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EN LA CANCHA DE GENTE DE MAR JUGABAN LOS VALIENTES

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El equipo infantil de Atlético en la cancha de G. de Mar. Don José Riquelme a la derecha de la foto con su perro Rushdie. Al centro, el caballo de "Cayo", vehículo que transportaba a jugadores rezagados hasta el campo de juego.

Esa mañana de sábado del mes de julio de 1958, alrededor de las 9, oí los cascos de un caballo acercarse a la puerta de mi casa. El jinete golpeó con los nudillos de su mano la venta. Me asomé y vi un caballo negro montado en pelo por mi amigo, Julio César Arriagada. Quien con amplia sonrisa me dijo: “el partido comienza en veinte minutos. Apúrate, toma los chuteadores y ven. Te espero.” Era cierto, la noche anterior fui a ver la programación que se desplegaba todos los viernes en la ventana de la Federación de fútbol de Penco. Mi nombre estaba en la lista. El partido era el sábado a las 10:00 horas en la cancha de Gente de Mar. Atlético, mi equipo, enfrentaba en ese recinto a Fanaloza, en segunda y primera infantil y juveniles. Me vestí rápido, sin siquiera ir al baño para una ducha, ni para el cepillo dental ni menos para un desayuno: la responsabilidad de defender al Atlético estaba primero. César me esperaba en la calle arriba del caballo, yo, con los botines en la mano y nada más salvo lo puesto. Mi amigo estiró su mano y me dio un impulso. En un segundo los dos estábamos a caballo. Al trote del rocín nos dirigimos a la playa. Allí estaban todos los muchachos y el público que comenzaba a poblar el borde de la línea, mientras otros miraban desde la arena esperando también los botes de los pescadores que regresaban de una noche capturando merluzas en la bahía. Don José Riquelme, nuestro mandamás en el club, intuía que sus dirigidos podrían atrasarse por eso enviaba emisarios a buscarlos a sus domicilios. En mi caso, esa misión la cumplió César Arriagada en el caballo de un amigo del club de nombre Cayo.
Con el frío de espanto de esa mañana de julio, el cielo despejado y un sol invernal, los jugadores nos desvestimos y nos pusimos los equipos ahí en la arena, detrás de unos botes varados. (No había camarines). Nuestra ropa la envolvimos como unos ovillos y la escondimos (como lo hacían los demás) en los castillos de proa de las embarcaciones recostadas en la arena. El equipamiento lo proporcionaba en club Atlético. Don José y sus ayudantes distribuían las camisetas azules de algodón con una banda blanca en el pecho y los pantalones blancos. Las medias de lana y los chuteadores eran una cuestión personal, los aportaban los jugadores. Cuando sonó el primer silbato del árbitro enviado por la federación, los equipos ingresamos desde la playa a la cancha. Al caminar hacia el centro del campo, los jugadores nos afirmábamos los pantalones ajustando el cordón y haciéndole una rosa, otros se subían las medidas. Ése era el momento en que los clavos de los estoperoles atravesaban la suela de los zapatos de fútbol y punzaban  la planta del pie. Había justo unos minutos para buscar una piedra y golpear las molestosas puntas de las tachuelas para evitar la incomodidad.
Allí frente a frente, estábamos los jugadores de las series de segunda infantil de Atlético contra Fanaloza. Los loceros exhibían sus albas camisetas de tafetán cruzadas por una banda celeste en el pecho. Por órdenes estrictas del técnico (Don José) nosotros nos distribuimos en el campo para presentar la mejor ofensiva o para estructurar la defensa más firme. Al silbato del juez se inició el partido. La pelota rodaba con dificultad sobre el terreno arenoso de la cancha de Gente de Mar. A veces se encumbraba y había que saltar para cabecear y darle sentido al movimiento del esférico. Entre tantas carreras de ida y venida podíamos ver, de cuando en vez, que más público se reunía en la línea del tren. Más público, más gritos, más tallas, más