformaron una trilogía de personajes, que por su trabajo, abnegación, lealtad, cariño y solidaridad se ganaron el reconocimiento de mucha gente en Penco, en particular de los dueños de casa ahí en calle Penco 260 y de quienes visitábamos la residencia de los Suárez Braun. Importante es destacar que las tres mujeres estaban integradas a esa familia pencona. El cariño y la estimación eran recíprocos.
La señorita Flora a la izquierda de la foto, Donato Suárez Braun, la señora Inés Braun y el doctor Emilio Suárez.

Clara Vergara venía de una familia pencona y era la mayor de la mencionada trilogía. En ausencia de doña Inés Braun, ella asumía el liderazgo y como para esa función la autoridad no le faltaba, la cumplía a cabalidad. Frente a los niños era una mujer “mandona”, rayaba la cancha e imponía las reglas y ¡ay! de quien las trasgrediera. Su presencia era vital para imponer orden en un lugar tan atractivo para muchos niños como los jardines interiores de la casa. Ella, muchas veces, cumplía el rol de una segunda mamá. Firme también era Flora, pero cumplía su papel con bajo perfil. Se concentraba en su devoción por preparar ricos platos y postres siguiendo las instrucciones de doña Inés. Flora había nacido en Santa Juana y, con el fin de buscar nuevos horizontes, emigró a Penco. Llegar a esta ciudad a ella le significó cruzar el río Biobío en bote hasta Talcamávida, porque el puente estaba en Concepción y el camino hacia esa ciudad no era apto; la gente de Santa Juana tenía mejor acceso hacia Coronel, cruzando los cerros. Pues bien, en Talcamávida tomó el tren para Concepción y de ahí a Penco en el mismo medio. Flora –o mejor dicho la señorita Flora-- se vino a vivir con sus parientes, la familia Velásquez, a la que pertenecía Olga. En Penco halló trabajo en el Club Social, un restaurant renombrado de los tiempos anteriores al terreno de 1939. Allí profundizó sus conocimientos de cocina junto a la maestra del rubro, una señora de apellido Canales. Después encontró trabajo para el servicio doméstico en la casa de los Suárez Braun, donde fue muy bien acogida. Pasaron los años y ella llegó a ser considerada como decíamos, una integrante más de esa familia igual que Clara y Olga. Porque así era el trato que el doctor Emilio Suárez y doña Inés daban a la gente que trabaja en su casa.

Inolvidables para Donato y Manuel, hijos del matrimonio, fueron los cuentos que Olga les leía junto a la cama en aquellos frías noches de invierno en especial cuando algunos de ellos caía resfriado. La lectura de la Cabaña del Tío Tom era tan vívida en el relato de Olguita que a los niños la emoción los embargaba mucho más que ver una película.
La señora Inés quien brindara
respeto y cariño tanto a
Olguita, Clarita y la
señorita Flora en el
seno de su familia.

La personalidad de la señorita Flora, siempre parsimoniosa, tenía un límite. En una de las frecuentes reuniones sociales en casa del doctor hubo más concurrentes que las personas invitadas. Un grupo de conocidos de la casa llegó de sorpresa. Entre estos últimos había un par de niños. Esta inesperada situación tensionó los ánimos en la cocina donde había que resolver rápido. En la emergencia los niños fueron ubicados en una mesa exterior. En el comedor principal se encontraban los dueños de casa e invitados importantes más los recién llegados. Uno de esos niños, con una buena dosis de falta de respeto, actuó de mala manera en presencia de la señorita Flora: metió un dedo en el bol del postre para probarlo. Había terminado de hacerlo cuando Flora le dio con el cucharón en la cabeza para castigar su mala educación. El afectado comenzó a llorar, pero mejor se contuvo. El incidente no llegó a los oídos del doctor ni de los padres del afectado. A partir de ese momento el pequeño intruso miró con más respeto a la señorita Flora.

Las historias de estas tres mujeres ejemplares, cuyas vidas no figuran en la literatura local, son muchas y de lo más entretenidas. Ahora cuando sucesivamente se fueron y ya no están con nosotros, merecen este recuerdo y este reconocimiento por su extrema bondad, lealtad y amor por los niños de entonces, incluidos tanto los hijos de los dueños de casa, como por aquellos que llegábamos tímidamente de visita. Demás está recordar que en la puerta cruzábamos los dedos para que el timbre no se quedara pegado e importunar una vez más a Clarita.   
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Nota de la editorial: la información y las anécdotas protagonizadas por estas tres mujeres así como las fotografías que acompañan este texto fueron proporcionadas por Manuel Suárez Braun y por Cristina Suárez Ferrada.

LOS POLIZONES DE PENCO TAMBIÉN ARRIESGARON SUS VIDAS

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El tren de aterrizaje, donde se esconden los polizones aéreos.
Saber que alguien se metía en el tren de aterrizaje de un avión para un viaje gratis era algo frecuente en el siglo XX. Aunque otras tantas, ir allí era una acción desesperada para huir de un país bajo régimen dictatorial. Entre 1940 y hoy en día, son 74 los casos registrados. De ellos sólo el 19 por ciento logró el objetivo, esto es salir vivo de tal experiencia. El resto de los polizones aéreos moría congelado por el frío de las alturas. El presente relato, sin embargo, se refiere a un equivalente pálidamente parecido y que se observó muchas veces en Penco.
A diferencia de los evasores actuales de pasajes en el Transantiago, quienes sin inmutarse no pagan para ser transportados a sus destinos, esto es viajan gratis; en los tiempos de la Empresa de Transportes Colectivos del Estado, ETC del E, los polizones viajaban fuera de la cabina del bus y ésa era una diferencia clave con los que evaden ahora. ¿Cómo así? El método era simple, pero peligroso. Muchachos, faltos de educación básica, muchas veces, iban y venían de Penco a Concepción y vice-versa  usando esta modalidad de no pagar el pasaje. Sin duda, que esos viajes no tenían otro motivo que demostrarse ellos mismos de ser tipos osados, intrépidos.
La parte posterior de un bus de ETC del E, donde viajaban los polizones de antaño. (Foto Internet).
Ocurría que los buses italianos de marca Fiat y los españoles Barreiros y Pegaso, de la flota de ETC del E, tenían sus motores atrás. Por tanto, los radiadores iban casi al alcance de la mano, salvo una rejilla para evitar accidentes. Y abajo estaba la saliente del parachoques trasero. Pues bien, los polizones usaban este último como escalón y se agarraban de la rejilla. Si se aseguraban bien con sus manos podían viajar colgando, sin que el conductor del bus pudiera advertirlo porque quedaban fuera del ángulo de los espejos. De modo que los vehículos que circulaban detrás del Pegaso veían el espectáculo de un muchacho agazapado y aferrándose a la rejilla del radiador. El riesgo del polizón era caerse al pavimento en plena marcha y el temor de los conductores que venían a la zaga era evitar atropellarlo. O sea, una preocupación.
El clásico bus Fiat de la flota de la ETC del E. (Foto obtenida de Internet).

Bueno, esto de viajar afuera del bus ocurrió muchas veces hasta que los polizones se dieron cuenta que era mejor pagar el valor del pasaje o porque a los buses les retiraron la rejilla de donde asirse o, porque en condiciones de mal tiempo, un viaje allí significaba terminar mojado y embarrado. En todo caso esos viajeros de pavo estaban dispuestos correr un riesgo personal. Ellos no ingresaban cara dura por cualquier puerta al bus para viajar gratis. No, se la jugaban y creo que a lo mejor yendo ahí se divertían y afianzaban su autoestima. Viajar así, arriesgando la vida no lo hacía cualquiera.

