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CHILLÁN AÚN GUARDA PERFILES URBANOS QUE ALGUNA VEZ TUVO PENCO

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Pabellones similares a los que hubo en Penco aun quedan en Chillán, en avenida Palermo cerca de la medialuna.
Construidos por el gobierno después del devastador terremoto de 1939, los pabellones de emergencia de Penco fueron un clásico de la ciudad en la esquina de Alcázar con Freire. Los hicieron siguiendo un patrón –como todo lo que emprende el estado—que se aplicó donde fue necesario: los pabellones de Manuel Rodríguez en Concepción; los de la avenida Palermo en Chillán (las tres fotos) cerca de la medialuna. El mismo estilo sirvió para la edificación de colegios públicos (como el que se incendió en Freire al lado del mercado, las escuelas N° 31 y N°32) o para levantar hospitales como lo fue el de O’Higgins y Yerbas Buenas. Eran todas edificaciones de madera nativa, con muy buenas terminaciones, baños higiénicos, cocinas.
               La planta de una casa de esos pabellones incluía un corredor techado, con piso de cemento y un poste en el medio. Sin duda, creado para que los moradores pudieran habilitar uno nuevo espacio cerrado. Dos ventanas y una puerta con ventana. Dos piezas grandes unidas por una puerta para el uso de una cortina divisoria; hacia la parte posterior había un corredor techado también parecido al de la entrada, pero de menos superficie pensado para otra habitación que bien podría ser un comedor del diario. En la segunda mitad, hacia un costado estaban el baño, con ventana al exterior y una cocina con “pollo”(*) también dotada de ventana. A ella se accedía por un pequeño pasillo entre la parte posterior del baño y la segunda pieza grande. Sobre el “pollo” había una enorme campana de latón que extraía los humos por una chimenea.
               Más atrás había un patio multipropósito, había gente que construía más piezas y otros que lo usaban para huertas, gallineros o espacio para tender ropa. Esa superficie debió tener 5 x 7 metros. El techo de los pabellones estaba cubierto de planchas de asbesto cemento fabricadas por Pizarreño. Canaletas conducían las aguas lluvias hasta el suelo.
              
Estas casas de Chillán, iguales a las mencionadas en este texto, tienen casi 80 años.
El interior de esas  casas, era interesante además por la altura que tenían las piezas, probablemente 3 metros 50 centímetros. Hoy en día los departamentos apenas pasan de los 2 metros 20 centímetros. Los hicieron altos seguramente para disipar posibles concentraciones del gas monóxido de carbono producto del uso de braseros a carbón vegetal.  Al frente había una vereda angosta que facilitaba el desplazamiento de los vecinos, todos gente conocida por año, por vidas enteras.

               Los pabellones de emergencia de Penco –¿por qué no les pusieron un nombre?—fueron dos unidades de diez casas cada una, que estaban dispuestas en paralelo a la calle Freire.  En total veinte familias vivían allí. Cuando llegó el gobierno de la Unidad Popular, se decidió construir un proyecto inmobiliario para los moradores de los pabellones y para otros grupos de poblaciones a fin de mejorar los estándares de vida. Fue así como nació la actual remodelación de Yerbas Buenas, Cochrane, Blanco y línea férrea. El gobierno de la época llamó a esa población “Ñancahuazú”, evocando en lugar de Bolivia donde murió el Che Guevara. Cuando llegaron los militares, las nuevas autoridades de la vivienda le cambiaron el nombre por el actual  “Lord Cochrane”.
La avenida Palermo de Chillán guarda aún el perfil de las casas del estilo de los pabellones de emergencia de Penco.


(*) Pollo, término empleado en esos años para significar una estructura tipo barbecue actual donde se encendía fuego y las ollas, sartenes o teteras quedaban expuestas a la llama directa sobre una parrilla rústica.

PENCO TUVO UNA FIESTA DE 4 DÍAS EN EL INICIO DEL VERANO DEL 56

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               Estuvo muy peleada la elección de reina de la primavera en Penco durante diciembre de 1956, según se deduce de los artículos publicados en el diario El Sur. El segundo recuento del 2 de ese mes arrojó un claro resultado, que Beatriz Villalobos ocupaba un inalcanzable primer lugar con más de veinte mil votos. Le seguían de lejos las otras postulantes. Maritza Mignolio reunía poco más de once mil preferencias. Más atrás en la lucha por la corona de la belleza pencona estaban Sara Segovia, Ligia Stowhas, Yolanda Bulhozer, Edith Concha, Gladys Peters, Erika Müller y Victoria Treuer. A veinte días del escrutinio final nadie esperaría sorpresas. Pero, las hubo, porque se sabía que más de una candidata “tapadita” estaba lista para arrebatar el preciado primer puesto.
               El artículo de El Sur de ese día advertía que la ventaja momentánea obtenida por Beatriz Villalobos se debía al trabajo conjunto desplegado por los comités de apoyo a su candidatura de los sindicatos de empleados y de obreros de Fanaloza. Estaba más que claro que todavía no había dado la pelea el comité en formación de la Refinería de Azúcar. Una de sus candidatas (el diario no dio su nombre) gozaba de muchas simpatías en varios sectores de Penco. Por su parte el comercio local que no quería ser menos trabaja fuerte en favor de Martiza Mignolio, quien por el momento ocupaba el segundo lugar.
               El próximo recuento de votos estaba anunciado para el 9 de diciembre, el que se realizaría en el cuartel de bomberos, se anunciaba una presentación de las candidatas y se elegiría al rey feo. En este último acto que se llevaría a cabo en la plaza de Penco actuarían el orfeón de CRAV y la orquesta del Regimiento Chacabuco, entonces dirigida por el recordado maestro Adriano Reyes.

               Fue así que al término de la reñida competencia --¡sorpresa!-- obtuvo el primer lugar Alicia Müller Jara, quien de ese modo se coronó Reina de la Fiestas Primaverales de Penco 1956. Las festividades se iniciaron la noche del 20 de diciembre con una “verbena” en la plaza y un paseo veneciano por el estero. En España se denomina verbena a la fiesta del solsticio de verano del hemisferio norte para el día de San Juan. Algo parecido se celebraba acá. El programa continuaba el 21 con la gala, la coronación de Alicia I y una velada bufa en el gimnasio de la Refinería. Al día siguiente, una gran gala en el mismo recinto y  un baile popular en la calle San Vicente, entre O’Higgins y Las Heras.  El cierre de las fiestas primaverales era el domingo 23 de diciembre con un concurso de murgas y disfraces en la plaza de Penco y un gran baile con invitación a todos los vecinos.

HISTORIA DE LA POBLACIÓN JUAN PÉREZ FLORES DEL SECTOR CEMENTERIO

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NOTA DE LA EDITORIAL. El siguiente texto, preparado por Juan Espinoza Pereira, pencón radicado en Copiapó, es una retrospectiva de las vivencias de un niño en una población de los cerros de Penco en la década de 1960. El relato en primera persona incluye emotivos recuerdos los que en forma de una crónica los comparte con nuestros lectores. Agradecemos su interesante colaboración.
1964, con los primeros pobladores realizando las mediciones de los sitios para la futura Población Juan Pérez Flores.
LA POBLACIÓN JUAN PÉREZ FLORES DE PENCO
(Bajo la mirada de la matriohistoria)

