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PURA CALIDAD EN LA GALA LÍRICA 2015. SOPRANO Y TENOR DELEITARON AL PÚBLICO EN LA PLAZA DE PENCO

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El tenor Tito Beltrán y la soprano Sherezade Perdomo recargados durante su estupenda presentación
en el escenario de la plaza de Penco (foto J. Espinoza).

NOTA DE LA EDITORIAL: Don Juan Espinoza Pereira, profesor de Filosofía, pencón con residencia en Copiapó, nos ha enviado la siguiente nota con fotografías de la Gala Lírica de anoche (11 de febrero de 2015) en la plaza de Penco. El profesor Espinoza se encuentra de vacaciones en nuestra ciudad y asistió al espectáculo que él describe muy bien en la siguiente nota:
Estimado Nelson...
Hace algunos instantes ha terminado el concierto al aire libre en la plaza de Penco; concierto de música docta  -como suelen decir algunos siúticos-  pero para la comunidad en su conjunto y sin discriminación. Música de salón, de teatros, de salas de Cámara o simplemente de lugares poco comunes.
Un concierto entre pitos de maniseros, churros, perros vagos, anticuchos, en definitiva olores  de la más diversa índole. En medio   -y paseándose por el público ebrios de todos los grupos etarios- vendedores ambulantes vendiendo mercachifles variadas, incluso aquellos que debieron ser vendidos para la fiesta de Halloween.
Recuerdo que para el primer concierto al aire libre, no éramos más de 300 personas, hacía frío y el público quedó desconcertado con la voz de Sherezade Perdomo y el coro de la Universidad de Concepción; hoy, la misma soprano y el tenor Tito Beltrán deleitaron a un público masivo, incluyendo reinas juveniles y la gran reina de Penco de la Tercera Edad.
No me queda más que agradecer a la primera autoridad edilicia, al cuerpo de Concejales y a todos los que hicieron posible esta gala operática tan popular como se lo merece la comunidad pencona.
Dos aspectos del ambiente popular que se vivió en la plaza de Penco con motivo del espectáculo de música culta 2015.( Fotos J. Espinoza)

EL FUERTE DE LA PLANCHADA DE PENCO: LAS RAZONES DE SU NOMBRE, EMPLAZAMIENTO Y ESTRUCTURA

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Por Luis Méndez Briones
 
Sabemos que la antigua fortaleza emplazada en la playa de Penco fue mandada a construir por el gobernador español José de Garró en 1687 y su propósito fue servir de medio disuasivo de las posibles incursiones de naves inglesas y otras enemigas de la corona española. Sin embargo, más desconocidas son las razones de su nombre.
Si nos remitimos al diccionario de la Real Academia Española de la Lengua esta nos dice que “planchada” es la “Tablazón que, apoyada en la costa del mar o de un río u otro receptáculo, y sostenida por un caballete introducido en el agua, sirve para el embarco y desembarco y otros usos de la navegación”.
De acuerdo a lo indicado y dada la fundada experiencia personal, los nativos de Penco sabemos que el Fuerte por cierto debió tener una planchada a fin de permitir el acercamiento de los navíos que desde muy antiguo recalaron en la ciudad, de otra forma, los bajos de la bahía lo habrían hecho imposible.
Otros aspectos notables son las razones de su lugar de emplazamiento. Si nos remontamos a la época, 1687, la tecnología bélica de la época hacía necesaria que una fortaleza de su tipo estuviera junto a la playa a fin de permitir cercana comunicación con las naves amigas que llegaban a la ciudad, pero también muy próxima a un curso de agua a fin de asegurar su continuo abastecimiento ante un posible bloqueo o sitio militar.
De su original forma también tenemos algunos indicios. Los cronistas y viajero nos dejaron algunos antecedentes que nos ayudarían a reconstruir su forma primitiva. Uno de ellos fue el militar y geógrafo francés Jules Sebastián Durmont D’Urville quien en una litografía fechada en 1846 nos legó una viva imagen de lo que fuera su portentosa estructura.
Los breves elementos descritos permitirían augurar que una investigación más de fondo nos daría importantes luces a fin de reunir información en vista de una posible restauración. La historia de Chile y el futuro de Concepción y Penco así lo demandan.
Luis Méndez B., autor de esta crónica, junto a Cecilia Bravo Badilla, en el Café del Palacio, de su propiedad en Penco.
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Luis Méndez Briones es Doctor en Economía y Profesor de la Facultad de Ciencias Empresariales, Universidad del Bío-Bío, Concepción, Chile.


DESCUBRIMOS LOS ENCANTOS DEL CAMINO REAL PENCO-FLORIDA EN UN VIAJE DE FANTASÍA

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Esta linda sonrisa nos recibió en el caserío de Roa.
 
La ruta Penco-Florida, un camino por descubrir.
Hagamos un viaje, un recorrido atípico por el camino Penco-Florida del que no hay más información que la que circula de boca en boca. Los mapas de internet son vagos. Es cosa de chequear: los trazados de rutas interiores parecen inexactos. Por eso nos propusimos aclarar dudas y crear nuestro propio mapa. Fue así que con la buena voluntad de mi amigo Manuel Suárez salimos a la aventura: ir a Florida por el Camino Real de los tiempos de la Colonia, nuestro actual camino de Villarrica o, si usted quiere, por la ruta 0-390 según la moderna nomenclatura caminera del Ministerio de Obras Públicas. Nos dicen que el recorrido es de 44 kilómetros. Lo verificaremos. ¿Nos acompañan? ¡Vamos!
Salimos a las 9:10 de la mañana. Por calle Cruz pasamos la esquina de Robles y comenzamos a subir hacia Villarrica. Vamos en una RAV4 de Toyota. Al inicio, el camino está pavimentado, en excelente condiciones aunque sus bandas se ven atestadas de vehículos estacionados. Pasamos frente al mirador de calle Alcázar. Pocos metros más arriba se termina el asfalto y comienza el camino de tierra. A la derecha, la laguna artificial de Lomarjú. Seguimos adelante, subiendo… A los 4 kilómetros de marcha, por el costado izquierdo se halla el complejo del restaurant Zulema. Sin embargo, por el lado derecho del camino hay gran cantidad de basura. Sin duda gente inescrupulosa aprovecha la noche para ir botar por allí sus porquerías.
La información caminera comienza saliendo de Penco.
Apenas un poco más arriba está el cruce del fundo El Cabrito. Luego de recorrer los primeros  7 km a la derecha se abre el desvío a Las Pataguas y al Puente 3. Y a nosotros nos parece que la cuesta no terminara nunca, así las cosas desde que salimos de Penco. A los 8 km nos encontramos con el cruce Los Varones. Con Manuel Suárez nos preguntamos si el lugar se escribe con “v” o con “b”. Tal como está escrito en el letrero sugiere que hubo alguna vez unas varas seguramente para que jinetes amarraran sus caballos durante un descanso. O, también, que las varas marcaran la puerta hacia alguna propiedad.
Un lugar con ortografía variable.
En cambio, si se escribiera con “b”, por ejemplo Los Barones, el origen del nombre se relacionaría con la nobleza europea. Si éste fue el Camino Real de la Colonia, tendría sentido eso de “barón”. No sería extraño que con el advenimiento de la república, al lugar le hayan modificado la ortografía. Al fin y al cabo siguió y seguirá siendo Los Varones, suena igual, pero se escribe distinto.
La ruta del Itata vista desde el paso sobre nivel Primer Agua.
Hay un par de casas en Los Varones, el camino recto conduce a Primer Agua Abajo y al enlace de la ruta a Punta de Parra. Pero, dejemos por fin Los Varones y tomemos el desvío del costado derecho para continuar hacia nuestro destino. El desvío que mencionamos está hacia el oriente. Más adelante un letrero nos indica que ya estamos en la parte alta de Primera Agua.  Avanzamos un centenar de metros y cruzamos el paso sobre nivel de la carretera del Itata. En este punto,  nuestro registro nos indica que hemos andado 9 kilómetros.
Impresionante panorámica captada desde los altos de Primer Agua.
A los 10 km nos encontramos con unas antenas de comunicaciones, hecho que nos indica que ya hemos llegado bastante alto en este recorrido. Nos detenemos en ese sitio para captar una bella panorámica hacia el sur. Se ven cerros, el valle central y al fondo, la cordillera de Los Andes. Después de tomar las fotos, retomamos la marcha…
Son frecuentes los descansos funerarios a lo largo de la ruta. En este caso, faltaban 11 km para llegar al cementerio pencón.
Cuando llegamos al km 13 ya estamos en el caserío de Agua Amarilla. Hacia el costado norte hay una vega amplia con animales. En tanto que a la derecha tenemos una casona antigua debajo de unos gruesos y añosos cipreses. Más allá de las vegas se despliega un grupo de viviendas de techos de zinc. Cuando proseguimos, el camino se hace sinuoso nuevamente, se cierra en partes. En este recorrido nos encontramos con cuadrillas de trabajadores del Ministerio de Obras Públicas limpiando de maleza seca de los costados de la ruta para prevenir incendios.
Vegas de Agua Amarilla.
Un niño en la mayor casona de Agua Amarilla.
Un toro solitario en un potrero de Agua Amarilla.
Tres kilómetros más adelante un letrero nos indica que estamos en un lugar llamado Juan Chico. No hay nada que ver ahí salvo zarzamoras y malezas cubiertas de polvo. Otro letrero nos indica que desde ese punto podríamos ir al Puente 5 si tomamos el desvío que hay al lado derecho. Pero, Roa es el hito más importante que nos reserva este viaje, está siete kilómetros más adelante. Estoy ansioso por llegar ahí.
Densos bosques de pinos descuidados nos rodean. Decimos descuidados porque no los podaron y exhiben sus ramas secas, combustible puro y simple para arder ante cualquier descuido humano. Así seguimos avanzando, a lo largo de estos 16 kilómetros de marcha sólo nos hemos encontrado con dos camiones que transportaban madera. De pronto, llegamos a una altura y desde ahí empezamos a bajar por una pendiente que nos conduce a un valle estrecho, ignoto y perdido. Allí abajo hay un puente sin barandas que nadie adivinaría de no ser por un letrero caminero: Estero Aguas Sonadoras. Este nombre estaba allá en el fondo de mis recuerdos. Aquí hay que detenerse de todas maneras aunque sea sólo por algunos minutos.
El entorno bucólico de Aguas Sonadoras.
En el silencio del lugar se oye el sonido del agua bajo el puente sin barandas, diez metros más adelante.
 Aguas Sonadoras podría ser un punto cualquiera de este camino maravilloso. Pero, es un sitio histórico y –digamos-- lleno de fantasmas. Aquí se detenían las carretas que viajaban lentamente a Penco. Los viajeros de esos años se tomaban un descanso y aprovechaban de abrevar a sus bueyes. El agua que corre en pendiente es fresca y amigable. Proviene de los bosques y justo en ese punto hay una enorme piedra en el lecho que genera un pequeño salto. Es el sonido de una cascada, de allí, el nombre del lugar. Era un sitio para pasar la noche, cuando el viaje había sido extenuante. Lavarse la cara, asearse, al día siguiente y tomar un buen desayuno ayudaba a ganar fuerzas para seguir la marcha. En ese punto se juntaban las parejas de carabineros despachadas desde Penco y Florida para las denominadas “entrevistas”. Antaño la policía montada intercambiaba información en ese lugar y sus funcionarios firmaban un acta con la que verificaban que el encuentro efectivamente se había llevado a cabo. La pareja de carabineros que llegaba primero al lugar encendía fuego y preparaba algún puchero para atender a los que venían rezagados desde la dirección  opuesta. La reunión policial en ese sitio podía extenderse por varias horas antes de regresar con sus informes a sus respectivas unidades. Ellos también pernoctaban en Agua Sonadoras antes de emprender el regreso.
El puente a la llegada de Roa.