LA GALERÍA ADELANTE DABA SEGURIDAD A LOS CONSPICUOS OCUPANTES DE LA PLATEA EN LOS TEATROS DE PENCO Y LIRQUÉN

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El ex teatro de la Refinería de azúcar muestra en primer plano la platea, el muro de separación y el espacio reservado al "estado llano" más cerca de la pantalla.
En otros post hemos hablado de los teatros que tuvo Penco en el siglo XX, entre ellos el de Fanaloza, una maravillosa obra tristemente destruida por el terremoto del 39; el de la Refinería que se vino abajo con el terremoto del 2010; pero se nos había quedado uno afuera: el teatro de Lirquén, de la ex Compañía Carbonífera, que estaba situado en el recinto mina, muy cerca de la entrada principal a las galerías subterráneas, un poco al sur del acceso del muelle antiguo, un área cubierta hoy de contenedores y espacios techados del terminal portuario. El teatro de la mina fue la gran entretención de la gente de Lirquén y uno de los pocos pasatiempos de que podían disfrutar los mineros del carbón.
Sin embargo, no basta con enumerar los teatros clásicos que tuvo la comuna en esos años, sino destacar una curiosidad sociológica: dividían su espacio del auditorio en dos estamentos sociales: la primera y la segunda clase que entonces llamaban la platea y la galería –o la galucha--. Incluso para comprar los boletos para acceder a cada uno de estos espacios había ventanillas distintas. Si uno se ponía en la fila equivocada lo podían mandar retobado a la otra ventanilla y a hacer la cola de nuevo…
Hoy es difícil comprender esto, puesto que en el presente ir al cine significa tomar o reservar el número que mejor acomode al espectador. Pues bien, respecto del pasado, siempre me intrigó por qué en la sección de la sala más próxima a la pantalla (el telón, le decían) se ubicaba la galería y por qué en la parte posterior, separada por un muro de mediana altura, se desplegaba la platea (la primera clase) en un piso  más elevado, cuando debió ser a la inversa. A este respecto oí numerosos argumentos, uno de ellos que desde la primera y segunda fila de la galucha, las imágenes se veían muy encima y también distorsionadas o que si te tocaba el asiento de los extremos derecho o izquierdo terminabas con tortícolis. En fin, hasta que llegó a mis oídos una explicación con más sentido: En esos años, la gente que pagaba más barato acostumbraba ingresar con alimentos para consumir durante la función, no eran cabritas, sino castañas y piñones cocidos que vendían en canastos a la entrada del cine. También llevaban sándwiches, pan o fruta, mayormente manzanas, plátanos; y los más ingeniosos entraban con nalcas y un paquete de sal. Así que durante la función, la gente de la galucha comía, fumaba y echaba las tallas.
Además no existían recipientes para basura en las salas ni la gente estaba muy cultivada para guardar los desperdicios y llevarlos afuera para arrojarlos en lugares convenientes. Simplemente botaban los desperdicios en el suelo. Así al término de cada función los pasillos quedaban sembrados de cáscaras de frutas, papeles de envoltorios, corontas, etc. Esto explica, me dijeron, la distribución de la galería y la platea. Si esta última hubiera estado adelante y la galería atrás, se temía que los consumidores menos respetuosos lanzaran los restos de frutas sobre las cabezas de quienes habían pagado más y que se comportaban como personas de nivel sociocultural más alto… “tú entiendes, pues”, me dijo la persona que me contó esto con un claro acento cuico y pencón.  

LA FAMILIA LOCERA TUVO SU GRAN NOCHE EN EL GIMNASIO DEL SINDICATO FANALOZA DE PENCO

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Portada del video, con un resumen de la historia de Fanaloza, estrenado en el gimnasio del sindicato industrial pencón.
Unas 180 personas –mayormente pertenecientes a la “familia locera”-- asistieron al acto de lanzamiento del libro “Las Piezas del Olvido”, del historiador Boris Márquez y del estreno del documental “La Loza Blanca de Penco”, del periodista Nelson Palma, evento realizado en el Hogar Sindicato Industrial Fanaloza el pasado miércoles 31 de agosto de 2016 en la ciudad de Penco. El encuentro cultural fue organizado por la Municipalidad local con el patrocinio de la Sociedad de Historia de Penco, SHP, y el apoyo del Sindicato Industrial Fanaloza.
Un aspecto de la concurrida reunión en el gimnasio.



Nelson Palma, director del documental, y Boris Másquez, autor del libro Las Piezas del Olvido.
El alcalde Víctor Hugo Figueroa dijo en su discurso que no era casualidad que dos productos culturales: un libro y un video salieran casi simultáneamente a la luz pública, porque desde hace un tiempo en la comunidad local se registran inquietudes relacionadas con el ámbito cultural, hecho que es un síntoma alentador y que hay que motivar. A su vez Boris Márquez resaltó el arte que incorporó Fanaloza en su línea de producción de piezas de ornamentación con la porcelana bone-china, toda una novedad en la manufactura cerámica moderna. Nelson Palma, director del video exhibido, destacó el sentimiento de orgullo pencón detrás de la presencia de tantas familias loceras en el acto. Finalmente Jaime Robles, presidente de la SHP, dijo que el evento podría ser un punto de inflexión aspiracional para lograr nuevas metas dentro del quehacer de la Sociedad de Historia.

La ocasión fue una encrucijada de emociones, de encuentro de viejos amigos, de compartir recuerdos, de estrecharse las manos, de fundirse en abrazos. Los loceros son dueños de una larga historia común de amistades y camaradería, que esa noche se hizo aún más patente con la presentación de ambas producciones culturales. Al término del evento, el municipio y la SHP hicieron entregas de reconocimientos consistentes en un ejemplar del libro de Boris Márquez a antiguos ex trabajadores de la empresa, entre ellos Chenko Muñoz, Pedro Avendaño, el profesor Rosauro Montero y muchos más.

La nota en video está en:
penco tv - youtube.com
El alcalde de Penco Víctor Hugo Figueroa en su discurso de bienvenida a la familia locera.

Parte del público que concurrió al evento.

Chenko Muñoz, uno de los galardonados, junto a Juana, su esposa.

La concejala María Verónica Roa Durán, entrega, un libro a un ex trabajador locero.

Boris Márquez, el alcalde Víctor Hugo Figueroa, Nelson Palma y Jaime Robles, pdte. de la Sociedad de Historia de Penco.


Gísela de Penco, en una magnífica presentación, al cierre del evento.

Manuel Suárez, tesorero de la SHP, junto a Pedro Avendaño "Peyo Chúcaro".

Otro aspecto de la concurrida noche de la familia locera, en Penco.

PENCO CONSTERNADO POR EL FALLECIMIENTO DEL RECTOR DEL LICEO

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Profesor Samuel Acuña, rector del Liceo de Penco.
A sólo minutos de haberse iniciado en Penco la investigación científica para la ubicación de construcciones coloniales por parte de tres especialistas de la Universidad Nacional Autónoma de México, se divulgó la lamentable noticia de la muerte de Samuel del Carmen Acuña Reyes, distinguido y querido profesor y rector del Liceo Pencopolitano. El hecho causó de inmediato profunda consternación desde la máxima autoridad local a toda la ciudadanía. Porque el señor Acuña no sólo fue el rector, sino un vecino estrechamente vinculado a importantes roles comunitarios. Era el presidente de la junta de vecinos “Roberto Rossi Gamonal” del barrio Membrillar; se desempeñaba como secretario de la Sociedad de Historia de Penco; y pertenecía a la pastoral de la parroquia pencona. Proveniente de Traiguén se había involucrado con tanto interés por los quehaceres locales que era un pencón de dedicación a tiempo completo. Tan pronto se supo de su repentina muerte, el alcalde Víctor Hugo Figueroa, quien se hallaba en ese momento trabajando con los especialistas mexicanos en la prospección de calle Chacabuco, de acuerdo con el programa de investigaciones arqueológicas, inició acciones para ponerse en contacto con la familia del docente fallecido. 
El profesor, de 63 años,  era casado con Berlenda Cruz. El matrimonio tenía dos hijos Ariana y Felipe. 
En su juventud, el señor Acuña se trasladó de  Traiguén a Temuco. En el Colegio Francés de esa ciudad estudió toda la enseñanza media, de allí se ingresó a la Universidad de la Frontera para seguir la carrera de pedagogía en biología y química.
Integrantes de las organizaciones a las que perteneció Samuel Acuña estaban impactados al conocer lo sucedido, recordaron su personalidad amable y su actitud trabajadora. Fue un gran colaborador en proyectos sociales y de educación; sin embargo, era una persona que prefirió cultivar siempre un bajo perfil. “Su inesperada partida constituye una pérdida enorme, Samuel fue un importante apoyo en la gestión de nuestra organización desde sus inicios”, dijo Jaime Robles, presidente de la Sociedad de Historia de Penco.
"Fue un profesional competente y capaz, estudioso, fue ascendiendo en el liceo desde jefe técnico, subdirector y director. Hizo su carrera de toda una vida en Penco. Él hablaba siempre de la familia pencopolitana, estaba plenamente integrado a nuestra ciudad", recuerda la profesora Lorena Fuentealba. "Él era mi jefe en la Junta de Vecinos n° 5 porque era el presidente y yo el secretario", nos dijo don René Martínez. "Lamento profundamente su partida, yo había estado apenas unos días antes con él hablando asuntos de la Junta", nos agregó el entrevistado.
Su velatorio se realizará en la parroquia Nuestra Señora del Carmen, que fuera su casa espiritual. Los funerales se efectuarán mañana en el cementerio Parque del Sendero, camino a Concepción, después de una misa en su memoria que se oficiará a las 15:00 horas.