Por Juan Espinoza Pereira, Copiapó

                              Por este norte desconocido estamos celebrando los 273 años de la ciudad de Copiapó, bajo un sol abrazador (08 de diciembre) y recordando nuestro pueblo origen y sus ritos pencones, como por ejemplo descansar bajo una parra cargada de uva listas para ser consumidas por los próximos sureños que arribarán a nuestra casa para Navidad y Año Nuevo. Bajo esta parra recordamos nuestras poblaciones, para mí la Juan Pérez Flores que nos cobijó por años y a través de este escrito quiero rendir un sentido homenaje a quienes hicieron posible este gran sueño de la casa propia  allá por años ’60.
                              La Población Juan Pérez Flores   --al lado del Cementerio Parroquial de Penco--, ahí un grupo de niños jugábamos y soñábamos mundos mejores; ahí mirando la bahía de Penco, el centro y los cerros con casas que rodeaban a esa inmensa ciudad a nuestra vista pequeña  desde unos de los  cerros, una hermosa ciudad llena de secretos y lugar obligado de visita para los fines de semana, en especial para el verano y las fiestas.
                              Nuestra población se gestó a partir del sueño allá por años ‘60 de un grupo de soñadores loceros que habían emigrado de diferentes lugares: del campo (Guariligüe, Treguaco, Coelemu, Florida, Arauco, Roa, Santa Rita), o de alguna caleta (Tumbes, Tubul, isla Guarello); y quienes querían establecerse cerca de la fábrica que les daba el sustento.
                              Aquellas personas que avecindaban en Penco venían colmadas de sueños de superación, por ejemplo, como vencer la pobreza del campo, ser alguien en la vida, olvidar las humillaciones vividas en los fundos o, en casos más extremos, como vencer el hambre. Ya se habían insertado en la empresa locera haciendo sanitarios, azulejos, cajones para empacar las  exportaciones; otros, cargando sílice  para las lozas en general desde la isla Guarello; otros transportando los productos del campo para la pulpería, etc. Estos pioneros querían tener la casa  propia  y se atrevieron a dialogar  con ese gran hombre filántropo  pencón,  Juan Pérez Flores para pactar la venta de un terreno para la población que albergaría a 40 familias loceras, lo cual se concreta por allá  en 1965. Los pioneros demarcaron los sitios para la futura población, que en honor al filántropo pasaría a llamarse  Población Juan Pérez Flores.
                              Ya en los años ’70, familias tuvieron el privilegio de construir sus propias casas, que en la actualidad conservan la misma estructura; poco a poco fueron llegando las familias: Parra, Roble, Escanilla, Cortés, Escobar, Oviedo, Retamal, entre otras. ¡Bravo por aquellos pioneros! Luego se pobló de niños y niñas que jugaban en el cementerio, en los bosques del señor Roa, en la casa embrujada (actual Corhabit); bañándose en la playa de Gente de Mar, en Cerro Verde Bajo y como  si fuera un viaje al extranjero: en la playa de  Lirquén.
                              La  Población Juan Pérez Flores fue la cuna donde muchos que soñaron mirando la ciudad desde la altura y que forjaron sus vidas que los llevó a unos a emigrar y a otros a convirtirse en obreros o profesionales y que aún viven en Penco; la Tercera Ciudad más antigua de este Chile. Muchos la mirábamos desde lejos, pero añorando las tardes de juego: las pichangas de fútbol, el paquito librador, el caballito de bronce, la escondida, el quechi; o simplemente los cuentos de don Pedro Escanilla, el acordeón de la familia Monroy, las peleas de cabros chicos. Para ser sincero, el centro de Penco era visto como algo inalcanzable, se miraba como un viaje al igual que ir a Concepción.
Fiesta de loceros en la década de los '80, en primera fila aparecen los primeros pobladores de la Juan Pérez Flores.
                              Quienes pertenecemos a la primera generación de la Población Juan Pérez Flores fuimos testigos de la construcción de sus primeras calles, sus veredas, los primeros cierres perimetrales, las mediaguas que fueron reemplazadas por las casas, el acarreo de agua desde los pozos cercanos, las casas alumbradas con velas o chonchones, los inviernos barrosos, los juegos en el cementerios, los hippies limpiando el cementerio para noviembre, etc.
                            Un abrazo a la distancia a todos los que pertenecen a la primera generación de la gran Juan Pérez Flores, desde el desierto de Atacama y comiendo uva.
Las uvas tempraneras del parrón del patio de Juan Espinoza P. en la ciudad de Copiapó.

PINTURAS DEL ARTISTA JOSÉ VERGARA EN EL MUSEO DE PENCO

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El artista plástico José Vergara y el director del Museo de la Historia de Penco, Gonzalo Bustos.
       En el museo de Penco permanece abierta la exposición de óleos del artista pencón José Vergara, con una de sus series de trabajos, en este caso los “falansterios”. Las pinturas despliegan una  plástica subjetiva que nace de las vivencias de su autor, pero a partir del concepto histórico de una sociedad utópica sin propiedad privada concebida en Francia en el siglo XIX y que teorizó Charles Fournier. Las obras de Vergara --de formatos medianos y grandes-- evocan una arquitectura para la vida colectiva, soñada por Fournier, que incluyen construcciones oníricas de gran factura, manejo del color, sentido del equilibrio con acento en la hipérbole pero que, al mismo tiempo, dejan la puerta abierta a la imaginación del espectador.
Un aspecto de la ceremonia de lanzamiento de la muestra "Falansterio". A la derecha, el autor, José Vergara.

     La exposición de Vergara, siguió a la exitosa muestra fotográfica de noviembre de la fotógrafa de Penco Cristina Suárez Ferrada, que incluyó escenas y postales de un interesante recorrido por Chile.
  El lanzamiento de la serie falansterios se realizó ante gran concurrencia el martes 5 de diciembre de 2017. El espacio del museo donde se pueden apreciar los cuadros es muy apropiado por la facilidad de acceso para el público y las inmejorables condiciones de luz, hecho que fue valorado por el pintor.
José Vergara con un grupo de concurrentes al lanzamiento de "Falansterio".
   José Vergara Aravena es licenciado en Artes Plásticas mención Pintura de la Universidad de Concepción. Se ha desempeñado como docente de Artes Plásticas en el Departamento de Educación por el Arte, de dicha casa de estudios, al igual que en otros centros culturales de la región. Desde 1980 a 2014 desarrolla su labor profesional en el Museo de Historia Natural de Concepción, donde tiene acceso en su trabajo diario a un mayor conocimiento de la arqueología y el patrimonio histórico-arquitectónico nacional, hecho que lo motiva a introducir elementos de estas temáticas en su producción plástica. Actualmente desarrolla funciones como asesor museográfico del Museo de la Historia de Penco.​


Algunos aspectos del lanzamiento de la exposición.
 Nota de la Editorial:Las fotografías y la información contenidas en esta crónica fueron facilitadas por Gonzalo Bustos, director del Museo de la Historia de Penco; y por José Vergara autor de las obras de la presente muestra.

ALGUNOS PERCANCES EN EL TREN "CHILLANEJO"