Letreros camineros que apuntan en distintas direcciones en Roa.

Paradero de micros en el caserío de Roa.

Ambiente de aspecto urbano en Roa.

Manuel Suárez visita al almacén de abarrotes Las Delicias atendido por su dueño Cristian Pierart.

Hacia atrás en el camino está Penco.



El autor de esta crónica en un corredor de Roa.
Nosotros dejamos ese simpático lugar lleno de símbolos y retomamos la marcha a nuestro destino: Florida. Tres kilómetros más allá de Aguas Sonadoras nos encontramos con el hito más esperado de nuestro viaje: la encrucijada caminera de Roa. Se cruza un puente y comienza el camino asfaltado, hecho que la da al lugar la característica de zona urbana. Hay unas veredas, un paradero de micros, buena cantidad de vehículos estacionados, una posta de primeros auxilios, un negocio de abarrotes y casas con hermosos jardines y sitios de esparcimiento.
Roa es para distenderse del viaje, tomarse un buen relajo, un refrigerio, conversar con gente, hacer preguntas, tomar fotografías. Efectivamente caminos en distintas direcciones salen desde ese punto. El caserío es atractivo y es un buen lugar para captar imágenes, comprar algunas artesanías, tomarse una bebida gaseosa, ir al baño o visitar la posta en caso de alguna necesidad. Después de dialogar con la gente amable del lugar es hora de retomar el viaje.
Roa tiene carácter, es estiloso en el contexto rural extremo que nos había deparado el Camino Real hasta este punto. Pero, no nos ilusionemos mucho con este entorno urbano, el pavimento termina cuatrocientos metros más allá y volvemos al camino de polvo y al ambiente rural. Entre Roa y Penco median 23 kilómetros, según nuestro registro. Sin embargo, para los letreros del MOP la distancia entre ambos puntos es de 30 kms. Pero, lo que nos interesa es que desde Roa Florida parece estar a la vuelta de la esquina.
En el desvío al fundo Santa Rita, a 3 km al oriente de Roa, están los restos de una bodega de vinos.
Seguimos avanzando ahora por el camino de tierra bien mantenido, duro y compactado. A los 26 kilómetros nos encontramos con el cruce del fundo Santa Rita; en una loma junto al desvío se observan los restos de una bodega de vinos con barriles y cubas expuestos al aire libre, abandonados. El camino a Santa Rita está al lado izquierdo y se dirige al norte.
Entrada al fundo Trecacura en medio del bosque de pinos.
Un kilómetro más adelante y en medio de un bosque de pinos nos encontramos con el cruce al fundo Trecacura Grande, propiedad de Celulosa Constitución. Seguimos avanzando, cuando hemos llegado a los 31 kilómetros desde Penco (según el cuenta kilómetros del Toyota), está el acceso al fundo Manco, el camino se abre a la izquierda. Hay un letrero de advertencia que por ahí pasa el oleoducto que viene de San Vicente. Un centenar de metros más adelante siempre por la ruta 0-390  se levanta la capilla de San Sebastián de Manco. Toda pintada de blanco es un hito interesante en nuestro camino. Por detrás, pero apegada a la iglesia está el edificio de la conspicua escuela de Manco.
La capilla del fundo Manco.
Cuando alcanzamos los 37 kilómetros de marcha nos encontramos con el puente de Las Lajuelas. Antes de continuar viaje, Manuel Suárez me informa que visitaremos a unos amigos de su familia en la casa patronal del fundo Las Lajuelas. Ingresamos por un camino rodeado de encinos por el lado izquierdo. Ya en añosa casa nos recibe con gran sorpresa la señora Ruth Arriagada. Con sus 92 años luce muy jovial y nos invita a tomar descanso en el amplio corredor. Es pasado el mediodía, el sol ilumina generoso todo el jardín en especial las enormes bellas hortensias junto a las tinajas de la entrada. Concluida la visita “de médico” al fundo Las Lajuelas nos despedimos y proseguimos viaje. Para llegar a Florida faltan 8 km, o sea, unos cinco minutos de auto.
Manuel Suárez conversa con la señora Ruth Arriagada en la casa del fundo Las Lajuelas.
 
Hermosa vista de la casa patronal de Las Lajuelas.
La ruta 0-390 o el Camino Real desemboca finalmente a noventa grados sobre la ruta pavimentada Bulnes-Concepción. Un kilómetro a la izquierda tenemos el pueblo de Florida. Hacia allá íbamos. Con una opípara cazuela de vacuno en el restaurant El Mono con Bigote, de calle Serrano  N° 471 termina nuestra aventura Penco-Florida por el camino de Villarrica. El viaje se puede hacer en poco menos de cincuenta minutos en auto. El camino con material pétreo compactado está en buenas condiciones en verano para cualquier tipo vehículo. ¿Le digo mi pensamiento? ¡Hay que volver a recorrer ese camino; es demasiado bello… y desconocido!  El caserío de Roa es encantador. ¡Ah, nuestro cuenta kilómetros marca 41; sin embargo, el letrero caminero de Florida dice Penco 44 km!