garabatos. “Corre cocido”, “corre fatiga”. Los que gritaban no tenían idea de la mella que en los pies hacían las malditas tachuelas mal remachadas de los chuteadores. De pronto un gol, después otro, después un tiro desviado que pasó cerquita del arco y la pelota fue a dar a un zanjón de agua servida que descargaba en el mar. Había que tener valor para bajar a sacar la pelota mojada. Cada vez que ocurría eso, había que hacerlo. De tantos viajes al agua pestilente, la pelota se ponía pesada y al tocar el suelo se le adhería la arena. Un pelotazo en la cara en esas circunstancias era como recibir una bofetada y quedar con ronchas por el resto del día.
Como había jugadores en la banca que esperaban su turno, Don José, efectuaba cambios. Mientras alguien sacaba la pelota del zanjón por enésima vez, me reemplazaron. Salí  caminando, cruzando el borde de cal en la arena. Don José me felicitó y me pidió el equipo. Ahí mismo entregué la camiseta y los pantalones. Pero, quien me sustituía no tenía chuteadores: le pasé las medias de lana y mis chuteadores. Al poco rato lo vi sacándose los zapatos y golpeando su interior con una piedra. Varios minutos después de producido el cambio Don José estimó cambiar nuevamente y decidió otra modificación en el equipo. Llamó al muchacho que me había reemplazado, me miró y me dijo: “tú vuelves a la cancha”. (Entonces se podía regresar al campo de juego.) Cuando el jugador sustituto cruzó la línea de cal, me entregó de nuevo el equipo. A todo esto, yo estaba sólo  con mis calzoncillos, pero envuelto en una frazada del club sentado en el borde de la cancha sobre uno de los botes varados que servían de camarín, por cierto, mirando el partido. La camiseta devuelta estaba mojada en sudor. El fría de la mañana de julio enfrió de inmediato la camiseta y ponérsela en esas condiciones era un desafío. La carne de gallina. Los pantalones blancos, mojados también y llenos de arena, las medias en las mismas condiciones y los zapatos, rogando porque las tachuelas se hubieran apaciguado.
 Gol. Gritos, abrazos, comentarios. Más tallas: “malo”, “adónde aprendiste a jugar a la pelota” y “adónde se te olvidó”, “afírmate en lo que comiste”. Después del gol, todos los jugadores al centro del terreno, el pitazo sonó de nuevo. Se reinició el partido. El  fragor de las carreras, los encontrones, las zancadillas y el trote cansino sobre el terreno arenoso terminaron por recalentar la camiseta mojada. El partido se hacía interminable si se tenía en cuenta el martirio de los clavos punzando las plantas de mis pies.
El pitazo salvador daba por finalizado el encuentro de la serie de segunda infantil entre Fanaloza y Atlético. Los jugadores al borde de la cancha debíamos entregar nuestros implementos: camisetas y pantalones a quienes jugaban de inmediato el partido de la primera infantil. Los jugadores se ponían felices las camisetas húmedas y los pantalones. Había que prestar las medias y los chuteadores porque no todos tenían. Pero, en fin no había problemas, a aseguir divirtiéndose con el fútbol. La instrucción del técnico era vestirse con la ropa de calle inmediatamente y evitar el enfriamiento. No faltaban los valientes que en calzoncillos cruzaban la playa corriendo y se daban el chapuzón en el mar. Los que teníamos reparos no podíamos ser menos: al agua pato. Dos brazadas en el mar gélido y lleno de algas  y de vuelta a la arena. Un buen trote final por la orilla permitía recobrar el calor corporal y que el cuerpo se secara con el viento porque nadie había llevado toalla. Arriba de los botes había que reconocer el ovillo de ropa propia, desenvolver y vestirse. Como los calzoncillos estaban mojados debido al piquero, nos poníamos nuestros pantalones a lo gringo. De vuelta al borde de la cancha a ver el segundo partido de la mañana y a esperar de regreso las medias y los chuteadores. En medio de los gritos de gol y los abrazos… Ah, y no había tomado desayuno.