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Pasajeros en la estación de San Rosendo alrededor de 1960. Imagen tomada de Memoria Chilena ilustrativa para este texto.
                  La gente añora el tren. Se arman viajes turísticos con el tren del recuerdo. Viejas locomotoras adornan plazas. Pero, en la realidad, la cosa es al revés. Se levantan rieles de los tendidos originales, se retiran durmientes, los puentes metálicos quedan abandonados y los túneles se convierten en pasadizos para intrépidos. Pero, en forma persistente los recuerdos escarban y sacan desde el fondo de la memoria a los trenes como juguetes en Navidad.
               Sobre esto de las añoranzas, se cita, a veces, el verso clásico de Jorge Manrique “todo tiempo pasado fue mejor” de las Coplas a la Muerte de su Padre. Psicólogos dicen que nos parece así porque la memoria tiende a eliminar los recuerdos malos y se queda con los buenos. Así, entonces, en el terreno de nuestra historia, tendríamos sólo lindos recuerdos de aquellos viajes en tren.
               Revisemos a lo menos una situación opuesta al verso de Jorge Manrique de las que se producían a bordo. Recuerdo una. El “chillanejo” (“el ramal”) venía con su capacidad completa, como el metro en horario alto. No se podía avanzar por los pasillos y las repisas sobre las ventanillas estaban colmadas. Había allí bultos de toda especie, tipo y contenido: bolsas harineras con productos de la temporada, sacos, maletas de cuero o tejidas en mimbre, bolsos de viaje de fabricación artesanal, herramientas de labranza, aperos, botijas de vidrio protegidas con revestimiento de mimbre y taponadas con corontas de choclo (las llamaban “damajuanas”). Es una visión general, había más cosas en aquellas parillas que no es del caso ir más al detalle.
               Cuando el tren agarraba vuelo en la bajada de Tomé, por ejemplo, algunos bultos se caían o se estropeaban porque no eran herméticos. En otras, sus contenidos se desparramaban o salían disparados. Si a lo anterior se agregaba la gran cantidad de pasajeros, se generaban situaciones embarazosas. En la oportunidad que comento, debido a un tirón muy brusco del tren una de las botijas se quebró vertiendo como se fuera una ola su contenido: vinagre tinto, sobre los distraídos pasajeros sentados inmediatamente debajo. En esos años, la gente viajaba con sus mejores ropas. Es de imaginar por tanto el impacto del percance. Hubo mujeres que se pusieron a llorar y caballeros quedaron muy complicados por el efecto de la rociada. El dueño de la botijuela en cuestión se llevó las manos a la boca entre risas y preocupado. ¿Qué le iba a hacer? Se trataba de un accidente de los que de tarde en tarde se producían en “el ramal”. 

SABROSOS DESAYUNOS PARA SCOUTS DONDE LOS SUÁREZ BRAUN

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Scouts de la "Legrand" en desfile matinal antes del desayuno donde los Suárez Braun (1955).
   Ocurría con frecuencia para los 21 de mayo y para el 18 de septiembre. Después de desfilar con la formación scout desde las primeras horas, a las 10 de la mañana el estómago ya no daba más de hambre, de decaimiento. Los retortijones de tripas resultaban inaguantables. Porque para salir temprano y a la carrera para marchar, uno olvidaba el desayuno recomendado. El deber estaba primero. Sin embargo, la brigada “Armando Legrand” (después la brigada pasó a llamarse grupo) tenía buenos padrinos y madrinas en el Rotary Club local que además, era gente intuitiva, colaboradora y entusiasta. Por eso, las penurias de marchar “con la guata pelá” tenían una sabrosa solución en dichas ocasiones. El presidente del Rotary fue por algunos años el doctor Emilio Suárez, quien calculaba con pleno conocimiento y sentido común que a las 10 de la mañana los muchachos y niños de la “Legrand” estarían desfallecientes. Por su iniciativa y la amorosa colaboración de su señora (Inés Braun) la familia ofrecía un contundente desayuno a la hora mencionada. Y no éramos pocos, quizá unas sesenta bocas hambrientas.
          Desglosemos a la “Legrand” al momento de ese desayuno. Comencemos por la banda de guerra: un guaripola, seis tambores, diez flautines y sus trompetas, un ejecutor del bombo y uno de platillos. (Corresponde mencionar aquí al trompetista Monroy por su conocimiento de marchas: “San Lorenzo”,  “Yungay”, “Penachos Rojos”. Durante los desfiles Monroy gritaba el nombre de la melodía que había que tocar a continuación cuando la que estaba en curso terminaba: “¡San Lorenzoooooooo!” Y se iniciaba esa marcha al instante).
          Más atrás en la formación venían el abanderado y sus dos escoltas, seguido de la jefatura, integrada por tres personas. Después, un grupo de seis “rovers”,  tres patrullas de seis integrantes cada una, tres manadas de lobatos de cuatro cada una y finalmente dos scouts corpulentos de retaguardia con botiquines para emergencias.
          Cumplidas las obligaciones del desfile de calle, la formación se dirigía a una recepción matinal en la casa del doctor Suárez en la calle Penco 290  la que se realizaba en un amplio patio interior. Y allí terminaban las penurias. Antes de “atacar” directo a las cosas para comer, la tropa seguía las rutinas de saludo a los dueños de casa encabezados por el doctor y la señora Inés. Una breve serenata de la banda antecedía al desayuno. La jefatura agradecía el gesto y solicitaba el permiso correspondiente. El doctor asentía con la cabeza. Mesas instaladas a cielo abierto aguardaban con grandes vasos de vidrio con leche con plátano, tazas de café, chocolate caliente, sándwiches con pan especial preparados por la señora Inés, Clarita, la señorita Flora, y deliciosos kuchen de manzanas elaborados siguiendo la receta de la dueña de casa. Era un festín.
           Los scouts en ayunas gozábamos de todas esas exquisiteces y golosinas brindadas con cariño, pero no imaginábamos la producción y el trabajo que significaba atender a tanta gente. Los organizadores conseguían en calidad de préstamo el equivalente de sesenta vasos de vidrio en la cristalería Skiavi en Concepción, gracias a los buenos oficios de su gerente don Lautaro Olavarría, quien era hermano de don Óscar Olavarría, conocido vecino de Penco. La señora Inés Braun, a su vez encargaba a la panadería Jofré hallullas especiales para la preparación de los sándwiches que se servirían esa mañana a los scouts de la “Legrand”.
            Finalizado el desayuno, la jefatura disponía que la tropa expresara su agradecimiento por el agasajo. Los niños y los jóvenes cantaban temas escautivos, daban gritos guiados por patrulla y Monroy levantaba su trompeta para un toque de campaña. Los dueños de casa respondían con sonrisas y aplaudían también. ¡Cómo olvidar tan ricos desayunos! 

LUGARES Y OCASIONES QUE CONGREGABAN A LA COMUNIDAD PENCONA

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Una actividad cultural, un concurso de cuecas, en el estadio de la Refinería. (Foto tomada del Libro de Oro de la Historia de  Penco, de V.H. Figueroa).
      Había razones que se traducían en que la comunidad se reuniera. Una suerte de auto convocatoria: ahí estaban todos los de siempre, las mismas caras, ninguna desconocida. Unos podían ser más conspicuos; otros, humildes; algunos alcanzaban el rango de personajes, los menos iban con su ropa desaliñada. Pero, la comunidad los aceptaba como a miembros de una gran familia. Al fin,  todos respirábamos el mismo aire o dormíamos bajo el mismo cielo. ¿Cuáles eran esas reuniones?
         En verano, dominaba la playa. Media población de Penco se repartía desde la desembocadura del Andalién hasta La Cata.  Las playas entre ambos puntos eran aprovechadas a más no poder. Esos espacios estaban inundados de música de distinto género y procedencia. Se desplegaban toldillas multicolores y mujeres bellas se relajaban dorándose en la arena, una auténtica fiesta de temporada.
        Otro punto de convocatoria fue la estación por la siempre atractiva pasada de los trenes de pasajeros. Muchas caras que mirar, muchos amigos que saludar y tanta gente que recibir o despedir. La mayor novedad la aportaba el “chillanejo” o “ramal” el que desde Rucapequén bajaba hacia la costa con personas que abordaban en los más escondidos paraderos intermedios. En Penco sin que fuera la estación terminal era donde bajaba la mayor cantidad de viajeros, unos llegaban contentos, otros exhaustos. El convoy proseguía con sus vagones casi vacíos a su destino en Concepción para reiniciar el recorrido en sentido contrario al día siguiente a primera hora. La estación pencona estuvo bien concurrida de público cada noche a las 9 así lloviera o tronara.
        La plaza concentraba gente por sí sola en las tardes y en las noches de primavera. La salida de las novenas de la parroquia local durante noviembre era el inicio de caminatas interminables por las amplias vías peatonales que rodeaban el centro coronado por una pileta. Era dar vueltas y vueltas a paso quieto. Allí se encontraban los amigos, los jóvenes, los viejos, los parientes. Era la oportunidad para integrarse a grupos de conversación. Las niñas penconas se lucían caminando juntas por ahí.
       El estadio de la Refinería en domingo de clásicos (Coquimbo CRAV-Fanaloza) congregaba a centenares de aficionados los que se distribuían en sus galerías que a modo de herradura rodeaban la cancha. Sin contar los que se apretujaban en los altos de esquina de las calles O’Higgins con Membrillar. Desde el ángulo de esa elevación se veían tres tercios del campo de juego y se escuchaban los gritos de gol o las rechiflas y las protestas contra los malos arbitrajes. Los partidos se desarrollaban en ese recinto vecino de la fábrica la que no detenía en su producción bufando y rechinando.
       Los mismos protagonistas de las citas enunciadas más arriba curiosamente se encontraban en los cerros ya fuera buscando murtillas o en paseos de otoño. En los estrechos recovecos del fundo Coihueco se juntaban para recolectar las moras tardías del verano con las que se hacían mermeladas. En parte así interactuaba socialmente la comunidad pencona allá por los años 50'.   