CANCIONES Y TRADICIÓN MAPUCHE HUBO EN FIESTA DE LA ETNIA EN PENCO

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Aspecto de la fiesta de la etnia mapuche en cerro de Penco.
Las asociaciones mapuches de la región expresan sus tradiciones, su lengua, su cultura y su arte a través de encuentros públicos como el registrado en febrero último en el mirador del cerro Corhabit, al final de la calle Los Olivos de Penco.
Dicho encuentro convocó a asociados de Tomé, Dichato, Hualpén, Talcahuano, Lota, Coronel, Concepción y Penco. Fue éste el segundo de estos programas culturales de corte étnico con participación más amplia ya que el año pasado sólo reunió a gente de Penco.
Carmen Sáez Liencura y José Lefio Painén de la asociación Coñintu Lafquén Mapu, de Penco junto a una rama de canelo.
Organizó este segundo encuentro la asociación Coñintu Lafquén Mapu Penco (Mujeres de la Tierra y el Mar) que preside María Flores Quilapán. Según la información que nos entregó Carmen Sáez Liencura el programa de actividades  –que contó con el apoyo del municipio de Penco— incluyó un partido del juego de chueca, una charla sobre hierbas medicinales, un cóctel mapuche con comidas típicas, la actuación de dos reconocidos cantantes de la etnia Joel Maripil y Beatriz Pichi Malén y la presentación del grupo de danzas araucanas de Coronel.
José Lefio Painén, de la asociación de Penco que reúne a 72 integrantes, agradeció el apoyo técnico facilitado por la Municipalidad local para la realización del programa consistente en equipos de alto parlantes y vallas protectoras.
Este encuentro formó parte de la pauta de actividades culturales en el contexto de la celebración del cuadragésimo quincuagésimo sexto (456) aniversario de la comuna a fines de febrero pasado. 

REALIDAD Y MITO DE LA CURVA DEL INGENIERO A 44 KM DE PENCO

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La curva del ingeniero saliendo de Florida en dirección a Quillón.
A 47 kilómetros de Concepción por el camino a Bulnes (ruta 148) nos encontramos con la curva del ingeniero; esto es a unos 500 metros al noreste de Florida saliendo del pueblo con destino a Quillón. Si midiéramos desde Penco, la mencionada curva está a unos 43 kilómetros siguiendo el camino real (de Villarrica) y empalmando con la 148.
El sentido y la pendiente de la famosa curva.
Desde hace ya tiempo que se dice que dicha curva es inoficiosa y que en realidad el camino debería evitarla y seguir la línea recta. Sin embargo, durante todas las reparaciones a la que ha sido sometida e, incluso, algunas correcciones de trazado no la evitan, la curva sigue estando allí.
LA REALIDAD. Todo indica que los cálculos matemáticos desaconsejan trazar la ruta en línea recta porque por la diferencia de grados entre el valle y la cumbre es demasiado en un tramo  muy corto; la pendiente sería muy empinada para que todos los vehículos pudieran transitar por ella. Así fue desde un principio. Los equipos de ingenieros que trabajaron en la construcción del camino convinieron en que para superar la pendiente fuerte había que generar la famosa curva, en especial si se tiene en cuenta que en aquellos años los vehículos seguramente tenían menos fuerza.
O sea, la variante caminera fue la receta para solucionar la tentación de trazar la línea recta. La subida habría sido insufrible para los motores. Han transcurrido los años y la curva sigue ahí y seguirá. Los viajeros inexpertos igualmente se preguntarán cada vez por qué no se evitó la curva.
La viña que "se salvó" gracias a la curva, según cuenta la tradición de Florida.
EL MITO. La tradición dice que los equipos de ingenieros tenían planeado construir el camino en línea recta, pero que esa decisión significaría dividir por la mitad, o sea, destruir una hermosa viña de vides país que todavía existe ahí. Dicen que la hija del dueño de la viña era una joven muy atractiva. De ella se enamoró el ingeniero jefe. No cabe duda, continúa la tradición, que el ingeniero le prometió a la muchacha realizar el desvío a cambio de su corazón. Sentimentalmente así habría ocurrido y desde entonces los usuarios heredamos la curva, que lleva el nombre de curva del ingeniero como un recuerdo a uno de los protagonistas de este affaire amoroso.

EXPERIENCIA TENEBROSA EN LA PLAYA DE PENCO EN 1974

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NOTA DE LA EDITORIAL: La presente historia en primera persona nos ha llegado de Venezuela. Agradecemos a Iván Ramos Castro.

La playa de Penco, escenario de esta curiosa historia.
 
DE QUE VUELAN... VUELAN 
 
Por Iván Ramos Castro
 
A veces, cuando me encuentro con un compatriota conocido que viene de regreso de Chile a la isla, no puedo dejar de preguntarle: ¿como está el tiempo por allá?, La respuesta es casi siempre la misma: Bueno fijate, en las mañanas un poco de fresco, pero después..Todo esto a consecuencia de que como le han dado tanto bombo a esto del cambio climático y otros detalles técnicos que solo incumben a los geofísicos, astrónomos y por supuetos a los gobernantes de cada uno de los paises de este planeta. Para este tema sobran opinólogos de tendencias varias, incluso existe un Partido Verde que se la juega por un mejor pasar para el hombre y sus hermanos menores aquí en la tierra. Pero claro, esto es na`que ver con el tema que les quería plantear y, que por estos lares, también es del conocimiento popular, como lo es el tema de lasa artes ocultas. De partida, esa es una creencia que viene del otro lado del océano Atlantico y por acá si tales manifestaciones ya existían, terminaron fusionándose con las de los esclavos venidos de Africa, lo que se conoce hoy como Santería, Vudú, Macumba, el culto a María Lionza acá en el estado Yaracuy, Venezuela. Como fenómeno social, han sido ya investigados y muchas teorías y estudios ya se han publicado al respecto. Creanme, en lo que a mi respecta, "no creo en brujos Garay, pero de haberlos..."
 
TODO COMENZÓ EN LA PLAYA

Todo este rollo se me viene a la mente en base a una "experiencia personal", "realismo mágico", dirán otros, pero lo juro por la suela de mis zapatos de que el siguiente relato es verídico: Fue a comienzos del verano del año 1974. Ya estaba haciendo preparativos para mi viaje al extranjero, sin tener en mente aun a que pais largarme. La crisis económica era tal que ninguno de los planificadores económicos de turno daba en el clavo, todo era un experimento en lo económico, por cierto que apoyados por toda una maquinaria que infundía terror en la gran mayoría de la población. Era bastante común ver a gente trabajadora desmayarse de hambre al regresar del trabajo, lo vi personalmente por la calle Barros Arana muy cerca de la plaza o en los propios autobuses del recorrido Concepción-Penco-Lirquén. Muchos choferes de la Empresa de Transportes Colectivos del Estado, más conocida como la ETCE, recogian trabajadores por la puerta trasera para no cobrarles el pasaje en horas tempranas, los inspectores que subian a recortar boletos en cualquier punto de la ruta, tambien hacian la vista gorda. "Tremenda pelazón mi llave..", dirian por acá en Venezuela, pero bueno, todo esto fue para situarnos mejor en el contexto. Mi hermano Gastón me colaboró con los materiales para levantar el kiosco en el balneario, recuerdo que el camarada Tiznado, quien trabajaba en el municipio me recomendó el mejor lugar, muy cerca de donde se levantaban las duchas y vestidores. Mi compañera, adornó la puerta de entrada totalmente con cajas de cigarrillos de todas partes del mundo, y yo por mi parte puse en todo el frente del local, diez remolinos hechos en cartulina de colores rojo y negro, los cuales giraban como queriendo alzar vuelo. Toda una suerte de rebeldía giratoria. Como a los tres dias de abierto el local, una comisión de carabineros se apersonó al sitio verificando los permisos, muchos de mis amigos, quienes me habían advertido acerca de la tonalidad irreverente de los remolinos, por ser los colores de la Izquierda Revolucionaria en ese momento, como todas las organizaciones de izquierda, proscritas. Pensaron de que nos iban a detener y clausurar la venta. El Oficial apenas miró los papeles sellados por la Alcaldía, nos deseo suerte y continuaron su acostumbrado recorrido. Al cuarto dia, a eso de las cinco de la tarde, se acercó un gordo bigotudo con una inmensa radio encendida y sintonizando la emisora "Voz y Progreso" de radio Moscú en idioma castellano. Hablaban de Chile y de cuanto aquí ocurría y que por supuesto alguna gente jamás creyó y aun no cree, así les muestren la evidencia por los informativos. El tipo me pareció sospechoso desde el principio, insistía en preguntarnos si sabiamos de donde venían tales ondas. - ¡Será que vienen de por ahí de Coihueco puh! Ni gil decirle que venían desde Moscú. Al poco rato se largó con su aparato a otra parte y no lo volvimos a ver.
 