EXPERTOS MEXICANOS EN RASTREO ARQUEOLÓGICO QUE INVESTIGAN EN PENCO DESCUBRIERON LA CIUDAD DE MARÍA MAGDALENA EN ISRAEL

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El profesor mexicano Luis Barba y el alcalde Víctor Hugo Figueroa en calle Chacabuco, una zona donde se espera hallar restos del antiguo monasterio Jesuita en Penco.
El equipo de especialistas mexicanos que realiza un mapeo del subsuelo de algunas área de Penco, con el fin de ubicar restos de edificaciones de tiempos de la colonia, tales como el convento de los Jesuitas; el templo de los Franciscanos y el Palacio del Gobernador, tiene una vasta y reconocida experiencia internacional en tareas similares en distintos lugares del mundo. El más relevante de estos trabajos fue haber contribuido a la ubicación de Magdala, la ciudad natal de María Magdalena, junto al mar de Galilea en Israel.
Magdala la ciudad israelí descubierta con los trabajos del equipo que investiga en Penco.
La zona de Magdala junto al mar de Galilea, muy parecido a la bahía de Concepción, según dijeron los expertos mexicanos.
El jefe del equipo de la Universidad Nacional Autónoma de México, el profesor Luis Barba Pingarrón, que encabeza los rastreos arqueológicos y antropológicos en Penco junto al doctor en arqueología Agustín Ortiz; y al experto Jorge Blancas, a punto de obtener este último su doctorado en geofísica,  en conversación con nuestro blog, narró su experiencia en la búsqueda del pueblo bíblico de Magdala al que perteneció María Magdalena:
“Todo comenzó porque a la orilla del Mar de Galilea construyeron un albergue para peregrinos; empezaron las máquinas a mover el terreno y de repente aparecieron restos de una estructura y cuando la descubrieron era una sinagoga, esto significaba que había un pueblo judío; los pueblos judíos en esa zona funcionaron en época de Cristo. En el año 69, los romanos arrasaron con esto por la revuelta judía por lo que el pueblo que se llamó Magdala no había aparecido en el registro arqueológico. Y nos invitaron a colaborar con ese proyecto para investigar porque eran 30 mil metros cuadrados de terreno que había que estudiar. Pues bien, llevamos nuestros equipos con muchos problemas en Israel, las aduanas son terribles, hubo que explicar, sacar permisos, una barbaridad… El tema fue que empezamos el trabajo en el verano del 2010 y duró dos semanas en la primera etapa, al siguiente verano estuvimos otras dos semanas, en general cubrimos 20 mil metros cuadrados. El trabajo fue muy pesado porque son como 40 grados de temperatura en el verano de Israel. Primero gracias a un estudio magnético, luego una verificación eléctrica y luego un estudio de detalle con el radar empezaron a aparecer los muros de pequeñas construcciones que al final acabaron siendo el pueblo judío. Y unos meses después empezaron las excavaciones y empezaron a aparecer los muros que eran de piedra y salieron piezas, almacenes, cuartos con baños rituales que eran alimentados con agua de manantial. Ya se integró la sinagoga con un mercado. Es todo un sistema de vida de los pueblos en ese momento. Al estar a la orilla del mar de Galilea había un muelle.  Hay una panadería, hay almacenes. Y tuvimos la ocasión de regresar un par de años después y tomar muestras de la tierra, del mortero de unión de las piedras de los pisos. Y de esas muestras hicimos análisis químicos y esos análisis nos revelaron más o menos qué tipo de actividades estaban realizando y, pues, hubo mucha información muy interesante que en combinación con los materiales arqueológicos recuperados estamos tratando de interpretar la forma de vida de esas personas en ese lugar”.
LA CONVERSIÓN DE MARÍA MAGDALENA. Llevada al  Templo por su hermana Marta, María Magdalena aparece aquí de rodillas,  entregada al oír la prédica de Jesús. Entonces, ella abandona su vida de pecado por una piadosa. Las joyas cayendo por su cuello predicen su renuncia a los bienes mundanos. Óleo sobre tema, Paolo Veronese (cerca de 1548), National Gallery, Londres.
MARÍA MAGDALENA con su túnica de plata reluciente permanece postrada ante la tumba vacía de Jesús mientras que el alba comienza en el Oriente. A ella se la identifica por la muestra de su tradicional vestido rojo debajo de la túnica y por la jarra de óleo consagrado. Óleo sobre tela, Giovanni Girolamo Savoldo ( cerca de 1535-1540). National Gallery, Londres.
Profesor, usted nos habla de esta investigación tan interesante, pero no nos ha dicho mucho aún del propósito de buscar a María Magdalena en ese trabajo...


“Bueno, claro, siendo una investigación universitaria expusimos que no íbamos a ser capaces de identificar la presencia de María Magdalena allí. En cualquiera de las casas que estudiamos ella pudo haber vivido, pudo haber pisado, pero no hay elementos que nosotros podamos aportar para decir aquí estuvo y es ella; porque además los judíos no enterraban en sus pisos, así que no hay ni un solo esqueleto en todas las excavaciones que se han hecho y por lo tanto no se encontró ninguna evidencia ni ninguna placa en la puerta de su casa (sonrisas) que dijera que ahí vivía ella. Entonces, todo es documental y el nombre Magdala pues sugiere que María Magdalena pudo haber vivido ahí. Es más, tan así es la situación  que es justo el momento en el que el propio Jesús pudo haber caminado por esas calles y pudo haber pisado esas piedras… Pero, no hay ninguna evidencia científica que lo pueda comprobar. Lo único que respalda la posibilidad es la coincidencia temporal y geográfica.”
Jaime Robles, a la izquierda; el profesor Luis Barba; el doctor en arqueología Agustín Ortiz; Manuel Suárez; Nelson Palma y Jorge Blancas, en una conversación previa al trabajo de mapeo de sitios arqueológicos en Penco. La escena fue captada en el restaurant de Mario San Martín en Playa Negra. 

El jefe de investigadores mexicanos, profesor Luis Barba; y el experto en geofísica Jorge Blancas, ambos de la Universidad Nacional Autónoma de México, realizan un recorrido exploratorio por el fuerte de La Planchada.