UNA ACTIVIDAD DE FANALOZA QUE PUDO SER BUENA PARA EL ESTRÉS

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A la izquierda, el edificio de la administración y más a la derecha,  parte de los muros donde se destruía la loza no comercial. Nada de lo de esta imagen existe hoy. (Foto de Andrés Urrutia Riquelme, 2011.)


          La palabra estrés en Penco no se conocía, pero sí su manifestación. Se decía que fulano de tal “estaba enfermo de los nervios”. Y las causas eran las mismas de hoy en día: deudas, problemas familiares, urgencias, preparar exámenes o falta de recursos. Los afectados padecían de ansiedad, irritabilidad, insomnio. El mal era como si dentro de cada cual hubiera una fuerza enorme haciendo presión para estallar por cualquier lado. Difícil de tratar atendiendo a sus causas, así era la enfermedad de los nervios. La curiosidad de esta historia que viene al caso era que había una conexión, muy sutil, entre este síndrome y la industria locera pencona. Veamos.
          En las dependencias de Fanaloza que se demolieron después del terremoto del 27 f en la calle Infante entre Freire y Cochrane, estaba la sección decorado donde laboraban conocidos artistas pencones. Baste nombrar a Heriberto Ramos, Hugo Pereira, “el patilla” Urrutia, entre otros. Por la fineza del trabajo a mano alzada, los errores que se cometían eran muchos. Por tanto, había que descartar aquellas piezas de loza. Con el paso de los días eran cientos y miles las tazas y platos que no pasaban la prueba de calidad para ir a la venta. Por tanto se iban amontonando en una bodega cuyo muro corta fuego daba a la calle Infante. El material de desecho acumulado lo retiraban camiones que iban a botarlo a cualquier parte.
          Sin embargo, esa loza “mala” antes de ir a la basura debía ser destruida. Para cumplir ese propósito la jefatura destinaba obreros no especializados para que quebraran los productos con fallas: platos, tazas, ceniceros, floreros, biscochos... ¿Cómo se las arreglaban estos trabajadores para hacer pedazo tanta loza? Pues, la iban arrojando violentamente contra el muro que daba a calle Infante. El boche de la quebrazón se oía por horas de horas. Sonaba como si una vajilla interminable se estuviera haciendo añicos.
          Había gente en Penco que decía, medio en serio medio en broma, que esta actividad era buena para la salud, relajaba y que servía para combatir el estrés. Quienes lanzaban los platos con fuerza contra el frontón  decían los vecinos buenos para hacer este tipo de análisis podían imaginar que se los estaban lanzando a su peor enemigo, al almacenero usurero de su barrio, al jefe, al chofer de la micro, al árbitro, al sinvergüenza tal o cual, al "patas negras" y a quien usted, lector, quisiera agregar a aquella lista despreciable y aborrecible. Nada mejor para un enrabiado obrero, enfermo de los nervios, que ser destinado a esta función demoledora.

EL MERCADO PENQUISTA DONDE PASEABAN LOS PENCONES

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La bullente vida del ex mercado central de Concepción.

          El incendio del mercado de Concepción, ocurrido en abril de 2013, que fue un impacto doloroso para los penquistas, también afectó a la gente de Penco acostumbrada a visitar ese pintoresco recinto para hacer sus compras o para comer algunas de las especialidades reconocidas en el país: los mariscales, las cazuelas o los reponedores caldos de cabeza, por ejemplo. Cinco años después de ocurrido el siniestro la comunidad sigue en veremos.
          Ese mercado, con su excelente ubicación en el centro de la ciudad, recibía la visita de miles de clientes, afuerinos curiosos y turistas. Pasar por el sector de las cocinerías era terminar sentado a una mesa comiendo algún platillo, persuadidos por las insoslayables ofertas de las vendedoras que salían a los pasillos a captar clientes. En las  carnicerías se vendían los mejores cortes a elección; las rotiserías exhibían una variedad de sabrosos quesos de la zona (recuerdo el queso Puffe, por ejemplo); en las pescaderías se fileteaban las merluzas llegadas directamente de Talcahuano; a su vez las frutas y hortalizas eran el orgullo de los comerciantes del rubro.
Por años el ex mercado ha lucido su esqueleto de ballena en pleno centro.

          En el mercado penquista se podían encontrar los más exóticos frutos de los bosques de la zona. Inigualables eran las nalcas de Lebu, los digüeñes y las pinatras, los chupones, los queules, el maqui, el fruto del copihue, la murtilla, las moras, etc. Allí la gente de campo tenía espacio para vender ese tipo de productos provenientes de fuera de la línea tradicional de la economía y ganar algún dinero. Eso, que se reunía allí, se perdió a causa del incendio y por la desafección de las autoridades; hoy sólo es posible hallarlo en forma dispersa.
          El incendio fue una enorme pérdida material, cultural y afectiva para la zona. Los pencones guardan incontables recuerdos, en particular los niños quienes en los días de invierno saltaban de felicidad cuando un viaje a Concepción era pretexto para pasar allí a comer un plato de picarones. En ese sentido, era lugar para paseos familiares.
Vista interior de lo que quedó.

         El mercado de Conce, del que estamos hablando, fue construido en 1940 y entre sus arquitectos estaba el húngaro Tibor Weiner, un aventajado cultor del Bauhaus. Su historia personal narraba que huyó de la persecución nazi por lo que llegó a Chile en el vapor Winnipeg, aquel que Pablo Neruda puso a disposición de refugiados de la guerra civil española. En la línea de su construcción seguramente gravitó la terrible experiencia del terremoto de 1939. Se buscaba entonces --y se busca todavía-- alguna fórmula conveniente que evite el colapso de un inmueble de grandes dimensiones sometido a la fuerza sísmica. El aspecto de un hangar daba esas seguridades. Lo que vino después lo construyó la cultura popular.
Aspecto del ex mercado por la calle Rengo.

          Los pencones mayores no olvidarán que el servicio de transporte a nuestra ciudad, que se iniciaba en la plaza España, frente a la estación, seguía por la calle Maipú y tenía un paradero junto a la vereda de ese clásico centro de comercio. Allí la gente tomaba las micros para regresar a Penco con las compras del día y las novedades y los infaltables comentarios de lo visto y oído en el mercado de Conce.
Otra imagen del interior del mercado tomada de nuestro archivo.