UNA EXTRAÑA AVE NOCTURNA
 
Al quinto dia, no pasó nada, todo fue tranquilo y con mis compadres de siempre que me acompañaban, jugábamos una partida de ajedrez tras otra. Cayó la tarde y decidi quedarme como las otras noches a dormir en el kiosco, a cuidarlo por si las moscas..
Serían como las doce de la noche y el movimiento de carros de trenes haciendo cambios y maniobras en las vias, más parecía una bombardéo aereo enfrentandose a la artillería. De pronto se hizo un silencio que parecía durar el resto de las horas, cuando sobre una pequeña palmera ubicada a un costado del techo sentí posarse a un pájaro y a quien le dio por ponerse a cantar de una manera tal como me lo había contado nuestra madre: "tuetue-tuetue-tuetue.." Tal asociación me puso los pelos de punta, pero después, me serené y decidí hablarle como si fuera un invitado, total, era solo entre él y yo: "Mire mi amigo, ¿porque no viene mañana a tomarse una Pilsener?" Casi al instante el extraño pajarraco se calmó y prontamente alzó vuelo largándose se ahí. Al poco apague el radio y me dormí como un gato. Me tocaron la puerta temprano, eran mis socias. Al abrir me di cuenta de que eran como las nueve y media y la playa estaba llenándose, poco después me fui a comprar jamón, queso y mortadela al mercado y dos docenas de chupetas de helado de la Heladería Rex. Al salir alcancé a divisar a un tipo sentado de frente al negocio en posición de loto y con sus ojos semicerrados. -"Un lunático" pensé, y me fui a las compras. A mi regreso, mis socias estaban algo preocupadas, puesto de que el extraño sujeto se les había acercado y preguntado por mí. Ya eran cerca de las once de la mañana y el hombre seguía de nuevo como en meditación Zen. Opté no pararle bola al asunto y me puse a jugar un encarnizada partida de ajedrez con mi amigo Pito, quién hacia rato quería ir a darle una aclarada al sospechoso, pues según el, tenía pinta de ser un punga. Lo calmé y seguimos el juego despreocupados, de pronto una de mis socias me llama. Era el tipo, ahí, parado frente a nosotros como queriendo entablar una conversación. Era de mediana estatura, flaco y de sus penetrantes ojos verdes dejaba escapar a veces una mirada huidiza, no daba bien la cara, de pelo ralo y castaño, vestía camisa a cuadritos color café claro con lineas negritas, pantalón negro a rayas y zapatos del mismo color, pero sin medias. Sacó de uno de sus bolsillos un gran mazo de cartas del Tarot Marsellés, ajado y medio borroso por la grasa dejada por sus manos de largos dedos al igual que sus sucias y mal recortadas uñas.
 
A LA HORA DEL TREN
La pasada del tren apuró el desenlace de este cuento (imagen procesada con Photoshop).
No pasaba de los cuarenta: "Suerte - me dijo - ¿quiere vérsela? - Caramba, pensé, resultó ser un charlatán el hombrecito este. - No, respondí, gracias. Guardó las cartas y miró hacia el tunel de Punta de Parra. - El tren, allá viene el tren; dijo indicándomelo con su mano. - ¿Y eso que? dije. Bueno, es que en ese tren me voy jefe. Lo dejé y me fui a terminar la partida. A las cuarta jugada siguientes, perdí una torre, a la sexta, la reina y poco despues me clavaron feróz mate. Mi amigo el Pito de la Loza estaba felíz, me ofreció la revancha pero un nuevo llamado de mis socias me obligó a posponer la revancha. Ahí seguía el tipo, sus manos temblorosas se movían como convulsionando. - "Este gallo como que se deshidrato en la playa caramba", pensé. - Que pasa hombre, le pregunto. - Bueno jefe, es que ahí viene el tren y.., - Si, ahí venía el tren de Dichato, puntual a mediodía. - ¿Necesita dinero? le dije. Movió su cabeza negativamente, de sus ojos parecía querer brotar  una expresión de ira contenida, entonces para que se terminara de largar, saque una bebida gaseosa diciéndole: - ¿quieres una? Entonces, el individuo, de quien supe despues era un gitano cuya carpa estaba levantada cerca de Talcahuano, mirándome fijamente a los ojos me dijo: "refresco no, yo vine por la Pilsener que me ofreciste anoche..". Reaccioné nervioso y a tiritones, como pude metí mano a la nevera, saqué la bendita cerveza, la fui a destapar pero el destapador lo que hacía resbalar una y otra vez de la tapa. El gitano estiró su mano y quitándomela la destapó con sus dientes. Se la mandó al hilo sin respirar siquiera, dejó la botella vacía tirada sobre el mostrador y sin despedirse siquiera, lo vimos pegar veloz carrera hacía la estación para alcanzar su tren.
 
PISANDO LOS TALONES

Esa tarde me fuí a casa, mi padre me había confinado a un cuarto pequeño y el resto se lo había alquilado a la familia de César González, más conocido como el "Negro Peter", quién por cierto fuera unos años antes, Campeón Nacional de Boxeo de la categoría peso pesado. Su esposa María al verme aparecer lo primero que me dijo fue: "Mire que andaba preguntando por usté bien tempranito, un tipo medio estrafalario con pinta de gitano.."    Nunca más lo volvimos a ver, ni a escuchar por los alrededores el canto aquel extraño pájaro.
  

EN PENCO SI NO HABÍA PLATA SE COMPRABA AL RAYEO

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En Penco no se conocía el dinero de plástico ni menos las tarjetas de crédito tampoco las de débito, pero no por esa carencia la economía se detenía. Eso ocurría en los años de la década de 1950. Como la gente no tenía plata todo el tiempo y había que vender, el comercio local ideó una fórmula para hacer salir sus mercancías. Varios negocios inventaron la venta con libreta, la que operaba más o menos de la siguiente manera:
 
El tendero tenía un libro en el que destinaba varias hojas a un determinado cliente. Allí anotaba el detalle de cada producto solicitado por la persona, con el peso y el valor. Y dejaba constancia de los mismos datos de la compra en una libreta pequeña que estaba en poder del comprador. Entonces la información quedaba registrada en el libro y en la libreta. El tendero tenía que guardar su libro como hueso santo y el cliente aferrarse a su libreta para no extraviarla, allí estaba toda la información válida para el momento en que había que pagar la deuda.
 
Los  pagos se efectuaban cada quincena o a fin de mes. Se cancelaba toda la deuda. Y a partir de ese momento el crédito quedaba abierto nuevamente.
 
Esta modalidad de las libretas se concedía solamente a las personas que podían solventar las compras cada mes. Y los únicos que tenían la seguridad de recibir dinero a tiempo (su sueldo) eran los trabajadores de las industrias locales. De ellos se sabía que no habría morosos. En otro post señalábamos que un carnicero publicaba una lista de aquellos clientes flojos para pagar. La lista estaba a la vista del público en la ventana del local hasta que aquel se acercara a cancelar. Cumplido el compromiso se retiraba el nombre de la lista y se le ponía un timbre a la libreta: pagado.

Las bodegas de vino también concedían crédito para el “medio pato” (medio litro de vino pipeño) para aquellos parroquianos que no tenían efectivo en algún momento, pero sí la necesidad de remojar la garganta. Los bodegueros anotaban la deuda en su libro, salvo que en este caso al cliente no se le pasaba ninguna libreta. Bastaba la buena fe del expendedor.

Fue así como nació una expresión típica en Penco “tomar al rayeo”. Esto era que hecha la compra sin cash, el deudor firmaba en el libro donde quedaba registrada la deuda. Muchas veces la tal firma era una “mosca” o, si usted quiere, una raya. De allí el concepto popular: el rayeo. Pero, incluso los clientes más borrachines debían demostrar algún ingreso estable para acceder al rayeo en alguna bodega pencona y poder apagar la sed a cualquiera hora del día y sin chinchín.

EL DURO OFICIO DE AQUELLAS MUJERES QUE LAVABAN ROPA EN PENCO

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Foto tomada de internet (www.pineterest.com).
Para las dueñas de casa de Penco lavar fue siempre un "cacho" hasta que las máquinas lavadoras y las secadoras entraron en el mercado como un aluvión. Antes ellas le sacaban el cuerpo a la obligación de lavar por lo sacrificada y aburrida. Así la ropa sucia se iba juntando en grandes rumas en los hogares. Esta situación por sí sola creó el oficio de lavandera, mujeres que prestaban el servicio de lavar ropa. Y las había de dos tipos, una las que llevaban la ropa sucia ajena para lavarla en sus casas; y la otra, era el lavado a domicilio. Un trabajo no apetecido, de baja remuneración y harto sacrificio.