VÍSPERA DE LA LLEGADA DE UN NUEVO ALCALDE: PENCO Y LIRQUÉN DARÁN UN GIRO HACIA LA MODERNIDAD.

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Foto tomada del Diario Pencopolitano.
En la víspera de tomar el cargo y luego de una tormentosa última sesión con concejo municipal presidida por el alcalde saliente, el nuevo edil de Penco –Víctor Hugo Figueroa Rebolledo-- prefiere mirar al futuro y a la energía que habrá que ponerle a los proyectos de aguardan.
“Tengo una sensación de responsabilidad y de preocupación por trabajar intensamente por el bienestar de Penco, Lirquén, Cerro Verde y su gente”, nos dijo el flamante alcalde en una comunicación telefónica. Y casi sin pedirle una visión sobre los proyectos que se avecinan, Víctor Hugo comienza y se explaya con el sentido de la autoridad que le da su profundo conocimiento de la historia pencona: “Lo dijo don Pedro de Valdivia: ‘Penco es la mejor bahía de todas las Indias’. Tenemos que devolverle a Penco su esplendor. Nunca más una ciudad apagada como lo estuvo hasta ahora.”

Entre las medidas que él ve con urgencia: disponer de un corralón municipal para despejar la plaza y comenzar a trabajar en ella para hermosearla; un canil municipal para cuidar y controlar a los perros sin dueño que pululan por las calles y que son una amenaza para la seguridad de las personas y la salud; avanzar con la construcción de un nuevo estadio, recuperar la playa, la mejor de la Octava Región; recanalizar el estero Penco y no darle la espalda como hasta hoy; dotar a Lirquén de una buena peatonal que facilite el acceso a su conocido Barrio Chino. Crear en ese sector de la comuna nuevas áreas verdes en virtud del buen número de sitios baldíos.
Pero, junto con esta serie de proyectos que son sólo una parte de su plan, Víctor Hugo Figueroa quiere dejar el pasado atrás y dar un gran salto adelante. Penco ya no será más una ciudad industrial como lo fue en los siglos XIX y XX. El Penco del siglo XXI será una ciudad turística y de servicios que atraiga y encante a quienes la visitan, pero que al mismo tiempo dé trabajo a muchas personas tanto en Penco, Lirquén y Cerro Verde.
A sólo horas de que asuma el poder, desde este blog deseamos todo el éxito a la nueva autoridad pencona que será también el éxito de Penco, Lirquén, Cerro Verde y su gente.

ÍDOLOS MUNDIALES QUE BRILLARON EN EL GIMNASIO FANALOZA

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Por Max Wenger, desde Villarrica.

Eran tiempos de fines de la década de los 40, en que la población de Penco contaba centralmente con tres atractivos: su magnífica playa, como balneario exquisito en verano; las películas que exhibía el teatro de la Refinería y el gimnasio de la Fanaloza o quizás del Sindicato de ese núcleo fabril. 

No tengo un recuerdo nítido de ese local con muchas actividades deportivas que seguramente las había, sino más bien como lugar en que se presentaban artistas de moda, como el caso del renombrado Alberto Castillo, ya muy bien abordado en este blog anteriormente.

Otros artistas importantes de esos tiempos, fueron Los Indios Tabajaras, de Brasil, vestidos a la usanza de su etnia con multicolores atuendos, incluídas plumas de exóticas aves amazónicas, según decía el comentario.  

Los Ruiseñores de España, fue otro famoso grupo que se presentó en el local de la Fanaloza en esos años. Escuché decir que también Pedro Vargas, el "Rey del Bolero", habría actuado allí mismo, en Penco. 

Eran los tiempos de la post-guerra civil española ganada por las huestes de Franco y costaba explicarse la exacta razón del porqué de la buena acogida de la música y de artistas hispanos en un Chile gobernado por los radicales liderados por Gabriel González.

La cuestión es que las coplas, marchas y sones taurinos, eran cosa casi habitual en las emisoras que se captaban en Penco, ritmos que se enraizaron en el gusto popular. 


De modo que también "Los Ruiseñores de España" eran muy conocidos con sus tonadillas "Doce Cascabeles", "Islas Canarias" y varias otras. El grupo actuó con gran éxito en Penco. Lo integraban unos cinco músicos y cantantes, que se presentaban en el escenario vestidos a la usanza asturiana o de alguna otra región peninsular, con boinas, chaleco sin mangas tipo bolero sobre una camisa blanca, medias de lana sobre una especie de zapatillas livianas, con mucha gracia y habilidad para la música de su repertorio que el público aplaudía y coreaba a menudo.

En el caso de "Los Indios Tabajaras", provenientes de Brasil, su repertorio incluía algunos boleros de éxito y varias piezas en que sus dos integrantes demostraban su virtuosismo en la guitarra y el arpa, incluyendo páginas de origen guaraní como "El Pájaro Chogüí" , y "Pájaro Campana", además de algún tema clásico como un vals del mismísimo Chopin, en arreglo para sus instrumentos, naturalmente. 

Bueno, en el comienzo decía que pocas veces me tocó ver en el gimnasio locero alguna actividad deportiva, pero claro está, es imposible dejar de mencionar la exhibición que brindara el ídolo nacional, el crédito boxeril nacional, el gran Arturo Godoy, campeón chileno y sudamericano de todos los pesos, desafiante del título maximo del mundo en dos oportunidades en manos del invencible morocho estadounidense Joe Louis en su propia tierra. 

Godoy, el chileno, frente a Louis. 1940, N.Y.
Arturo Godoy, oriundo de Iquique, como no, la "Tierra de Campeones", elevó su enorme figura a planos superiores de las hazañas del deporte nacional. Es posible que sólo el mosca Martín Vargas lo haya podido superar, con sus disputas casi incontables de cetros mundiales, sin que tampoco llegara a conocer el éxito. 

El campeón chileno de peso pesado, llegó a Penco en el ocaso de su carrera, cuando tenía unos 35 ó 36 años, cuando sus hazañas frente al inexpugnable Joe Louis, de principios de la década, exactamente en 1940, habían pasado a engrosar la leyenda, el mito en toda la población del país.

El chileno luchó contra el llamado "Bombardero de Detroit" en dos oportunidades de manera oficial, por el título, y después, en Santiago en una exhibición con "guante blanco" para la galería, para los aplausos y ...sobre todo...para la taquilla. 