GRÁFICA PENCONA DE LOS AÑOS 30 FUE VANGUARDISTA Y ÚNICA

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          El inventor pencón de estas letras, en la década de 1930, debió proponerse una estética que rompiera el molde clásico de las fuentes de caracteres y se lanzó a crear esos tipos “locos” con el aspecto de estar semi despegados de su soporte que, por tanto, proyectaran sombras. Tal vez sin quererlo inventó letras corpóreas y, en consecuencia, echó las bases de una temprana línea imitativa del 3-D en la gráfica de la comuna. Esos caracteres resultaron ser, a la postre, originales de Penco. No están en otra parte, son únicos.
          Las letras a las que nos referimos ilustraron por décadas unas de las veredas interiores de la antigua plaza pencona: “I. Municipalidad de Penco 1938-1941”. A muchos les transmitían la idea de estar achicharradas por el sol y que, por consiguiente, se habían desprendido de las baldosas, tal fue la fantasía de quien las creó.
         Decenas de miles de pencones a lo largo del tiempo  vieron esos caracteres en su paso por aquella vereda, de día o de noche, invierno o verano, con lluvia o sin ella. Nuestros padres y abuelos se contaron entre quienes las leyeron en sus caminatas por la plaza, quizá por eso las letras resultaron ser tan nuestras. Los jardineros a cargo del señor Sunkel, quien tuvo la responsabilidad de mantener ese espacio público, barrieron centenares de veces las mentadas baldosas retirando hojas; y seguramente, hasta el mar pudo llegar hasta ellas y cubrirlas en parte con sus agitadas olas durante el maremoto de 1960. Inclemencias extremas del tiempo climático, la fuerza telúrica, pies con zapatos, con ojotas o descalzos pasaron sobre ellas sin desdibujarlas ni borrar su escueto mensaje.
        Al igual que en Santiago, donde confirieron el título de monumento nacional a letreros publicitarios emblemáticos como Champaña Valdivieso o Calcetines Monarch de la avenida Bustamente, en Penco los caracteres de su antigua plaza podrían también ser monumentos locales, si tal categoría existiera.
Foto de Wikipedia.
        Ese estilo vanguardista en la gráfica fue copiado y aplicado, por ejemplo, sobre los terciados de los tambores de la banda de guerra de los scouts de la “Armando Legrand” y en los terciados de sus banderas y emblemas. Escrita en esos soportes de cuero la palabra Penco en caracteres negros sobre fondo blanco se leía de lejos en los desfiles en la ciudad o fuera de ella. Las letras usadas en esa indumentaria scout eran muy parecidas a las de la plaza, influencia estilística nada más.
        Por último, y sobre el letrero del paseo público pencón, vaya nuestro tardío reconocimiento a su anónimo creador, a quien visó en la municipalidad su propuesta rupturista de identidad gráfica y a los desconocidos trabajadores que tuvieron la paciencia cariñosa de instalarlas en la vereda y después, a quienes las mantuvieron.  

LAS LETRAS QUE NOS RECUERDAN A PENCO DEL SIGLO XX

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Gracias a una gestión realizada por la Sociedad de Historia de Penco (SHP) con la Municipalidad local y la coordinación con la empresa constructora de entonces, fue posible la recuperación de un set completo de baldosas con letras, de los cuatro que estaban desplegados en las diagonales peatonales interiores de la antigua plaza. 

Jaime Robles, presidente de la SHP informó que ese trabajo se realizó con el mayor cuidado para no dañar el material de interés histórico, dado las delicadas condiciones en que se encontraba. Las letras que se consiguieron fueron las que estaban en mejor estado de conservación. 

Por último, Robles dijo que aún no está especificado el lugar donde se reinstalará el set recuperado dentro del nuevo contexto del paseo público remodelado de Penco. En el inter tanto las baldosas, una auténtica reliquia gráfica de la primera mitad del siglo XX, están en custodia.

A continuación de este post, presentamos un relato sobre lo que fue la presencia de esa gráfica en la plaza pencona. Lamentamos no saber quién fue su autor, pero suponemos que pudo ser alguien que trabajaba en la sección decorado de la antigua Fanaloza, donde laboraban artistas de buen nivel y de trayectoria en el ámbito de la expresión visual.



Las fotos que se incluyen en esta nota fueron despachadas a nuestro blog por Jaime Robles Rivera.

EL FUNDO "EL MILAGRO" TIENE EL ÚNICO PUENTE TECHADO DE CHILE, A SÓLO 37 KMS. DE PENCO

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Hermosa perspectiva de las casas patronales del fundo "El Milagro", hoy parcialmente abandonado y desconectado.
          El fundo “El Milagro”, ubicado en el kilómetro 37 de la ruta del Itata, una distancia equivalente desde Penco, está metido entre los cerros y los lomajes del secano costero. Produce vino en pequeña escala de la cepa “Burdeos”, aunque en otro tiempo produjo mucho más. La otra opción económica del predio es la actividad forestal. La propiedad es de descendientes de la familia Müller, cuyo patriarca llegó a la zona como ingeniero del proyecto del ferrocarril, que allá por 1910 era una gran esperanza para la zona. Este se interesó por el fundo y, seguramente por el precio conveniente, menos de 40 mil pesos de la época, lo adquirió y se quedó a vivir.     
El puente techado sobre el estero "El Milagro" es propiedad del fundo.
       Mucha gente de Penco, de hoy en día, desciende de ex trabajadores del fundo que emigraron atraídos por el desarrollo fabril de la comuna. En ese sentido el siglo XX fue de migraciones campo-ciudad, hecho del que Penco no estuvo ausente.
           Los dueños del fundo “El Milagro” construyeron las casas, seguramente complementando otras anteriores. Por tanto la arquitectura es variada y trabajada en desniveles con el empleo del concepto de arco. Algunas de sus rejas de balcones y ventanas fueron hechas en fragua. Lo que hay allí habla de una época esplendorosa del fundo, aunque ahora muy venida a menos por el abandono y el paso del tiempo.
Medio de transporte rápido, para cuatro 4 pasajeros. El vehículo era tirado por 4 caballos hoy es reliquia del fundo.
         La distribución es así: las casas patronales con sus respectivas construcciones de apoyo como cochera, cocina, servicio, jardines están al borde de un estero, el que separa el sector de viviendas que hemos descrito, de aquel donde se levanta la bodega. Lo más curioso es el puente de madera que conecta a ambas unidades de construcciones. Tiene techo. Debe ser el único puente de Chile dotado de semejante protección, dispuesta en dos aguas. Aunque es propiedad privada, el enlace techado –sin duda centenario– en el pasado prestó servicio púbico uniendo el camino que lleva a Florida por un lado y a Ránquil y Ñipas por el otro lado.
La bodega del fundo "El Milagro", situada al otro lado del estero del mismo nombre.
          Nos dicen que el fundo sufrió expolio durante la construcción de la ruta del Itata y que el trazado, a unos cien metros de las casas es fuente de ruido las 24 horas por el paso de vehículos. A pesar de la gran cercanía física, no hay conectividad para vehículos, por lo que el acceso sólo es posible por Ránquil, por Florida o por Queime. Hay un sendero para acceder a la súper carretera, pero la indisciplina de conductores la ha convertido en un basural. Así, el bello fundo “El Milagro” está tan desconectado de las grandes ciudades y del turismo exactamente como hace cien años.
El autor de esta crónica junto al cuidador del fundo y nuestro guía, don Adolfo Villarroel.

EMOTIVO ENCUENTRO DE PROFESORA VALENTINA CASTRO CON EX ALUMNOS EN PENCO

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La profesora Valentina Castro con ex alumnos en Penco. Foto tomada de FB. 
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a profesora Valentina Castro, esposa del profesor Servio Leyton, vive en El Recodo, camino a Santa Juana, pero su ligazón con Penco es grande, puesto que ella y su marido ejercieron la docencia de por vida en nuestra ciudad. Tanto así que generaciones de pencones los reconocen como sus maestros de los años de niñez y adolescencia.
         La profesora nació en Collipulli y estudió en la Escuela Normal Rural de Angol, donde se tituló en 1951. Su primera destinación profesional fue en Menque, una localidad forestal de la comuna de Tomé, donde permaneció un año. De allí la trasladaron a Lirquén y posteriormente a Penco, donde se incorporó al plantel docente de la escuela N°31, de niños, establecimiento en el que ejerció durante 17 años. Luego trabajó en Cerro Verde Alto y finalmente llegó a la escuela N°90.
         