Aquellas que lavaban en sus casas tenían las herramientas: una artesa o batea de madera, una tabla para restregar y una escobilla de mano con cerdas de escoba. La ropa la remojaban en abundante agua y detergente en la artesa y luego venía el refregado con la escobillas contra la tabla de lavar. Dependiendo de la cantidad de mugre, el agua sucia quedaba de color gris. La lavandera entonces quitaba el tapón de la batea y el agua se iba por gravedad, caía a una acequia y el curso seguía hasta la calle. El agua sucia corría por la calle y se iba a la pozos de aguas-lluvia. Después venía el primer enjuague en la misma artesa, el segundo enjuague y a colgar la ropa en largos alambres en los patios. El viento pencón hacía lo suyo y a las pocas horas las sábanas estaban listas para ser entregadas a la clientela. El resto de la ropa también. Las camisas se planchaban, lo demás iba así no más. A menos de una cuadra de la plaza de Penco se veía la evidencia de esta actividad emprendedora por la calle Las Heras –cuando lucía adoquines-- donde sus cunetas estaban la mayor de las veces cargadas de agua fétida.


Las lavanderas a domicilio tenían menos recursos. Iban de casa en casa prestando sus servicios. Se instalaban a lavar todo el día. Sus manos sin protección permanecían metidas en el agua con detergente (lavasa) restregando y restregando. Al final de la jornada se retiraban agotadas de tanto estar de pie, e inclinadas aplicando su fuerza sobre la tabla de lavar. Pero, regresaban contentas a sus modestos hogares con algo de dinero y con la esperanza de obtener algo más al día siguiente en otra casa pencona. 

"¡LLEGÓ CHARQUI A PENCO!", UN DICHO CON DOS ORÍGENES

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Ilustración de un asalto pirata a una ciudad chilena, según el libro de Historia de Chile de Walterio Millar.
¡Llegó charqui a Penco! Esta afirmación la abordamos en nuestro blog el 5 de diciembre de 2009. Entonces sostuvimos la versión más conocida, que la expresión se habría originado en las correrías del corsario inglés Bartholomew Sharpe (1). Y que en respuesta a esa amenaza latente la gente local de la colonia pronunciara despectivamente el apellido Sharpe como “charqui”. Agregábamos también, y a modo de pura especulación nuestra que este filibustero pudo haber pensado en asaltar Penco pero que renunció a ello quizá informado de que la ciudad era una capital militar. A este respecto no hay datos históricos que conozcamos.
Sin embargo, Sharpe asestó duros golpes en otros puntos de la costa de Chile. En Coquimbo fue especialmente sanguinario. El blog piratas y corsarios en la colonia de Chile dice al respecto:
“Como amargo recuerdo de esta incursión de Sharp quedó la frase que se gritaba en Santiago al saberse el desembarco de los piratas en Coquimbo:
¡Llegó Sharp a Coquimbo!”
La intempestiva aparición del pirata inglés Bartolomé Sharpe en la rada coquimbana ocurrió el 13 de diciembre de 1680. Sharpe y sus secuaces se tomaron La Serena al día siguiente.
 
Está en los anales el asedio de numerosos piratas a las costas de Chile durante décadas posteriores. De ese modo en cada avistamiento de algún barco pirata, los coquimbanos recordaban a Sharpe y gritaban: ¡Ahí viene Charp! Y así pudo surgir ¡Llegó charqui a Coquimbo!
Muchos años después cuando del temido pirata inglés sólo quedó el nombre, al alias charqui se le dio otros usos para situaciones algo paralelas. Benjamín Vicuña Mackenna sostiene que  de ahí viene la expresión popular: “¡Ya llegó Sharp a Coquimbo!" para referirse a la llegada sin aviso de algún sujeto alegre o molestoso a alguna casa, lugar o reunión.
 ¡Llegó charqui a Penco!
 
Según la misma fuente citada al comienzo, nada tiene que ver ese dicho muy popular en Penco con el pirata Sharpe, sino que con el buen y sabroso charqui de Florida, de Ñipas, de Coelemu o de Itata que llegaba a Penco para su comercialización.
Fernando Campos Harriet.
 
Dice el historiador Fernando Campos Harriet: "La verdad es que el dicho recordaba todo lo contrario; que algo bueno había llegado a Penco. Y eso bueno había sido precisamente el charqui. Por eso cuando una niña bonita aparecía en los bailes pencones y vehementes galanes la rodeaban, más de algún viejo envidioso y haciéndosele agua la boca, exclamaba ¡Llegó charqui a Penco!". (2)
 
(1) Usted observó aquí que en este relato el apellido del corsario está escrito de dos maneras Sharp y Sharpe. Según Wikipedia y otras fuentes históricas es Sharp; pero el informe oficial que el pirata presentó al rey de Inglaterra  él lo firmó Sharpe. Nos hemos quedado con esta segunda versión cuando el texto es nuestro y con Sharp cuando proviene de una cita que se decidió por esa opción.
 
(2) El primer relato sobre ese pirata y su relación con Penco aparece en el post del 5 de diciembre de 2009 de este blog. 

LAS PONEDORAS DE COSMITO QUE CRAV CEDIÓ A SUS TRABAJADORES

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Foto tomada del sitio www.granjasantaisabel.com (España)

Ocho ponedoras de raza entregaba CRAV a aquellos  trabajadores  que se matriculaban en un programa para pro­ducir aves y huevos, en virtud de un acuerdo entre el sindicato de la refinería con la empresa para ese fin. Las gallinas procedían de Cosmito, la granja modelo que rompía todos los esquemas en producción de alimentos frescos: carnes magras, leche, hortalizas. Y la granja era propiedad de CRAV.
La iniciativa tuvo entusiasmados a los trabajadores y sus familias por varios años. Los que resultaban favorecidos con el programa de las ponedoras recibían apoyo de la compañía.  Les construían gallineros en los patios de sus casas  técnicamente diseñados para el propósito y, más aún, les proporcionaba el alimento para las aves, consistente mayormente en afrechillo.
El acuerdo empresa-sindicato-trabajador  funcionaba de la siguiente forma, según recuerdan muchos todavía en el ex recinto de la refinería: Les entregaban ocho gallinas cada una con una pata enanillada, con inscripción de fecha, raza  y propiedad. Al trabajador le quedaba clarito que el anillo impedía la venta de las aves. Una vez a la semana pasaba un recolector de huevos; una parte era para la empresa y la otra para el consumo del hogar.
Personas que se acogieron a esta iniciativa nos dijeron que las gallinas ponían dos huevos diarios, uno en la mañana y el segundo en la tarde. Así un ejemplar daba diez huevos a la semana y si multiplicamos por ocho, se trataba de ochenta huevos cada vez. Supongamos que los dueños de casa se quedaban con la mitad, disponían de cuarenta huevos para el consumo doméstico o para  otros fines.
El triángulo formado por la casa del trabajador, la empresa CRAV y la granja Cosmito funcionó muy bien por largo tiempo entre los años cincuenta y sesenta. Los huevos que entregaban los trabajadores llegaban a la granja, donde existían los canales de distribución para la venta. Dependiendo de la temporada del año, Cosmito retribuía a los trabajadores y sus familias con choclos frescos, apio y otras hortalizas.

Así funcionó el proyecto que produjo huevos, dio trabajo a los dueños de casa y reportó un quehacer entretenido que favoreció a todos. El remate de Cosmito y su desaparición como como granja, muchos años antes del cierre final de CRAV en 1976, terminó con esta actividad que mucho aún recuerdan con un poquito de nostalgia.  

DOS CARAS DE LA MUNICIPALIDAD DE PENCO EN LA HISTORIA RECIENTE

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Dos fotografías captadas desde un ángulo parecido para ilustrar un mismo sujeto: el edificio de la Municipalidad de Penco en dos momentos distintos de su historia. La imagen de la derecha es un detalle de una fotografía captada por el vecino pencón Arno Cox hoy fallecido. En realidad el tema de la foto es otro, que abordaremos más adelante. Nosotros hemos tomado el plano de fondo donde se aprecia claramente el edificio de madera donde hasta mediados de los años cincuenta funcionó la Municipalidad local. El inmueble tenía un acceso a través de un corredor y las oficinas se distribuían en toda la superficie de una planta. El juzgado de policía local funcionaba en un edificio anexo con orientación perpendicular a esta fachada y que daba hacia la calle Maipú. El techo de la municipalidad era de planchas acanaladas de asbesto cemento. Un siniestro redujo a escombros todo el conjunto consistorial. Esta foto es propiedad de la familia Suárez-Ferrada.
Al lado izquierdo, la imagen muestra, más o menos, en la misma perspectiva y ángulo el edificio actual de la Municipalidad de Penco.