LUIS BARBA, ANTROPÓLOGO MEXICANO: "PENCO TIENE MUCHO INTERÉS EN CONOCER SU PASADO"

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El profesor Luis Barba, ingeniero químico y antropólogo, encabezó el equipo de especialistas mexicanos que investigó el subsuelo de Penco. Aquí aparece en conversación con nuestro blog en el aeropuerto internacional de Pudahuel.
Durante cinco días (9, 10, 11, 12 y 13 de septiembre de 2016), los tres especialistas del laboratorio de prospección arqueológica del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, Luis Barba, Agustín Ortiz y Jorge Blancas, con la ayuda de un sofisticado equipo de georradar, rastrearon tres sitios históricos de Penco, con el fin de verificar la información disponible en el mapa de Amadeo Frazier (1712) acerca del trazado original de Penco y sus construcciones coloniales. En particular, un monasterio de Jesuitas, en la esquina de Chacabuco y Las Heras; una catedral de Franciscanos en la cuadra de Las Heras entre calles Penco y Maipú frente a la plaza; y el Palacio del Gobernador en Freire esquina Penco. Rastrearon a lo menos 5 km lineales de terreno: en calles, en patios de colegios y en casas cuyos moradores gustosos prestaron colaboración. Sólo la clásica lluvia pencona de primavera interrumpió en parte las indagaciones, pero brindó tiempo a los peritos mexicanos a descargar la data almacenada en la memoria del georradar para hacer evaluaciones preliminares. Esa información generó sonrisas en el trío investigador que indicaban que no ellos habían perdido su tiempo viniendo a Penco de tan lejos. Y por otra parte se acrecentó la expectativa por el futuro mapeo de esas zonas, una vez que procesen la información en el laboratorio de Ciudad de México.
Los expertos creen que esa tarea les tomará un par de meses. Se habló de la posibilidad de volver a Penco para desarrollar nuevas prospecciones en una segunda etapa con el fin de sondear zonas más acotadas o espacios que no fueron prospectados y que son de interés histórico. Los expertos estiman que hay a lo menos cien lugares en Penco que merecerían ser analizados. El trabajo de prospección en desarrollo fue solicitado por la Municipalidad y su alcalde Víctor Hugo Figueroa a través de un convenio existente entre la Universidad de Concepción y la Universidad Nacional Autónoma de México en virtud del reconocido prestigio internacional que tiene esa casa de estudios en investigaciones arqueológicas. Le cupo participación también a la Sociedad de Historia de Penco.
El jefe del equipo de especialistas, el doctor Luis Barba Pingarrón, concedió una entrevista a nuestro blog en el aeropuerto internacional de Santiago momentos antes de embarcar para Ciudad de México. Se refirió al estatus de Penco colonial: “No sé si entonces habría una ciudad más austral que Penco. Pero, el hecho que aquí hubiera existido una universidad, la Pencopolitana; que haya habido un hospital de la Orden de Juan de Dios; la casa del gobernador; un fuerte artillado como La Planchada son realidades que me  indican que Penco fue muy importante a pesar que estaba tan retirado y bastante lejos de Dios (sonrisas).”
El profesor Barba también nos su opinión de Penco actual luego de estar cinco días en nuestra ciudad. Destacó una característica: “Su capacidad para regenerarse, es como el ave fénix, le han tocado muchas catástrofes, le han tocado muchas ocasiones de destrucción y de todas éstas se ha levantado y ahí está tratando de aprender de esa historia y lo está logrando. Quizá por eso es que tiene tanto interés en su pasado, lo aprecian mucho porque le ha costado mucho trabajo”.
Y en un resumen de las observaciones realizadas, el jefe del equipo mexicano, entregó un juicio alentador de la información que llevan de regreso para ser analizada e interpretada:
“Tenemos la esperanza de que encontremos los restos arquitectónicos en primera instancia; pero si logramos definir espacios interiores y exteriores de estas edificaciones, y algunos elementos alrededor de estas estructuras es muy probable que lleguemos a interpretar fosas de enterramientos que también es uno de los objetivos. Si logramos esto, algunos de los personajes históricos de Penco podrían aparecer. O sea, observamos que hay buena información y que es sólo cuestión de tiempo para entenderla por completo.”
El equipo de mexicanos tiene tanta experiencia en este tipo de trabajos –han realizado varios similares en otros puntos del planeta--, que sus integrantes pareciera que ven bajo el pavimento gracias a la data desplegada en la pantalla del georradar. Sobre lo que esperaba encontrar y lo que 'vio' el profesor Barba nos dijo:
“Para nosotros en la universidad esto fue un reto, porque teníamos información de los temblores y tsunamis que ha sufrido Penco en su historia. Por tanto, yo esperaba ver más destrucción debajo del suelo. Pero, acá he podido observar que por debajo de un metro y medio de capa de sedimento hay información colonial importante. También veo que hay muros, que hay pisos. Y los muros son pequeños, de no más de un metro. Pero, la situación no es caótica y eso es muy favorable para una intervención posterior. Tampoco hay la cantidad de sal que imaginé, por los tsunamis. Eso es muy bueno también.”
Para la posibilidad de que los investigadores den con las sepulturas de personajes importantes de la historia colonial –y ése es uno de los propósitos--, dentro de los recintos bajo observación, la universidad mexicana está en condiciones de arrojar luces de esas personas, de ser halladas, aunque no sus identidades:
“Hemos desarrollado muchas metodologías de estudio. Desde el fondo del área donde están depositados los huesos se pueden tomar muestras que podemos analizar en el laboratorio y ver, por ejemplo, qué tanto esa zona estuvo enriquecida por la descomposición del cuerpo; normalmente se forma un halo alrededor de los huesos que son residuos químicos que se incorporan al suelo. Desde luego podemos hacer dataciones con carbono 14, se puede identificar el ADN, se puede determinar el sexo de los restos óseos, qué edad tenía esa persona, de qué enfermedades padecía, etc. Y además si hay elementos materiales alrededor susceptibles de estudio para determinar si son europeos o si son de Chile”.
Una vez que se conozca el primer informe, vendría una segunda etapa exploratoria y una sugerencia de los espacios donde haya que hacer excavaciones de verificación. El profesor Barba dijo que tal sugerencia indicará trabajar en lugares donde no haya casas. Bastará con cavar una superficie de 2 x 4 metros y remover unos seis metros cúbicos de material para llegar a la base de los muros de las edificaciones coloniales en estudio. Tales restos de construcciones están entre 1,5 metros y 2,5 metros de profundidad. Sólo entonces comenzaremos a conocer la historia tangible de Penco.


CON UN MUSEO NUEVO, TOMA FORMA MATERIAL LA RICA HISTORIA DE PENCO

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El alcalde Figueroa inaugura el museo de Penco. (Foto obtenida de Facebook).
A partir del 15 de septiembre de 2016, la historia de Penco se puede tocar con la mano, literalmente, porque con esta fecha se inauguró el Museo pencón, en una hermosa ceremonia que se realizó afuera del moderno edificio, ubicado en la esquina de las calles Penco con Las Heras y que encabezaron el alcalde Víctor Hugo Figueroa y el Concejo Municipal. Decenas de personas se congregaron en el lugar para presenciar el acto y posteriormente dar un recorrido por las salas.
Esta es la primera vez en los 466 años de historia de la ciudad, que Penco cuenta con un recinto destinado a dar testimonio de su interesante pasado. En la ceremonia intervinieron el alcalde Figueroa quien ideó y puso en marcha el proyecto hoy hecho realidad; Jaime Robles, presidente de la Sociedad de Historia de Penco; y don Tomás Stom, fundador del museo Stom de Chiguayante y quien ha facilitado numerosas piezas de su propiedad para su exhibición en Penco. Bendijeron las instalaciones el sacerdote Juan Alberto Aguirre y un pastor evangélico.
El concejal Justo Inzunza, el señor Stom, el alcalde Figueroa, la concejala Verónica Roa Durán, el presidente de la Sociedad de Historia de Penco, Jaime Robles, y Gonzalo Bustos, director del nuevo museo. (Foto obtenida de FB). 
El nuevo edificio incluye 480 metros cuadrados distribuidos en dos niveles y en sus salas el visitante podrá apreciar material de la prehistoria local con el despliegue de fósiles; vestigios de las ocupaciones prehispánicas integradas por cazadores, mariscadores y recolectores; de la cultura mapuche consistentes en utensilios y algunas puntas de flechas; dioramas que ilustran diversos episodios ocurridos durante Conquista y la Colonia españolas; imágenes artísticas del éxodo de Concepción al valle de La Mocha; el resurgimiento de Penco y su desarrollo industrial además de un sinnúmero de objetos de valor histórico e ilustrativo. El nuevo museo incluye una vitrina comunitaria donde los vecinos podrán exhibir piezas o material histórico de su propiedad durante un mes en cada oportunidad. De este modo, los vecinos podrán participar también enriqueciendo el patrimonio para que los aprecien los visitantes.