Valentina Castro y su esposo, el profesor
Servio Leyton. (Foto obtenida del perfil de FB).
Fue precisamente por esa labor de impartir enseñanza básica (primaria se decía entonces) que interactuó y conoció a centenares de alumnos durante su trayectoria profesional. En ellos dejó profundas huellas de educación, formación y nexos emocionales que prevalecen hasta el día de hoy. En ese contexto, un grupo de sus ex estudiantes de la 31, coordinados por Aliro Gallardo, ofrecieron unas once a su ex maestra en el “Café del Palacio”, de Penco. Se juntaron ocho, de la promoción que egresó en 1959, pero que la profesora los había tomado como curso tres años antes.
          “Me alegré muchísimo por el sólo hecho de verlos después de tanto tiempo. Me emocionó el hecho que ellos me recordaran con tanto cariño. En particular, me decían ellos, porque tantas veces los llevaba de la mano. Su afecto hacia mi persona les nacía de mi actitud maternal hacia el curso, a pesar de ser yo tan joven”, comentó la profesora Valentina para nuestro blog días después de este encuentro realizado el jueves 15 de febrero de 2018.
          Junto con haber departido la sabrosa y bien conversada once, el grupo de ex alumnos le entregó un obsequio con motivo de la ocasión, oportunidad en que también se recordaron muchas anécdotas de compañeros presentes y ausentes, tanto del curso  en particular como de la escuela N°31 en general. En encuentros como estos siempre asoman lágrimas de alegría y ésta no fue la excepción. El grupo ya la había visitado un par de veces, pero muchos años antes en su casa de El Recodo. Valentina Castro se retiró de la actividad docente en 1991.   

PENCO ES LA CAPITAL DE LA COMUNA

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La comuna de Ránquil cedió su capital a Ñipas.

           Hay comunas que por su extensión territorial o el crecimiento de pueblos satélites se les hace imprescindible establecer una capital la que a veces se instala afuera de la localidad original. Es el caso de Ránquil, ubicada en la provincia de Ñuble a 50 kilómetros al sur oeste de Chillán. Así, Ránquil, tiene hoy en día a Ñipas –distante a unos 9 kilómetros-- como su capital, hecho que incluye la municipalidad y todo el aparato administrativo. ¿Por qué ocurrió esto? La respuesta sería el trazado de la línea del ferrocarril, el que a comienzo del siglo XX estaba planificado pasar por Ránquil; pero, se modificó y la estación se construyó en Ñipas. Por eso esta última localidad floreció y la otra se quedó atrás.

               Complejidades de este tipo  en alguna ocasión en el futuro, quizá, podrían manifestarse en Penco. Entonces tendríamos que decir: Penco capital Penco. Ello, porque cada una de sus cuatro localidades “satélites”: Lirquén, Cerro Verde, Cosmito y Primer Agua tienen características propias y permanecen en la “órbita” de Penco. Lirquén tiene una delegación municipal por su importancia. Algunas de las ceremonias patrias se celebran en sus calles y otro tanto ocurre con la masiva y tradicional procesión de la Virgen María, cada 8 de diciembre. Es una localidad que gravita fuerte, con harta historia. Por tanto Penco, capital sería un asunto para pensar en la perspectiva del tiempo.
               Es cosa de analizar lo que pasó con Ránquil, como decíamos al inicio de esta nota. Ñipas se adjudicó la cabecera comunal por peso de su población y por su economía, sin contar que la comuna tiene también otras localidades de menor densidad, pero que están girando dentro de su espacio territorial: San Ignacio de Palomares, Nueva Aldea, Vegas de Concha, Manzanal, por ejemplo. Con Chillán Viejo ocurre algo parecido. Esa ciudad tiene como satélites a Rucapequén, Los Coligües, Pelegüito, etc...

PENCONES DE PASEO POR EL DESIERTO FLORIDO

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Un aspecto del "desierto florido" 2017. (Foto tomada de internet @leugimfigueroa).
         Como nunca en el invierno de 2017, a causa de las lluvias que hubo en el norte, se registró un vivificante “desierto florido”, uno de los fenómenos naturales que suma atractivos a la aridez de Atacama, por lo exótico de las especies florales incluidos el brillo y resplandor de sus colores. Este florecimiento en tierras desérticas ocurre entre La Serena y Caldera. Sin embargo, una zona de máxima atracción para quienes gustan de la fotografía, en especial para este fin, es el parque nacional Llanos de Challes, a 70 kilómetros al norte de Vallenar.

     Una sutileza entre la numerosa variedad floral del “desierto florido” es la especie llamada “garras de león”. Es una planta muy esquiva y apreciada y sus pétalos presentan un color rojo muy vivo.
Garras de león a ras del desierto. (Foto Espinoza Pereira).

     El profesor de Penco Juan Espinoza Pereira y su familia integrada por Graciela, su señora; y sus hijos Leni Joana (psicóloga) e Iván Lautaro (ingeniero) viven en Copiapó. Un fin de semana reciente dieron un paseo por el desierto, tomaron fotos y el profesor preparó un texto que incluimos en esta nota. Una observación lamentable, nos contó, es la falta de conciencia ecológica de los visitantes  quienes pisan las flores, las arrancan y arrojan basuras. Con respecto a las flores mismas, nos dijo en un mail, no se reproducen fuera del reseco ambiente desértico. La Naturaleza es tan sabia, agrega en su nota, que al parecer las semillas de estas especies no se han podido reproducir en laboratorios.

     El siguiente es el texto que nos envió:

LA MAGIA DE LA NATURALEZA EN ATACAMA
  
Una vista que incluye el mar del desierto florido en Atacama. (Foto Espinoza Pereira).
Por Juan Espinoza Pereira
     No cabe la menor duda que la Naturaleza es impredecible. Hay momentos en que muestra toda su soberbia en algunas zonas  del planeta, azotando con tornados o huracanes que destrozan todo lo que encuentran a su paso. Incluimos también los últimos terremotos. No podemos catalogarla con ciertos epítetos propios del mundo humano, es decir, la Naturaleza no es mala, no usa la venganza, ni menos aún provoca desastres naturales; los desastres son sólo sociales: Ella sólo sigue su curso que ha tenido por tiempos ignotos. Somos nosotros el problema: dañamos el medio ambiente,  construimos en lugares indebidos, destruimos todo aquello natural que se interponga ante los intereses económicos o individuales… ¿Qué mejor ejemplo, la desaparición de dos ríos que atravesaban nuestra ciudad y sólo queda el estero Penco?

     Pues bien, en mi estadía en Atacama ya por 32 años  he sido testigo de un fenómeno natural único, este año con una magnanimidad de parte de la Naturaleza digna de culto como lo es el Desierto Florido, un fenómeno casi desconocido por gran parte de la población pencona. Aquel paisaje verde en todo el año en el sur de Chile, no es habitual en esta zona caracteriza por un desierto árido casi todo el año, excepto cuando hay cierta
Flores estacionales en la arena de la costa de Atacama. (Foto Espinoza Pereira).
pluviometría que supera los 40 ml de lluvia todos nos ponemos contento porque sabemos que algo hermoso en el paisaje ocurrirá. Este año cayeron más de 90ml de agua. Así el desierto mostró su mejor cara. Hemos recibido el mejor regalo por años. Imaginen que nuestra familia (todos nacidos en Penco, pero todos anortizadoscomo nos llaman por acá) por años, hemos andado a la siga de una flor muy esquiva llamada Garra de León. Ella se esconde y sólo se deja ver ante los ojos más agudos. Hace dos años, nos aprovechamos de un grupo de científicos gringos que estaban haciendo un reportaje a una flor que se encontró en todo el Parque, sacamos fotos y las atesoramos. Pero este año salimos una vez más a disfrutar de este maravillo desierto y tuvimos la suerte de encontrar muchas Garras de León en una pequeña quebrada en el Parque Nacional Llanos de Challe, sin lugar a dudas que un gran regalo de parte de la Naturaleza.