IDA Y REGRESO AL SECTOR DE CIENEGUILLA AL NORESTE DE PENCO

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Trozo de camino asfaltado, a unos centenares de metros
antes de llegar a Primer Agua Abajo, paso obligado en nuestro viaje a Cieneguilla.


Lindas propiedades se pueden ver junto al camino en el sector situado
entre El Durazno y Cieneguilla, a unos 12 km de Penco.
Rosas mosquetas maduras sorprenden con su vivos tonos rojos en torno a las propiedades
privadas en el sector de Cieneguilla.
Primer impacto visual de la Bahía de Concepción que tienen los viajeros que
vienen bajando hacia Penco por el Camino Real.


Basta detenerse un poquito para apreciar la bahía, con el puerto de Lirquén y al fondo
la imponente isla Quiriquina

Lirquén domina la perspectiva norte de la vista que ofrece el Camino Real.
Penco en la ribera de la "mejor bahía de todas Las Indias", en las palabras del conquistador Pedro de Valdivia.
Panorama que se observa hacia el suroeste. Al fondo se ven los cerros llamados "tetas del Biobío" y
hacia la derecha, la bahía de San Vicente. 

EL PIRATA QUE PENÓ EN PENCO SE EXTRAVIÓ EN UNA TORMENTA

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La historia, los historiadores y los escritores tienen y tendrán abundante material que investigar en la vida de piratas. Nosotros nos enfocaremos en ese temido corsario que estuvo penando en Penco por varios años Bartholomew Sharp (o Sharpe). Como decíamos en otro post Sharp o Sharpe era esperado por acá, hecho que exigía a la ciudad a no bajar la guardia. Eso fue alrededor de 1681. Valparaíso también estuvo en las mismas. Pero, el bucanero no se presentó ni aquí ni allá. Donde sí asestó golpes bajos fue en Coquimbo y en Arica. Sin embargo, en esta última salió trasquilado, mataron a su partner  y  numerosos compañeros piratas fueron capturados y colgados.
Foto de Wikipedia. El Cabo de Hornos.
 
Luego de tres años de correrías por las costas del Pacífico entre Panamá y Chile y de apropiarse de cargamentos de al menos 25 embarcaciones españolas, Sharp o Sharpe habría decidido regresar a Inglaterra y para ello se dirigió al sur para tomar el estrecho de Magallanes, la ruta natural para salir al Atlántico. Sin embargo, he aquí que le pasó otro fiasco…  Cuando navegaba en esa dirección su buque Trinidad fue alcanzado por una tormenta. La galerna era tan abrumadora que el Trinidad no pudo ingresar en el estrecho y empujado por los  fuertes vientos siguió alejándose más al sur a la deriva. Recién pudo girar al Este a la cuadra del Cabo de Hornos. Debió seguir navegando bajo inclementes condiciones hasta que por fin luego de pasar cerca de la isla de Los Estados  pudo abrirse paso hacia el norte por el Atlántico.
Este episodio hizo que el temido Bartholomew Sharp o Sharpe matriculara su nombre como el primer capitán en la historia en navegar a través del Mar de Drake de Oeste a Este. Pero, lo hizo exigido por la fuerza de la naturaleza, no porque él se lo hubiera propuesto. Esta aventura está narrada en el libro “El peligroso viaje y los audaces asaltos del capitán Bartholomew Sharp”, de Basil Ringrose, Londres 1684. Ringrose fue compañero de Sharp o Sharpe en sus fechorías, pero tenía el talento narrativo de un cronista a pesar de su defecto de pirata. Él nos entregó aspectos de las correrías del capitán que le penó a Penco.

LAS TINTORERÍAS DOMÉSTICAS EN PENCO

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Las modernas tintorerías no se conocían entonces, menos todavía en Penco. Había un par importante en Concepción: Limpiatex era una; Olimpia, la otra. Sin embargo, en la ciudad penquista también había más de estos negocios pero de menor monta. En esas empresas teñían y limpiaban los textiles que usted pidiera.
 
En Penco, la gente ensuciaba sus ropas con frecuencia porque había grasa por todas partes: las cortinas metálicas de los almacenes estaban embadurnadas con lubricantes negros y espesos. Si alguien entraba allí corría el riesgo de recibir una mancha rebelde. Y había otra serie de fuentes para untarse o mancharse. La edad industrial que se tuvo una potente expresión en la comuna ofrecía más opciones para sufrir uno de estos accidentes que hoy en día. Así, la gente lucía los vestones o los pantalones manchados como resultado del entorno… Y qué decir de las micros sucias por dentro, las carretas de mano y la  lubricación de sus ejes, etc. Ir en tren significaba ensuciarse por el humo del carbón o porque las bielas de las locomotoras aceitadas dispararan gotas calientes y penetrantes en todas direcciones. En ferreterías como El Ancla, ubicada en Las Heras esquina Robles, vendían dos tipos de grasa: una negra y espesa que parecía alquitrán y otra rubia, que la llamaban grasa consistente. Don David Queirolo las tenía expuestas en barricas de madera en la puerta del negocio. Los campesinos le compraban ese producto a granel para engrasar sus carretas y lubricar otras herramientas de labranza…
A ese panorama descrito hay que agregar las manchas propias de otras actividades como las fiestas, las reuniones sociales, las cenas. En esos casos, por ejemplo, un trozo de carne desprendido del tenedor que rodaba por la pendiente de un pantalón dejaba una mancha feroz. Una copa de vino pipeño que alguien sin querer pasaba a llevar mojaba a los comensales. O sea, manchas feas aquí y allá. Los ternos, los ambos y los trajes sastre no podían lucir esas sombras grasientas. ¿Qué hacer?
La necesidad hizo que en Penco muchas personas se dedicaran a este oficio quienes ponían carteles en sus ventanas “limpiamos trajes”, “saque sus manchas aquí”. Nacieron, por así llamarlo, las tintorerías domésticas. Mi vecina María Ortiz, por ejemplo se dedicaba a esta actividad. Ella era una maestra en dejar los ternos, los ambos y los trajes sastre como nuevos gracias a su técnica. Para retirar las manchas se usaba bencina blanca. Ella tenía su botella de este producto con grandes cantidades de algodón. Los días soleados ella se instalaba a limpiar ropa sobre una tabla de planchar en la puerta de su casa. De ese modo los efectos de respirar bencina blanca eran menos molestos. Cuando lo hacía en espacios cerrados corría en riesgo de dolores de cabeza. Impregnaba las zonas manchadas con el combustible que de inmediato disolvía la grasa, entonces María aprovechaba la humedad para retirar los residuos con los algodones. Esta tarea le llevaba horas. Hasta que por fin terminaba. Tendía la ropa al airea para que se le fuera el olor y más tarde se instalaba a planchar. Dejaba los trajes impecables. La gente valoraba su trabajo y cada vez clientes conocidos venían a su casa a pedirle que les hiciera limpiados. Hoy en día, esa práctica parece olvidada…

PENCO CONOCIÓ ANTES QUE LOS GRINGOS EL SERVICIO DE COMIDA CON REPARTO A DOMICILIO, EL ACTUAL "DELIVERY"

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Calle Freire entre Alcázar e Infante, vereda norte.

Me resisto a aceptar que los gringos hayan inventado el sistema de "delivery" o reparto de comida a domicilio según pedidos. En los año 50 (de 1950) en Penco ya se había implementado un servicio de ese estilo. Había familias que ofrecían pensión, esto es comida casera lista para servir. Una de estas familias la encabezaba la señora Coty, que tenía su casa en Alcázar más o menos en la segunda entrada de la perspectiva que muestra la fotografía. La señora Coty tenía un comedor con varias sillas y allí servía sus apetitosas cazuelas de vacuno o porotos con mote a clientes que pagaban mensualmente por este servicio, mayormente obreros de Fanaloza. La señora Coty despachaba viandas con comida a aquellos clientes que estaban en turno. En fin, disponía de una enorme cocina de fierro que usaba leña como combustible. Tenía ayudantes mujeres y su marido iba a comprar al mercado pencón los ingredientes todos los días muy temprano. Importante, la señora Coty no vendía vino, los clientes tenían que aceptar eso. El trago se lo tomaban después, en otra parte.
 