El director del Museo de Penco es el joven Gonzalo Bustos quien es licenciado en artes visuales y en gestión cultural. El establecimiento funcionará de martes a domingo entre las 10:00 y las 18:00 horas. La entrada es gratuita.
Arriba, el nuevo museo días antes de su inauguración; abajo el antiguo inmueble que ocupaba ese espacio y donde por muchos años funcionó el restaurant La Posada del Roble, de propiedad de la familia Manríquez.

EN DEFENSA DE LOS CARRETONEROS Y LOS CARRILANOS DE PENCO

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Un clásico carretonero de hoy en día circulando por calle Penco.
Hubo dos oficios –el carrilano y el carretonero-- que en Penco  adquirieron mala fama. Y que aunque algo de cierto pudo justificarlo en el pasado, quienes hoy realizan esos trabajos, lejos de seguir el mal ejemplo atávico, heredaron esa sombra.
Centrémonos en el carrilano, aquel jornalero que se achicharraba bajo el sol haciendo mantenimiento a las vías ferroviarias. Estos equipos de hombres recorrían los trazados de líneas de tren, iban desmalezando, arrojando paladas de piedras, levantando a pulso durmientes podridos y reemplazándolos. Se los veía en grupo realizando esa labor por Gente'Mar; Cerro Verde; la Cata; el túnel... Era una pega monótona. Los carrilanos hablaban entre ellos y, por la dureza del oficio, algunos usaban palabras feas, groseras. Muy groseras. Pero, no llevaban esa vulgaridad a sus casas ni la empleaban en la interacción con sus familias.
Por esa costumbre de algunos, todos esos trabajadores sacaron patente de groseros. Y, a comienzos del siglo XX,  se hizo popular la afirmación “¡oye, estás hablando como un carrilano!” para censurar el inconveniente uso de malas palabras en el desenvolvimiento personal dentro de ciertas esferas sociales. Otra cita por el estilo era “una encarrilada”, para significar que una persona reprendía a otra con groserías. Sin embargo, nunca oí que a alguien le hubieran puesto el sobrenombre de “el carrilano” en atención a su selección de palabras mal vistas en la conversación. Y eso que en Penco la creatividad popular para los alias es reconocida. 
Las líneas del ferrocarril son mantenidas por modernos carrilanos de hoy.
El segundo oficio menoscabado por el decir popular era el de carretonero. Muchos de ellos eran trabajadores independientes orientados a los fletes. Conducían carretones tirados por un caballo. Tuve varios amigos carretoneros en mi niñez y la conducta de ninguno de ellos calzaba con el estereotipo que circulaba por ahí. ¿Cuál era el defecto de un carretonero? Se decía que cuando bebían lo hacían sin medida ni límite, carentes de toda refinación o compostura. De allí proviene el dicho “este fulano toma como carretonero”. Se subentiende que se empina la botella sin moderación. La afirmación es fuerte y muy despectiva para quien la recibe.
Pero, decíamos, el mal hábito de unos pocos se le atribuyó injustamente al resto. Había personas muy serias y respetables que conducían un carretón, baste recordar a los vendedores de leche de Penco en esos años, don Lorenzo y don Arturo, que recorrían las calles en esos vehículos a tracción animal, de quienes, por lo demás, guardo la mejor imagen.

PENCO COMIENZÓ A RECUPERAR SUS CAÑONES PERDIDOS

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El cañón recién instalado durante la ceremonia de inauguración del Museo de Penco.
Imponente luce el cañón del siglo XV montado sobre cureña y que fue instalado a la entrada del nuevo Museo de Penco. Es muy parecido a aquellos de uno de los patios de La Moneda, en Santiago.  La pieza que estuvo perdida por 253 años fue recuperada recientemente. Perteneció a la dotación de nueve cañones de La Planchada. La historia recuerda que en 1763 el fuerte se quedó sin cañones porque se los llevaron con motivo del traslado de Concepción al valle de La Mocha; los tres con que cuenta actualmente los trajeron mucho después. Sin embargo, gracias a firme propósito del alcalde Víctor Hugo Figueroa de conseguir aquellos que faltan y a la paciente tarea de investigación del ingeniero Luciano Burgos, ingeniero de proyectos de Secpla del municipio pencón, el primero de los perdidos está de regreso.
Luciano Burgos al momento de hallar el cañón en Hualpén.
“No fue fácil encontrar la hebra y seguirles la pista”, dijo a nuestro blog  Luciano Burgos. El primer cabo de la búsqueda lo obtuvo en el Museo de Hualpén. Luego de recorrer los espacios y no encontrar ninguna pieza de La Planchada ahí, Burgos usó una táctica de inteligencia para lograr algún dato. Como que no quería la cosa, le preguntó a uno de los jardineros del recinto si él sabía de un cañón de tales características. Y el trabajador le dijo: “allá por el cerro Rocoto hay uno botado y que se parece al que me pregunta usted”. De inmediato Burgos salió en dirección del mencionado cerro dentro del fundo Hualpén. Para llegar debió hacerlo en un vehículo 4x4 por lo empinado de la ruta.  Sin duda el cerro forma parte de la orografía de las tetas del Biobío. Y allí en un campo yermo, casi en la cumbre,  tal como lo describió el jardinero, encontró nuestra reliquia abandonada cubierta de una costra de orín fruto de la humedad y el olvido de decenas de años.
Un camión pluma se debió emplear para levantar el cañón de su sitio de abandono.
Si hallarlo fue una odisea, para conseguir su devolución se tuvo que cumplir con una serie de trámites administrativos. La Municipalidad de Penco con la firma del alcalde Figueroa formuló la solicitud a la gobernación provincial. Al documento le añadió un dossier con un contexto histórico de la propiedad pencona. Una vez que se otorgó la autorización,  el propio Burgos encabezó la operación rescate. Para ese fin se hizo acompañar por gente del municipio y con el apoyo de un camión pluma se pudo levantar el cañón, cuyo peso es de tres toneladas. Más tarde, se lo sometió a un carenado para retirarle el óxido y se le construyó la cureña siguiendo los patrones originales. Sin embargo, la ubicación actual frente al Museo pencón dará paso a la idea final que es llevarlo al futuro centro de interpretación histórica que se contempla construir a 30 metros de la Planchada.
Técnicos del municipio de Penco instalan la pieza recuperada.
El quinto cañón también fue ubicado por Burgos. Está emplazado bajo el paso nivel del trébol de la autopista a Talcahuano. Éste se halla en buenas condiciones, pero pertenece a la Municipalidad del puerto chorero. Recuperarlo exigirá nuevos trámites y voluntades. En tanto, se sigue averiguando el paradero de los cuatro restantes.

Los cañones del Fuerte La Planchada son de un calibre de 23 libras cada uno y manuales técnicos señalan que en su momento tuvieron un poder de fuego efectivo de cuatro kilómetros. 
Al momento de ser levantado de Hualpén, los técnicos usaron neumáticos como apoyos para regresar el cañón a Penco.


Nota de la Editorial: La información contenida en este texto y las fotografías fueron proporcionadas por el ingeniero Luciano Burgos Seguel.