     Entiendo que para muchos pencones es casi imposible llegar por estos lares, pero imaginen: más de 40 playas para bañarse  a cualquier hora del día o noche, cientos de caletas de pescadores dispuestos a atender a cualquiera que llegue por poco dinero, aguas cristalinas y turquesas, sin emisarios, sin ningún tipo de contaminación. Bueno, es por ello que pongo a vuestra disposición fotografías del desierto más hermoso en estos  momentos.


     Un saludo a la distancia. 
Graciela en el jardín de "añañucas" en el desierto de Atacama. (Foto Espinoza Pereira).
        

POR 10 AÑOS "LOS PUMAS" ANIMARON EL FÚTBOL AMATEUR DE PENCO

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          Desalentador era el desempeño de Fanaloza, el equipo de nuestros amores,  en el torneo regional de Fútbol, a mediados de 1958, según lo consignaba entonces el diario La Patria (hoy desaparecido). Los resultados de ese año eran un desastre, tanto así que los dirigentes loceros habían contratado a un goleador de Palestino, Mario López, para incorporarse al equipo en la esperanza de poder remotar.  Fanaloza iba último, con apenas dos puntos conseguidos en dos empates en once partidos. Había perdido nueve. Le habían encajado 22 goles. El cuadro locero formaba con Zurita en la valla; en la defensa extrema estaban Avendaño, Vega y Montoya. Al medio Rebolledo y Vidal y adelante formaban Navarrete, Jara, Sepúlveda, Báez y Olguín.
         En ese ambiente de calamidad para un equipo de harto arrastre,  los jóvenes pencones no bajaban la guardia, se concertaban y se organizaban y formaban equipos de fútbol amateur. En la esquina de El Roble (algunos le dicen Robles) con Freire se juntaban adolescentes y jóvenes quienes un día decidieron formar un club al que llamaron Los Pumas. No eran los únicos; por esos años nacían más equipos con sueños de hacerse grandes como Saca Chispas, Los Tigres, Cerro Porteño, Juventud y otros. Ya existían Fanaloza, Gente de Mar, Coquimbo, Vipla, Minerales y Atlético. Pero, no eran suficientes para las aspiraciones juveniles. La Federación local de fútbol estaba a la expectativa de cómo crecería el torneo pencón con los nuevos equipos que se estaban formando.
EQUIPO LOS PUMAS (1957-1958). Arriba: Óscar Cabezas, Núñez, Julio Piñero, Sanhueza, Pedro Vidal y Nelson Vallejos.  Abajo: Hernández, Martínez, Bravo, Mella y Valderrama. También aparecen en la foto los niños Stalin Muñoz, junto a Vallejos; y de camisa blanca a la derecha, Enrique Hernández, conocido como "el Meñique".
         Pues bien, Los Pumas estaban listos para competir. Sus entusiastas dirigentes decidieron que la camiseta tendría que ser verde, así que ése fue su color distintivo. Los Pumas participaron en varios torneos en el ámbito local y se mantuvieron unidos por alrededor de diez años, hasta que se disolvieron. Hoy en día Los Pumas están en la historia deportiva amateur de Penco. Uno de sus integrantes, Julio Piñero, nos hizo llegar una fotografía del equipo que publicamos, quien además recuerda que el grupo era muy unidos y siempre tuvieron una gran mística y sentido de equipo. 

UN DÍA DE JULIO DE 1958 PENCO ENTRÓ EN LA ERA DEL CINEMASCOPE

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Tyrone Power y Kim Novak en "Melodía Inmortal", película que marcó el debut del cinemascope en Penco, en julio de 1958.
        La CRAV dispuso cerrar por diez su sala de cine que funcionaba en el enorme edificio que había en la esquina de O’Higgins con San Vicente y que se prolongaba por unos setenta metros por esta última calle en Penco. El cierre temporal y programado del recinto se produjo durante la segunda quincena de julio de 1958 y el propósito fue efectuarle una urgente modernización incorporando la tecnología del cinemascope. Los trabajos consistían en ensanchar la pantalla e instalar nuevas proyectoras para el efecto. El cine era administrado por el Departamento de Bienestar de la Refinería y los cambios y actualizaciones --para estar acorde con los tiempos--, significaron una inversión de dos millones de pesos (de la época). Junto con los adelantos técnicos para la proyección de material fílmico, se le dio una buena manito de gato a toda la sala, que estaba dividida en dos espacios: la galería y la platea.
        El sistema de proyección en cinemascope se había incorporado masivamente en los cines norteamericanos a partir de 1953 y en Santiago ya era una cuestión generalizada. Por tanto, Penco no podía permanecer al margen especialmente por la alta demanda de público por ver cine y porque aumentaba la producción de películas en ese nuevo formato lo que obligaba rápidamente a ponerse al día.
Publicación del desaparecido diario La Patria, de Concepción, en julio de 1958. 
              Mientras se efectuaban los trabajos, los cinéfilos pencones, acostumbrados a la exhibición de una película nueva por día, tuvieron que someterse a la espera que para ellos se prolongó demasiado. Pero, la CRAV quería que todo estuviera en regla para la reapertura de su cine renovado. Hasta antes de estos cambios, en la sala se proyectaba material antiguo en formato parecido al 4/3 de la televisión antigua. Con el cinemascope las escenas estaban filmadas en fotogramas de 35 milímetros con un buen grado de compresión, lo que exigía usar una óptica adecuada para proyectar y desplegar las imágenes ensanchadas, para lo que se requería de una pantalla apaisada (más ancha que alta) y en algunos casos cóncava.
        Hasta que pasaron los diez día y vino el debut del cinemascope en Penco. Para tan importante ocasión se programó la película “Melodía Inmortal”, filme producido en Estados Unidos en 1956 que narraba la vida del popular pianista Eddy Duchin, muerto a la edad de 42 años. Si bien la película fue un éxito de taquilla no consiguió ningún Óscar. Su director fue George Sydney y los protagonistas, Tyrone Power y Kim Novak. La exhibición fue una maravilla visual y sonora para las decenas de personas que acudieron al debut. Desde ese día de finales de julio de 1958, Penco entraba en la era del cinemascope.

ENFERMOS RECIBÍAN MEDICAMENTOS GRACIAS A LAS VENTAS POPULARES EN PENCO

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 Se hacían ventas populares, que eran eventos donde se vendía ropa de segunda mano o artículos para el hogar donados por los vecinos a la organización y cuyo propósito era recaudar fondos para algún proyecto por lo general de carácter humanitario. Se conseguía además un segundo resultado que consistía en ofrecer piezas de ropa u otros artículos en buen estado de uso a precios más que convenientes. Donde había ventas populares, allí estaba la gente en gran número mirando, probándose y comprando. Así se conseguía reunir algún dinero para ayudar y contribuir. Si nos fuera posible hacer una comparación,  una venta popular de aquellos años sería hoy una completada o una tallarinata.            