Si por motivos de fuerza mayor, por enfermedad o por hacer algún trámite en Concepción, las dueñas de casa del sector no alcanzaban a tener el almuerzo a tiempo, enviaban a sus hijos a donde la señora Coty a comprar comida hecha. Bastaba con que la persona encargada de ir a traer las porciones se presentara en el lugar con un tiesto o una olla vacía. Con un gran cucharón la señora Coty llenaba con presas y caldo hirviendo esos tiestos y luego de pagar el costo de la compra, el enviado regresaba a casa con comida lista. La carta de esa pensión incluía tres platos: cazuela, legumbres y fritangas: bistecs o pescado.
 
Había gente que estaba inscrita en sus registros así que el servicio incluía despachar a la casa de los clientes la comida caliente recién hecha. Para eso, ella se valía de niños despachadores, los que recibían a cambio alguna propina...
 
El servicio de comida lista para servir y o para llevar existía en Penco desde mucho antes que conociéramos la palabra "delivery", una sofisticación agringada para una actividad que no era ninguna novedad en la comuna.

EL BOXEO QUE SE PRACTICÓ EN PENCO FUE POR LEJOS SUPERIOR AL QUE EXHIBIÓ LA LLAMADA "PELEA DEL SIGLO"

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Manny Pacquiao y Floyd Myweather protagonistas de la pelea del siglo que dejó más críticas que loas.

Nunca vi una velada de boxeo más desabrida que “la pelea del siglo”(2 de mayo de 2015, Las Vegas, Nevada, USA). Un contendor huyendo y refugiándose y lo peor, le dieron el triunfo (Myweather). Y el que gastó toda la energía, que enfrentó, que encaró y ofreció combate, salió derrotado (Pacquiao). Mal.
Cuando niño estuve vinculado al boxeo. Mis tíos Raúl Palma y Luis Palma era boxeadores, defendían los colores del club de la industria donde trabajaban: Textil Bellavista, Tomé. Yo iba a todas sus presentaciones en los escenarios de la zona. Los acompañaba a sus entrenamientos y me hacían ponerme los guantes y me enseñaban a dar golpes. Cuando ellos se retiraron, ya no tuve nada más que ver con la actividad. Por tanto, tengo alguna base para opinar sobre esto, en especial si vi la pelea por televisión con el audio en mudo para no dejarme influir por los comentaristas de allá y de acá. Fue una pelea al borde de la estafa, como se decía entonces “puro tongo”.

Pero, dejemos de lado el tongo y vamos a lo que me interesa compartir con ustedes, en Penco se libraron combates de boxeo muy superiores a la pelea del siglo, sólo que no existían de por medio ni los millones de dólares, ni la sintonía mundial de TV ni las estrellas del cine sentadas en la platea. Ésa era la diferencia. Los boxeadores de entonces luego del show se duchaban con agua helada, guardaban sus ropas en una bolsa y se iban caminando para su casa o tomaban el último tren. Pero, se retiraban contentos de haber brindado un tremendo espectáculo. ¿Habrán sentido lo mismo los boxeadores de anoche y los jurados? No creo, sólo pensaban en el dinero…
Los combates en el cuadrilátero de Penco eran épicos. Los púgiles se daban con todo, los protectores bucales saltaban lejos. A veces las peleas de detenían porque un guante de desabrochaba. Y qué decir fuera del espacio del match. La gente gritaba, lanzaba tallas simpáticas, chispeantes, el público celebraba los golpes y las tallas. En lugar de mujeres despampanantes, teníamos a la Tuna lanzando epítetos de apoyo al boxeador que ella apoyaba desde el ringside. Circulaban por el recinto vendedores de piñones, de castañas. Estábamos habituados al tañido de la campana, a ver a los entrenadores y sus asistentes subiendo a la lona con un balde y una botella. Le daban agua al púgil, en su rincón, éste tragaba un poco y el resto lo escupía o arrojaba al balde… Cuando la pelea era muy desigual, el técnico del boxeador averiado lanzaba una toalla sobre la lona y la pelea terminaba.
Por eso, es que afirmo que en Penco las veladas boxeriles de entonces, en las que participaban boxeadores de la región, fueron  por lejos mejores en calidad y espectáculo que lo que vimos anoche en Las Vegas. Los escenarios eran alternativos algunas veces la reunión era en el Gimnasio de  Fanaloza y en otras, en el Centro Deportivo de la Refinería. No creo que haya registros fotográficos o de cine de lo que estoy diciendo.

EL LAUTARO DE PENCO, ENORME MURAL AL AIRE LIBRE ES UNA RÉPLICA REALIZADA POR EL ARTISTA ROBERTO ZUCHEL

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El Lautaro de Penco, obra gigante del artista local Roberto Zuchel.
Le brinda carácter, temperamento y personalidad a la esquina norte de la plaza de Penco esa enorme estampa de Lautaro adosada a un muro de la escuela Isla de Pascua, edificio que debe tener 60 años, y que fuera inaugurada recientemente. La obra clásica El Joven Lautaro del pintor Pedro Subercaseaux fue plasmada en 35 metros cuadrados en cerámica pintada en colores por el artista de Penco Roberto Zuchel. Esta representación es una pieza mayor y la técnica empleada le permitirá sobrevivir incólume frentes a las condiciones climáticas más extremas. Las piezas de cerámica pintadas fueron “cocidas” a 800 grados de temperatura. O sea, ni el sol abrasador del verano, ni el granizo ni el frío más extremo que se pueda registrar en Penco modificará un ápice el color original aplicado por Zuchel.
El mural mide 7 m de alto por 5 m de ancho.
El Joven Lautaro tiene las siguientes dimensiones: 7 metros de alto por 5 metros de ancho. Para cubrir esa superficie el artista debió emplear 525 azulejos de 20 x 30. Todo el trabajo de pintado lo realizó en su taller de calle Talcahuano. “La idea es que este mural sea permanente”, nos dijo el autor. Y agregó que había instruido a sus hijos, quienes también se dedican a esta actividad, para efectuar las reparaciones correctas de presentarse algún problema, como por ejemplo que alguna palmeta se desprenda por razones de pegamento, vibraciones o condiciones del muro. Todo está calculado para que el Lautaro de Penco sea una imagen permanente.
Roberto Zuchel trabajó en pintado a mano en la sección Decorado de la antigua Fanaloza. Retirado de esa industria decidió continuar con su arte en forma independiente instalándose con un taller en Penco. La obra que luce frente a la plaza local fue una iniciativa del municipio pencón, el Centro Cultural de la ciudad, con Francisco Mardones a la cabeza, y el apoyo de la Sociedad de Historia de Penco. Con esta obra Zuchel materializa una aspiración personal, dejar una obra suya para el bien de la comuna.


Sonriente joven mapuche en el pasado festival de la etnia en Penco.
Lautaro tiene desde ahora su sitial en Penco, ciudad en la que desarrollan sus actividades culturales y ancestrales numerosas organizaciones mapuches. En febrero pasado, por ejemplo, se celebró el segundo festival mapuche en el mirador de los pinos de la comuna. El encuentro tuvo una gran convocatoria regional.


EL NOMBRE DEL GUITARRISTA CARLOS SANTANA PUDO HABER CONFUNDIDO A MUCHOS EN PENCO

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Carlos Santana actuando en Woodstock 1969.

Mi amigo Carlos Santana vivía a las espaldas de mi casa en Penco. Era un niño quieto, algunas veces triste, hablaba poco. Conversar con él significaba que la comunicación iba de aquí para allá más que de allá para acá. Un buen muchacho, apartado de bulla. Un día cualquiera dejé de verlo y no supe nunca nada más de él. Por eso cuando diez años después de la última vez que lo vi y oí su nombre nada menos que en el cine, me quedé paralizado.

Eso fue en 1970 cuando en los cines de Concepción se proyectó un documental que mostraba las jornadas de música moderna vividas un año antes en las colinas de Woodstock, en los alrededores de Nueva York. En Woodstock actuó un artista latino de nombre Carlos Santana. Pero, la película no daba ni un detalle acerca de este personaje y como no existía Google, no había ni una posibilidad de averiguar más. ¿Sería el mismo Carlos Santana que había desaparecido de mi horizonte? Y me planteaba más preguntas: ¿Mi amigo habría tenido habilidades musicales que nunca supe ni le conocí? Durante un buen tiempo quedé con la duda, pero se fue disipando la cosa cuando por los diarios comenzaron a asomar datos del artista. Era mexicano, nacido en Jalisco en 1947 y nacionalizado estadounidense en 1965.
Carlos Santana en una entrevista reciente en la TV estadounidense.
Bueno, debo ser franco; el algún momento de esos primeros días después de Woodstock estuve casi convencido que ése debía ser mi amigo de infancia. Porque se había hecho humo del entorno pencón a finales de los cincuenta. Pero, con todo respeto y sobre la base de los datos que he dado, si mi razonamiento fue erróneo sí puedo decir con plena certeza que en Penco también hubo un Carlos Santana. ("¡Pucha que le ponís!")