UNA NOVEDOSA SILUETA SUBMARINA FRENTE A CERRO VERDE SE OBSERVA DESDE EL ESPACIO

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El punto muestra desde el espacio una silueta submarina permanente en la bahía.
Una curiosa silueta bajo la superficie del mar que se observa en Google Earth trae a la imaginación el mito de un volcán sumergido en la bahía. El descubrimiento lo hizo don Felipe Fierro, experto informático, ex pencón, radicado en Puerto Montt.  A este respecto nos dijo: “Siempre miro mi comuna con la ayuda del mapa satelital. Puedo, incluso, recorrer sus calles. Pero, hace poco observé esta extraña mancha en el mar frente a los negocios de mariscos de Cerro Verde. Me preocupé de revisar la historia de esas coordenadas y la mancha siempre está allí. No desaparece. Sería interesante investigar eso”.
La mancha permanente observada se ubica a 1.400 metros de la antigua playa del refugio en Cerro Verde y a una distancia equivalente de la cancha de containers de la empresa portuaria de Lirquén. En su primer mail, don Felipe nos escribió:
La foto contrastada permite ver una aparente emisión de algún material.
“Le envío estas fotos para que las vea.  No sé qué pueda ser, a lo mejor una isla que no sale a flote. Un volcán submarino lo dudo. Igual, se aprecia una afloración desde el fondo, como una terma quizás, soy informático no geólogo, pero me apasiona este asunto. Revise usted este material, un fuerte abrazo, pronto estaré de visita en mi querida comuna”.
La foto del sector captada desde el espacio sugiere la presencia de un montículo bajo el nivel de las olas. Sin embargo, a lo menos en una o dos de las fotos, se ve algo más interesante todavía: dicho promontorio emite lo que parece ser un material lechoso que se mezcla con el agua de mar y se expande hacia el norte impulsado por las corrientes. Esta imagen nos induce a pensar, sin base científica, que algo sale desde allí y que no sabemos de qué se trataría. 
Aquí se ve la distancia en línea recta desde la cancha de contenedores del puerto de Lirquén.
El señor Fierro dijo que vendrá a Penco en las próximas semanas y que intentará ir en bote con algún amigo pescador al punto señalado y que para tal efecto usará un equipo de GPS. Sobre el área precisa de la mancha intentará si le fuera posible “ver” bajo la superficie y salir de la duda…
Felipe Fierro, nuestro
informante.


Según nos informa Felipe, las coordenadas de las imágenes  en Google Earth son las siguientes: 36°42'56.57" S  72°59'57.34" O.

RESTAURADO EL MAGNÍFICO EDIFICIO DE LA ESTACIÓN DE PENCO, AHORA CASA DEL ADULTO MAYOR

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Acto de inauguración de la casa del adulto mayor en la ex estación de ferrocarriles. (Foto obtenida de FB).
La inauguración de la casa del adulto mayor en la antigua estación de ferrocarriles, para muchos, pudo ser sólo un corte de cinta. En especial para algunos jóvenes acostumbrados a ver por años deprimido ese punto de la ciudad y también para aquellos que no vivieron la era del tren. Pero, ese sencillo acto público tuvo mucho valor para los viejos de Penco. Primero, por el reconocimiento a su calidad de personas con toda su merecida dignidad y segundo, por volver a un sitio familiar de la niñez y que hoy ha sido restaurado. Por tanto, para ellos no fue un hecho más.
La estación recuperada, a la izquierda. (Foto de Andy Urrutia).  A la derecha, cuando el alcalde Figueroa con un equipo de técnicos recorriera el entorno. Eso fue en el 2014. 
Los primeros que ingresaron al remozado edificio sintieron el impacto de un torbellino de imágenes que se agolparon en sus memorias. Los comentarios y las voces de los que iban al lado fueron el aporte que pintó de colores aquellas fotos escondidas en los recuerdos. Unos se acordaron de la ventanilla de la boletería, otros se sentaron en los escaños para los pasajeros de entonces. Aquellos con más imaginación se asomaron al andén y evocaron cuántas veces subieron o bajaron de los vagones. Y rememoraron que la estación parecía vibrar entera cuando las pesadas locomotoras de acero arrastrando los carros llegaban llenando de vapor y humo el ámbito bajo la marquesina. Y después cuando los trenes de pasajeros ya no pasaron más, vinieron tantos, tantos años de abandono. El edificio quedó olvidado en medio de la desolación. Si en las noches hasta daba miedo acercarse por ahí.
A la izquierda, parte de la fachada restaurada. (Foto de Andy Urrutia). A la derecha, cuando no se habían iniciado los trabajos.
Arquitectos de la Universidad Politécnica de Cataluña, Barcelona, España,  que vieron las fotografías de la estación pencona y a quienes consultamos su opinión, nos dijeron que aplaudían la decisión de recuperarla. Y agregaron: “Se observa el excelente trabajo original en hormigón. Sin duda pertenece al modernismo en arquitectura y refleja el buen gusto de quienes la diseñaron y la construyeron. Trabajaron con materiales nobles. Vemos piedras en algunos muros que nos hablan de una realidad local. Esos recuadros de transparencia parecen el marco de un paisaje marino. Además, el hecho que ahí remate una calle, le otorga al edificio una categoría de gran importancia. Es una edificación moderna, muy bella que es un deber mantener”.  En el medio académico de Barcelona se dice que cuando un edificio es bueno, puede ser destinado a otro fin aunque no sea para lo que fue hecho. Funciona bien igual.
Aspecto de la fachada de la nueva casa del adulto mayor. (Foto de Andy Urrutia).
El alcalde Víctor Hugo Figueroa había pensado al comienzo compartir ese espacio entre jóvenes y viejos, pero adoptó en definitiva la mejor decisión: dejárselo a estos últimos. El acto realizado esta semana fue muy concurrido y se efectuó al aire libre en la pequeña rotonda de salida y entrada al ex recinto ferroviario donde remata la calle Chacabuco. Asistieron integrantes del concejo municipal y los mayores, o sea, los invitados especiales quienes ocuparon las butacas desplegadas allí por el municipio para la ceremonia.
Vista desde el otro lado de la línea. (Foto de Andy Urrutia).
La recuperación de ese entorno era un asunto urgente para la comuna. Desde la desaparecida bodega al otro lado de la línea, la estación misma así como los espacios abiertos del sector necesitaban la atención de la autoridad. Tan pronto asumiera, el alcalde inició gestiones a distintos niveles para obtener los fondos y las autorizaciones a fin de recuperar el barrio. El eje urbano del proyecto lo constituye la ex estación que cuenta con salas de lectura, de juegos, de televisión y de algunos servicios, como podología, kinesiología, por ejemplo. Gracias al beneplácito de Ferrocarriles, los recursos del gobierno central y el apoyo de la Municipalidad de Las Condes, hoy tenemos la estación recuperada ahora como casa del adulto mayor. Bien por el alcalde y su equipo. 
Punto donde remata la calle Chacabuco, hecho que le brinda más realce a la casa del adulto mayor. (Foto de Andy Urrutia).

GALERÍA DE FOTOS DE LA RESTAURACIÓN 
Jaime Robles, presidente de la Sociedad de Historia de Penco, nos ha hecho llegar una galería de fotos que muestran detalles del interior del edificio recién restaurado. Jaime nos recuerda que él es hijo de ferroviario. Su padre fue don Lincoln Robles Norambuena.
Esta sala fue del personal de FF.CC.  de la estación. También funcionó aquí el selector. Hoy está destinada a pasatiempos de los adultos mayores.
En uno de los muros se aprecia este  gráfico que narra la historia de la estación.
Otra de las salas hermosamente restauradas que en su tiempo fue la bodega de equipajes, encomiendas y correos.
La casa del adulto mayor cuenta también con un pequeño auditorio para proyecciones de videos.

En esta escena de la inauguración aparecen la concejala María Verónica Roa Durán; el diputado del distrito Marcelo Chávez;  don Gubernaldo Belmar Fuentes, presidente de la Unión Comunal de Adultos Mayores (UCAM); el alcalde Víctor Hugo Figueroa; el concejal Rodrigo Vera y el concejal Héctor Peñailillo. Detrás de María Verónica se ve al señor Nelson Poblete, ex presidente de UCAM. También estuvo presente el concejal Justo Inzunza.

El alcalde Figueroa en su discurso de entrega del edificio a la comunidad de Penco.