               Dentro de estas entidades de acción social que había en Penco entonces estaba el Centro de Amigas del Hospital que se involucraba en impulsar ventas populares cada cierto tiempo con el fin de juntar dineros para comprar medicamentos y surtir su banco de medicinas que era de gran utilidad. La plata también se ocupaba en financiar exámenes como radiografías, trasladar enfermos y otros. El mencionado y viejo hospital de madera prestaba servicios en calle O’Higgins al llegar a Yerbas Buenas. Pero, sus recursos eran escasos y más aún, faltos al adquisitivo eran quienes solicitaban atención. Según una información publicada en el diario La Patria del 4 de julio de 1958, ese centro realizaría una venta popular el lunes próximo por lo que solicitaba a las personas que pudieran donar ropa lo hicieran a la brevedad para disponer de tiempo para clasificar las prendas que se pondrían a la venta. La recepción de especies y de los objetos de uso en el hogar se efectuaba en los pabellones del edificio municipal por calle Maipú, detrás del municipio, donde funcionaban Impuestos Internos y el Registro Civil. Al parecer las donaciones hechas antes de iniciarse la campaña iban muy bien, pero igual faltaba para hacer buenas ofertas, por lo que las organizadoras hacían un llamado a llevar más.
               El centro añadía que el dinero que se esperaba recaudar se invertiría en la compra de medicamentos para ayudar a enfermos de la comuna que no podían pagarlos. La crónica periodística informaba también que el Centro de Amigas del Hospital de Penco, presidido por la señora Teresa Garrido de Mercado, visitadora social de la fábrica Fanaloza, había recibido públicos reconocimientos en la sociedad pencona por su desinteresado esfuerzo para ayudar a quienes lo requerían pero que estaban desamparados o en la absoluta indigencia. La nota menciona además a otras colaboradoras del centro como Pastora de Olavarría, Ana de González y la señorita Marta Stowhas.

UN MINI PARQUE MARINO LOCAL PODRÍA EXISTIR EN PENCO

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Al fondo de la foto, se ve la isla de piedras, más cerca se aprecian las algas oscuras, y al costado izquierdo, fuera de la imagen está el grupo de piedras marinas que remata en la playa.
                  Esa isla de piedras que asoma cuando baja la marea o desaparece con la mar llena se complementa con el otro grupo de piedras movedizas que se junta con la playa frente a la calle El Roble. Entre la isla y estas últimas hay un gran manchón de huiros, algas pardas o sargazos, que flota al ritmo de las olas con sus enormes hojas color café sobre la superficie mientras permanecen adheridas al fondo arenoso. Se podría decir que es un sistema que nace en la isla  por el norte, sigue con los sargazos y termina en la playa con aquel bien estructurado grupo de piedras marinas a un costado del balneario.
               Conozco muy bien aquella ínsula (como diría don Quijote) que permanece como tal sólo por algunas horas cada día, mientras que durante el resto de la jornada se esconde bajo la superficie marina. Cuando la mar está baja, se puede llegar vadeando sin inconvenientes. Es un lugar lleno de vida gracias a esta peculiaridad, hecho que le permite regenerarse luego de sobrevivir a la depredadora visita de los mariscadores y las aves marinas. Se producen allí mariscos tanto moluscos bivalvos como una buena variedad de caracoles. Así también, vida más básica como celenterados, estrellas de mar, erizos. También peces de rocas como algún tipo de bagres. Hay que estar muy alertas, eso sí, si uno visita en baja marea, ello, porque el mar comienza a recuperar su espacio lenta, pero sistemáticamente. Es recomendable regresar luego a tierra firme porque en el tramo entre las piedras y la playa, unos doscientos metros, el lecho marino es más bajo, así el riesgo es que el agua lo alcance a uno hasta más arriba de la cintura.
               No podemos dejar de mencionar al sector de los sargazos. Hasta allí se puede llegar sólo en bote o chata según sea el caso. El área es tan densa en vegetación acuática que una embarcación como las mencionadas difícilmente puede avanzar. La novedad ahí es nuevamente la gran variedad de vida que se puede observar. Bajo las hojas marrón hay adheridos todo tipo de caracoles y lapas. Es sorprendente el refugio para la vida que representa ese sector fantástico, que es un plus para el mar de Penco.
               Este marco perfecto de mar interior entre la isla, los sargazos y la prolongación de piedras desde adentro hacia la playa podría ser considerado un pequeño parque marino en el que se podrían efectuar inmersiones seguras de buceo y tomar fotografías bajo la superficie. Lamentablemente los huiros generan en forma incesante material vegetal molesto que es arrojado a la playa por el oleaje; sin embargo, son, por sobre todo, una fuente inestimable de vida marina estrictamente local.                                             

EXTRAÑEZA EN PENCO PORQUE CONCEPCIÓN QUERÍA SER PUERTO COMERCIAL

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               El Biobío a plena capacidad en invierno hizo soñar a algunos en un posible puerto en Concepción.
           Toda la gente en Penco hablaba lo que decían las noticias  en 1958 que el gobierno había enviado una comisión de expertos para estudiar la factibilidad de convertir a Concepción en un gran puerto comercial. Lo anterior era parte de una antigua aspiración de canalizar el río Biobío, ganar terrenos y diseñar un terminal portuario.  Algún inteligente –con mucha influencia, por cierto-- empujó ese descabellado tema del puerto fluvial en la agenda pública el que creció como bola de nieve, que la capital de la provincia se parecería a Hamburgo en Alemania o a Valdivia, en el sur de Chile gracias a este inédito proyecto. Sin duda que debieron darse entusiasmados debates tanto en la municipalidad penquista como en la intendencia, al punto que el gobierno central, a través de la Dirección General de Planeamiento tomó cartas en el asunto y mandó a dos ingenieros, los señores Osvaldo Ferreira y Carlos Guzmán a echar un vistazo  y verificar si la idea era factible o definitivamente desmitificarla, previo estudio presencial. En efecto, ambos viajaron en tren desde Santiago el 11 de julio de 1958 para realizar el mentado estudio técnico.

               El diario La Patria (medio hoy desaparecido) publicó en su primera página la actividad de los mencionados ingenieros. Apelando al sentido común, el título adelantaba que tal proyecto era utópico, o sea, imposible. Pero, los expertos ya estaban aquí así que había que seguir sus pasos. 
               Comenzaron mirando la hermosa desembocadura del Biobío, recorrieron la ribera norte hasta el área de la estación de ferrocarriles en la avenida Prat, hicieron sondajes y conversaron entre ellos.  El primer “pero” de la idea fue la barra de arena insalvable en la desembocadura. ¿Qué embarcación comercial podría entrar y salir por allí? En forma peregrina, se decía que ese problema podría enfrentarse con diferentes planos (¿exclusas o algo parecido?), pero que acometerlo sería económicamente una locura. En definitiva, la idea de un puerto comercial penquista se desestimó en la parte técnica, pero la resolución final debía darla Santiago. Sin embargo, los ingenieros sugirieron aplicar una técnica de diques para ganarle terrenos al río y poder así disponer de espacios para proyectos inmobiliarios, propuesta que tomó cuerpo, pero muchos años después.
                En todo caso, valga señalar que en conocimiento de todas estas movidas, los choreros estaban muy preocupados porque si el puerto de Concepción era realizable y se tomaba la decisión política de construirlo, adiós desarrollo portuario comercial de Talcahuano.
            Adelantada ya la noticia del mito del puerto penquista, en Penco se seguía hablando del asunto y salían otros rumores, que había unos especialistas que ofrecían canalizar el Biobío a sólo unos cuando metros de ancho, a condición de que el mayor porcentaje de la tierra recuperada pasara a ser de su propiedad, postura que el estado rechazó de plano, según decían. El Biobío pudo ser navegable en tiempos muy pretéritos cuando no se habían talado los bosques nativos, hecho que generó la gran erosión de años que finalmente embancó el  lecho del río.
  
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