OBRAS MUNICIPALES DE PENCO ROMPEN EL VIEJO PARADIGMA DE LA INACCIÓN

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Informe gráfico con las cien obras de la administración edilicia de Penco.
 Un acontecimiento político y social del mayor interés para la comuna fue la lectura de la cuenta pública 2015 del alcalde Víctor Hugo Figueroa, realizada en el gimnasio municipal de Penco ante numeroso público e invitados especiales. El documento leído se tituló “Cien Obras en los primero 25 meses”. En la oportunidad se entregó un impreso desplegable que contiene fotografías del centenar de obras terminadas y de proyectos en marcha que benefician a Penco, Lirquén y Cerro Verde. En este texto destacaremos sólo algunos de los cien.
El número 21 es clave: se realizan trabajos para terminar el edificio de servicios públicos en la esquina de Maipú con Freire. La obra gruesa de este inmueble estuvo congelada por casi diez años debido a problemas legales y financieros. Por tanto se había convertido en un lunar vergonzoso, en pleno corazón de la ciudad. Bien porque estará terminado pronto. No hay que olvidar que ese edificio ocupa el solar que antiguamente fue propiedad de las Hermanas Ulloa: Julita, Dora, Carmen y Juanita. Ellas tenían un almacén en esa esquina y en el espacio interior alguna vez administraron una escuela.
Número 20, la actual administración municipal gestionó al más alto nivel la obtención de los recursos para la construcción del nuevo edificio de la Comisaría de Carabineros. No olvidemos que el anterior cuartel policial databa de 1937 y muchos alcaldes anteriores no se enfocaron en darle una solución.

Número 4, mejoramiento del acceso a la playa de Lirquén. De ese modo tanto los turistas como los lirqueninos disponen ahora de una infraestructura digna de ingreso a su hermoso balneario. La playa de Lirquén es muy agradable, quieta y abrigada del viento sur y con su vistoso acceso quedó a las alturas…
Número 91, adquisición de una clínica dental móvil. Esta unidad permitirá llevar servicio y prestar atenciones mayormente en el área rural de Penco. Agreguemos aquí el número 35, la compra de una ambulancia especial para enfermos postrados. Esta es una tremenda ayuda a esas personas que necesitan un trato más digno por su salud quebrantada. Bien.
Número 75, puesta en marcha de un programa es esterilización gratuita para mascotas. Esta actividad municipal permitirá controlar el aumento de la población perruna, en especial de aquellos animales sin dueños o abandonados por sus amos. Aunque les tengamos muchos cariños a los perros, la sobre población de estos animales en las calles de la ciudad es un problema.
En lo cultural destacamos el número 34, el mural de grandes dimensiones de homenaje al toqui Lautaro desplegado en la muralla de la escuela Isla de Pascua y que enfrenta la esquina norte de la plaza local. El número 94, la señalética de hitos históricos, que recuerda qué fue lo que hubo allí en tiempos pretéritos. El número 81, la construcción del museo comunal, en la esquina de Las Heras y calle Penco. El número 63, la creación del circuito patrimonial que resaltó la vida de personajes históricos con la participación de entusiastas actores. El número 71, la instauración de diversas festividades gastronómicas en Lirquén. El número 100, la organización de la fiesta de la chilenidad en Playa Negra.
El alcalde Figueroa y la obra 84, que subraya el sello social de su mandato.
La administración del alcalde Figueroa también ha puesto énfasis en apoyar y dignificar la educación local. El número 99, nuevo preuniversitario municipal con 200 alumnos permanentes. El número 86, un nuevo sistema de calefacción para diez escuelas penconas. El número 50, jardín infantil en Villa Montahue. El número 48, mejoramiento de patios para escuelas. El número 60, hermoseamiento de la cuadra del frontis del Liceo Pencopolitano en la calle San Vicente.
Y finalmente destacamos el número 1, la construcción en marcha de la nueva Delegación Municipal de Lirquén. 

EL SUEÑO DE CASI TODOS ERA PODER CONDUCIR UN TREN

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Esta era la visión del maquinista de tren desde su puesto de conducción.
Este texto no pretende ser nostálgico. Los trenes de antaño no existen y están en la historia. Aquí sólo queremos testimoniar cómo veíamos esa labor del personal ferroviario a bordo de los trenes. Intentamos no olvidar cómo fue eso o cómo lo vimos tantas veces viajando de Penco a Lirquén, Tomé o Chillán en esos vagones del ferrocarril. Fue lo que observamos como usuarios, no sabemos qué otros problemas o satisfacciones tuvieron los trabajadores de ese servicio. Pero, lo curioso del caso era que casi todos los niños de Penco queríamos ser maquinistas porque viajar en tren era encantador.
El porta-testimonios en la estación, herramienta clave para dar seguridad en el derecho a vía de los trenes.
En los tiempos de las locomotoras a vapor para operar un tren de pasajeros se requerían cinco personas: el conductor y su asistente, el responsable del carro de equipajes, el maquinista y el fogonero. La pega más dura se la llevaban estos dos últimos.
En cada estación el maquinista bajaba a aceitar las bielas de la máquina.

El conductor tenía que velar por la seguridad del tren y controlar que los viajeros hubieran pagado sus pasajes. Así revisaba los boletos y los marcaba. Cuando los trenes tenían muchos carros el trabajo lo dividía con su ayudante, ambos iniciaban el control de los boletos desde los dos extremos del tren. En cada estación era el conductor el que daba el ¡vamos! con su clásico pitazo de árbitro de fútbol. Y el tren de ponía en marcha de nuevo, rumbo a su destino.
El encargado del carro de equipajes era como el bodeguero. El vagón con las encomiendas iba pegado con la locomotora. Contenía los bultos despachados a distintos lugares por clientes que usaban este servicio del tren. Su labor consistía en cargar y descargas los paquetes y encargos pagados en origen. Sólo tenía que ir atento en que estación debía bajar tal o cual bártulo.
Una gráfica de época muestra a maquinista y fogonero en una locomotora a vapor.

El trabajo duro era el de los hombres dentro del habitáculo de la locomotora. El maquinista tenía que cuidar de la velocidad del tren, estar atento a que la vía estuviera despejada. Si consideramos que su opción de mirar hacia adelante no era buena, porque tenía una visión lateral, conducir el tren era complicado. Imaginemos la visibilidad cero cuando ingresaba en un túnel largo o con curvas. Él debía aplicar los frenos, acelerar la marcha, ir atento a la señalética, hacer sonar los silbatos, accionar la campana cuando el tren ingresaba a la estación, recoger ahí el testimonio que le daba vía libre, etc. Y cuando el convoy estaba detenido, debía bajar con herramientas y alcuza. Siempre había un perno que apretar, siempre era necesario aceitar las bielas. O sea, este hombre no tenía descanso.
Pasajeros en un vagón de primera clase. Nótese los asientos forrados en cuero y las cortinas en las ventanas.
La otra tarea durísima era la del fogonero. Se requería de mucho físico y musculatura. Armado de una pala toda de acero, la responsabilidad de este trabajador era alimentar la caldera de la locomotora, echarle carbón todo el rato. Tenía que recoger la palada de carbón de la carbonera, girar en 180 grados y arrojar el combustible sólido al fuego. Así una y otra vez.  Esta función no podía detenerse porque con poco calor la máquina perdía fuerza. Era tal la exigencia de esta labor que el fogonero viajaba siempre con el torso desnudo así lloviera o la temperatura ambiente estuviera en el cero. Como se secaba la transpiración frecuentemente su cara estaba sucia con el carboncillo. En determinadas estaciones tenía otra tarea pesada: cargar los estanques con agua. Debía mover una enorme llave del ducto de suministro y dejar caer el agua. A veces la presión era tan grande que el hombre se mojaba entero. Y de ahí pasando sobre el carbón de la carbonera ir a su puesto, inclinarse, agarrar la pala de fierro y echarle carbón a la caldera. Debió ser un trabajo para enfermarse…

Entre tanto, los pasajeros de primera clase tomaban desayuno o cenaban agradablemente en el coche comedor. Ni se imaginaban el drama y la responsabilidad arriba de la locomotora.
Los trenes de viajes largos: Conce-Stgo. o Stgo.- P.Montt incluían el servicio de coche comedor.


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