EL PELILLO DE ROCUANT DANZABA BAJO LA SUPERFICIE DEL MAR

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El bote de un amigo pescador, el mejor medio para ir a Rocuant por pelillo.
Trabajar y vacacionar simultáneamente sólo era posible en Penco. Cuando llegaban los primeros días cálidos de octubre y noviembre se podía ganar dinero como una diversión. O sea, si uno se lo proponía recibía una paga en dinero, por pasarlo bien. ¿Existirá algo igual en alguna otra parte de este mundo?

Entre nuestros vecinos armábamos un grupo y nos íbamos a la desembocadura del Andalién. El trabajo: extraer pelillo del mar; la diversión: pasar un rico día de veraneo. Abordábamos el bote de un amigo pescador en la playa frente al entonces casino La Bahía a la altura de calle El Roble. ¡Todos arriba! La carga personal incluía una mochila con alimentos, agua, un traje de baño, un gorro, un par de bolsas quintaleras y harto ánimo para divertirnos. Nos turnábamos para remar. Durante la navegación bordeando la costa nos encontrábamos con gente que ya estaba trabajando en la faena de extraer el alga frente a Playa Negra. Nosotros íbamos más allá, a la isla Rocuant, pero sólo a pasos de la boca del río. La mañana soleada y quieta hacía nuestro viaje apacible y delicioso. La suave brisa del Andalién cargada de aroma de vegas y campos inundaba nuestros pulmones mientras el punto de destino se acercaba. Desembarco en Rocuant.  La playa estrecha subía y conducía al terraplén superior donde se iniciaba el campo, estirado e infinito, lleno de zarzamoras, de un pasto que crecía en champas parecido al coirón y de otras especies que sobreviven al fuerte ambiente salino y al azote inclemente del viento. Nos instalábamos en la arena, nos poníamos el traje de baño y ¡al mar! Nuestros pies avanzaban en la arena del fondo y en las piernas se nos enredaban las algas que buscábamos. El agua tibia y cristalina nos llegaba a la cintura. La superficie presentaba olas muy pequeñas mientras al sol le faltaban tres horas para llegar al cenit. Comenzábamos a arrancar el pelillo desde el fondo,  encorvados, sujetando la bolsa en una mano y con la otra cosechando. Era tal la abundancia que ni siquiera teníamos que desplazarnos. El pelillo permanecía firme y turgente adherido al fondo, ondulando al ritmo de las corrientes. Su color oscuro reflejaba la luz solar adoptando tonalidades entre el rojo y el violeta. Cuando la bolsa ya no podía contener más a riesgo de perder su carga, regresábamos a la playa arrastrando la cosecha. Cada pelillero amateur usaba un área de la playa para escarmenar y extender el producto para que se secara.
Faena de extracción de pelillo cerca de Playa Negra.
Con la magnífica luz de la primavera, bastaba un par de horas para lograrlo. Hecho ese trámite, de nuevo al mar. Con el paso del reloj, la marea subía y el sol seguía ascendiendo en el cielo. Ya no podíamos estar de pie como a primera hora. Para seguir extrayendo había que zambullirse. Conteníamos la respiración el mayor tiempo posible. Con los pulmones pletóricos de aire fresco nos sumergíamos con los ojos abiertos y nos perdíamos entre las praderas de pelillo. Las algas parecían hechas de terciopelo, suaves, movedizas. La luz solar también ondulaba sobre la arena del fondo a causa de la rizada superficie. Bajo el agua nuestras narices imposibilitadas de respirar parecían captar un aroma acuático colmado de matices marinos. Salíamos a flote para tomar aire y echar la carga a nuestra bolsa. Apenas podíamos hacer pie en el fondo por la marea. De nuevo a la playa a tender la cosecha. Cuando el área que nos auto asignábamos se llenaba, subíamos al terraplén del campo a seguir tendiendo. Con el sol del mediodía y el viento tibio que soplaba desde el río, nuestro producto rápidamente se secaba hasta quedar chamuscado. Las bolsas también se secaban al igual que los trajes de baño. Al caer la tarde cargábamos el pelillo reseco y limpio. Abordábamos el bote de nuestro amigo pescador y felices nos íbamos a venderle nuestro producto al conejo. Ese comerciante había construido una rancha en Playa Negra cerca del río donde acopiaba las algas. Ahí llegábamos. El hombre pesaba las bolsas en una romana colgada de una viga y nos pagaba por el equivalente. Al día de hoy, unos aficionados como nosotros obtenía cada uno unos diez mil pesos, suma suficiente para ir por una cerveza y guardar el resto. Así terminaba en Penco un hermoso día de vacaciones mezclado con trabajo. La guinda de esta torta eran los billetes chuñuscos que recibíamos de manos --como unas garras sucias-- del comerciante pelillero.     

EL DESAFÍO DE PASAR POR EL TÚNEL DE PUNTA DE PARRA INVOLUCRA ENFRENTAR RIESGOS

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Motoristas cruzan el túnel de Punta de Parra sin adoptar precauciones.
Causa preocupación saber que motoristas con poco criterio cruzan aserruchando sus máquinas por el túnel ferroviario de Punta de Parra. Al hacerlo ponen en peligro la vida de otras personas que hacen el trayecto caminando a modo de paseo. El pasadizo subterráneo tiene una curva pronunciada, creando una zona de obscuridad absoluta, sin referente. Una moto que circule en esas condiciones y a cierta velocidad puede atropellar a cualquiera. La falta de seguridad en el interior también tiene otras causales como lo subrayó Carlos Wedell colaborador de este blog en una nota dirigida a nuestra redacción. A este respecto, las observaciones de Wedell contienen el fundamento de su actividad: es técnico en prevención de riesgo.
La construcción data de 1914 y su belleza y exotismo atraen a los turistas.

Nos dice: “Hay fallas en el túnel que son un riesgo para las personas que lo cruzan”. Y en su nota añade fotografías que muestran fisuras en las uniones de las piedras. Desde que pasó el último tren un día o una noche cualquiera de la década de los setenta, terminaron las tareas de mantenimiento. Por tanto, no hay garantías que el revestimiento de la bóveda pegado con mortero de hace más de un siglo (data de 1914), siga todavía firme. Tal condición podría significar desprendimientos y la amenaza que golpeen a los paseantes del túnel. Debido a la altura un impacto así podría tener consecuencias lamentables. “Si se produjera un sismo fuerte podrían caer trozos de material sólido”, nos dice Wedell. Y añade: “Las fisuras más importantes que pude ver se encuentran en las paredes del lateral izquierdo (lado del mar), también en el cielo de la estructura se observan grietas, pero creo que las laterales son las que hacen más inestables a las estructuras y propician derrumbes.”

Estas fotografías testimonian la aparición de fisuras peligrosas en el interior del túnel.
Prosigue Wedell: “El tema de las vibraciones también contribuye al debilitamiento de este antiguo ‘monumento’. Mientras estuve allí vi pasar dos sujetos en motocicletas acelerando sus máquinas al extre- mo. El ruido que sus conductores produjeron ahí adentro   fue infer- nal, sin contar la cortina de tierra  en suspensión que se genera por la velocidad.  Habría que evitar  la entrada de esos vehículos”. Y a renglón seguido, en  su  nota, nuestro lector  sugiere  una  solución preventiva: que se instalen rejas en ambas bocas del túnel.  Tal vez parecidas  a las  que  emplean los supermercados  para  impedir  el robo de carros. O algún mecanismo de torniquete, en fin… De este modo se podría regular el paso de turistas  quienes,  además, debe- rían llevar cascos protectores.  Un proyecto  de  desarrollo turístico debe incluir, por ejemplo, un instructivo para saber qué hacer si un sismo sorprende a personas en su interior. Igualmente para los que se arrepientan de cruzar a último momento brindarles la  opción de un sendero mejorado por encima, sitio por lo demás desde donde el paisaje es ideal para tomar fotografías.  

UNA HISTORIA DE TRACTORISTAS DEL MUELLE DE LIRQUÉN

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El muelle de Lirquén. 
Cómo no evocar el poema “La sinfonía en gris mayor” del poeta nicaragüense Rubén Darío si uno está solo mirando el horizonte en la punta del muelle de Lirquén en un día de lluvia suave: ‘El mar como un vasto cristal azogado, // refleja la lámina de un cielo de zinc; // lejanas bandadas de pájaros manchan // el fondo bruñido de pálido gris’. Esos versos los memoricé en el liceo y se me vinieron a la memoria allí observando el mar agitándose suavemente. ‘Las ondas que mueven su vientre de plomo, // debajo del muelle parecen gemir…’
El poeta Rubén Darío (foto Wikipedia).
Hacía décadas que yo no ingresaba al muelle y ese mediodía de octubre de 2016 pude caminar por allí mismo cuando lo hice de niño, porque en ese tiempo no había barreras formales para entrar en el puente si uno iba acompañado de algún conocido de esa actividad. Agradezco desde aquí a Puerto Lirquén haberme brindado ahora ese placer, eso sí, en el contexto de un trabajo específico.
Junto con mirar extasiado nuestra Bahía de Concepción, golpearon también mi memoria historias que se contaban de los tractoristas del muelle: que se caían con sus máquinas al mar. Porque en esos años se usaban pequeños tractores para arrastrar vagones ferroviarios que dejaban o recibían las cargas en el cabezal del muelle. Esos accidentes tenían sus causas: la inercia de los carros de acero, cuyo peso muchas veces hacía imposible frenarlos; la lluvia que facilitaba las patinadas; aceite derramado que convertía el piso en jabón; exceso de concentración del operador de la máquina; en otras,  impericia y las menos, los efectos de una furtiva copa de vino. De ese modo, algunos trabajadores, sin darse cuenta que habían traspasado los límites de seguridad, caían al mar sentados en el sillín de su tractor. Nunca oí de casos fatales, pero sí de los episodios. El splash de la máquina golpeado el agua debió ser un espectáculo, no en vano son cinco metros. Supongo que el tractorista a nado era rescatado en los pilares.
En una ocasión acompañé a un amigo a dejar la vianda (el almuerzo) a uno de esos trabajadores. Ingresamos al muelle y le pasamos los platos al hombre que nos esperaba, quien había dejado su tractor junto a la vereda. Sentado a la orilla comenzó a comer, mientras nosotros mirábamos el entorno, los barcos y las faenas del puerto. Y fue ahí que tuve la ocurrencia de subir al tractor estacionado, sentarme en el sillín y presionar el botón del arranque. Para  mi susto y sorpresa, el motor se puso en marcha. El tractorista, que almorzaba tranquilamente, tuvo que pararse a la carrera para detener la máquina que vibraba entera como queriendo escaparse en el acto. Si eso hubiera ocurrido, me habría enviado directo al mar con el tractor. El reto vino a continuación “hiciste eso justo cuando iba pasando un jefe”, se lamentó el tractorista y no se habló más del asunto. Terminado el almuerzo del trabajador, con mi amigo salimos del puente para regresar a Penco. Desde esa vez, yo no había vuelto a entrar en el muelle. Gracias Puerto Lirquén.
Foto captada en el cabezal del muelle antiguo de Lirquén.
 

LAS VISITAS EN PENCO LLEGABAN SIN AVISO

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Una calle típica de Lirquén.
Nadie se incomodaba. Las visitas se aceptaban. Estaba en la costumbre saber que el día menos pensado llegaría gente a la casa, algún familiar, grupos de ellos. Ninguno  avisaba. No había cómo hacerlo. La falta de un teléfono no era una necesidad entonces. Así, las visitas golpeaban la puerta. Llegaban. ¡Qué sorpresa verlos después de tanto tiempo!  El dueño de casa o la dueña de casa los recibían de mano, con un abrazo y jamás les reprenderían “por qué no avisaste”. Porque ¿cómo hacerse anunciar? ¿Enviando una carta? La demora de ese servicio hacía inviable el anuncio. Por tanto, importante es  señalar que el hecho de la llegada de una visita no era sorpresa en sí misma. Nunca fue una situación inesperada. De ese modo, cuando esto ocurría la dueña de casa iniciaba urgentes movidas para atender a los recién llegados. De allí, seguramente, surgió el dicho “a la suerte de la olla”, “echarle más agua a la cazuela” o “donde comen dos, comen tres”.
 
En Penco, las visitas eran una alegría. Traían noticias, copuchas frescas de otras partes. Nadie llegaba con las manos vacías, tampoco. Los que venían de los campos traían harina tostada, aguardiente en bolsas de cuero que llamaban “cuntras”, vino pipeño en botijuelas. Los más jóvenes se ufanaban sacando de su bolsa quintalera –así como los magos-- un conejo cazado la víspera con el concurso de su perro que se quedó allá en el cerro. Dependiendo de la temporada, también traían nalcas delgadas y tiernas sacadas por ellos mismos, según decían,  de los pajonales cercanos a sus domicilios rurales. Las mujeres se preocupaban de llevar un enorme pan amasado o tortillas. Las tertulias con las visitas se extendían por horas. Se repasaba la situación de cada uno de los conocidos, de aquellos a los que se les había perdido la pista. La gente quedaba al día con las novedades que traían los visitantes.
 
Las visitas no se extendían por más de dos días. Cuando se iban llegaban otras. Y cuando estas últimas se iban también, era el turno de la familia de ir a saludar a la parentela dentro o fuera de la ciudad. De esa forma circulaban las informaciones, las que interesaban, las que afectaban o las que esperaban saber los dueños de casa. Sin embargo, todo cambió con la arremetida de la globalización y sus inventos.

EL SILENCIOSO BULLING DE LAS BOLSAS QUINTALERAS EN PENCO

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Las bolsas quintaleras de harina flor eran de tela de algodón crudo. La gente pedía en las pulperías de Penco harina para hacer pan y otros alimentos y era más conveniente comprar la bolsa entera, diseñada para que su contenido durara un mes en una familia de cuatro o cinco miembros. Así los envases se juntaban. Con ellos las dueñas de casa confeccionaban sábanas, bastaba con unir cuatro bolsas para conseguir una y ocho para dotar una cama completa. Cuando esta ropa era lavada y tendida al sol quedaban expuestos los logos estampados por los molinos de origen en tinta indeleble azul o roja. Las bolsas servían también para manteles del diario y allí sobre la mesa se veían las marcas como adornos forzados. Esas telas 100% de algodón se utilizaban además para bolsillos de pantalones y para fabricar ropa interior.
Logo de un molino de entonces. El símbolo original
actual tomado de internet fue alterado
aquí sólo para el propósito de ilustrar esta crónica.
Hablemos de calzoncillos. Las mamás los fabricaban como shorts con una pretina y tres botones en la bragueta (marrueco). Los calzoncillos sueltos, no ajustados, de los hijos de los obreros eran casi todos de ese material. Quedar en prendas menores significaba por tanto mostrar las telas de fabricación.

En nuestra patrulla de scouts teníamos un jefe muy serio y jodido. Ocurrió en una ocasión que tuvimos que cruzar el río Andalién a la altura de Cosmito para levantar un campamento en una hermosa vega al otro lado, junto a una loma. Ese sector tenía características de parque con árboles  nativos y sauces. Para acceder debíamos atravesar el cauce, que no era hondo. Igualmente calculamos que el agua nos llegaría más arriba de la cintura, incluso los más bajitos podrían sumergirse hasta el pecho. Así que la orden fue sacarse los zapatos, los calcetines y los pantalones del uniforme. Salvo los calzoncillos. Toda nuestra ropa la metimos en los bultos y mochilas. Así sosteniendo la carga con las manos alzadas, nos dispusimos a cruzar el Andalién y vadear en esas condiciones hasta la otra ribera. El jefe jodido dio el ejemplo entrando al río primero. Fue entonces que los otros miembros de la patrulla observamos como su calzoncillo con el logo de un molino en la parte posterior comenzaba a desaparecer bajo el agua. Lo que más causó risa a aquellos más observadores e irreverentes fue ver a la salida del cauce que el logo de un globo terrestre con sus meridianos en tono azul del calzoncillo mojado, iba pegado a la piel de las nalgas del jefe.   
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