Parecida sino idéntica fue su actuación en Penco en los 46-47. El ídolo chileno se presentó ante el campeón peso máximo del país de ese tiempo, Víctor Bignon.

Como sería el carácter no competitivo del "choque" que, si mal no recuerdo, ambos se pusieron los guantes en el escenario del recinto, no en un ring propiamente tal, aunque eso sí, luciendo riguroso atuendo pugilístico.

La cuestión es que Godoy y su "sparring" Bignon, hicieron unos tres rounds, recibieron el aplauso y, más que eso, la ovación de un público que por momentos parecía extasiado rugiendo de júbilo y admiración.

Guardo la imagen de los dos colosos, sobre todo de mi favorito como el de miles, Arturo Godoy, de quien sabía por los diarios de sus proezas ante Joe Louis, como si tratara de dos enormes osos blancos. Parecía que si de repente, olvidando el libreto pienso hoy, se hubiesen tocado con poca pulcritud, sencillamente el gimnasio se habría venido abajo.

Tal era la corpulencia, la estatura, el peso de los contendores. Eran dos gigantes, era nuestro gran Arturo Godoy, allí, a sólo pocos metros de nuestra ubicación. No se podía creer, parecía como si fuera un sueño.

No en vano, Godoy en su primer desafío ante Louis había perdido sólo por puntos, en decisión dividida por dos a uno de los jueces. No había boxeador capaz de aguantar las 15 vueltas parado sobre sus zapatillas en el ring cuando enfrentaban al "Bombardero", poseedor de un verdadero martillo en sus puños, que le permitían ganar rápido por nocáut, sin extremar mucho sus recursos boxísticos. Arturo pesaba unos 90 kilos, con cerca un metro 90 de estatura, pero se veía algo disminuído ante el gigante de ébano que era Louis.

Nuestro compatriota no sólo resistió los 15 rounds en ese primer desafío sino que estuvo en "un tris" de igualar la lucha.

Para ello, le fue clave al iquiqueño mantener contra viento y marea la táctica de boxear muy agachado, lo que desconcertó y molestó a Louis, de mayor estatura, a quien le fue imposible "calzar" al chileno quien se las arregló incluso para meter varios ganchos y jabs al moreno de Estados Unidos. 

En el combate de revancha, también en tierras de norteamérica, Arturo Godoy salió con su proverbial valentía pensando quizás que ahora a lo mejor le acertaba un golpe a Louis y lo mandaba al camarín en calidad de bulto.

Por eso fue, dicen las crónicas, que el chileno se envalentonó demasiado y desoyó los gritos de su rincón, de sus entrenadores, que se oían en todo el enorme recinto. "Agáchate, Godoy...agáchate, Godoy...agáchate, te digo...", que rondó durante todo lo que duró el pleito. 

El iquiqueño no escuchaba, o si lo hacía, su valentía y su coraje proverbiales no le permitieron dejar pasar la oportunidad de noquear al campeón del mundo. No obedeció a su rincón, se irguió en varios pasajes y entonces fue cuando las ilusiones, las esperanzas de todo un país se vinieron al suelo junto con el propio crédito nacional: Arturo Godoy recibió en una de esas un mortífero gancho de derecha de Louis justo en la barbilla y se fue a besar la lona, como decían los cronistas del boxeo. 

Muchos años después, me tocó divisar a Arturo Godoy en el Paseo Ahumada capitalino. Imponente, de traje de verano blanco, como era su costumbre, pañuelo de color en la chaqueta y una figura que haría sonrojar a algunos musculosos de la farándula de hoy. Recuerdo que los transeúntes se detenían a mirarlo, algunos a saludarlo y otros sencillamente a aplaudirlo. 

Los pencones pueden decir entonces que el gran campeón Arturo Godoy, estuvo en Penco y quienes tuvieron la suerte de verlo en acción seguramente sintieron la emoción de tener muy cerca de sus ojos a una verdadera y legítima leyenda deportiva del país, cuando su gloria aún no se opacaba por el paso del tiempo y la distancia. 

ACTOS LLENOS DE SIMBOLISMO HUBO TRAS EL SOLEMNE JURAMENTO DE VÍCTOR HUGO FIGUEROA COMO NUEVO ALCALDE DE PENCO

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Víctor Hugo Figueroa jura como alcalde de Penco.
 
 
-¡Sí, juro!--, dijo con voz fuerte y clara Víctor Hugo Figueroa cuando la secretaria municipal Irma Saavedra, en calidad de ministro de fe, le tomó juramento como nuevo alcalde de la comuna en el acto oficial realizado hoy en la escuela Isla de Pascua. De inmediato y espontáneamente estalló un aplauso impresionante de parte de las decenas de personas que se congregaron en el gimnasio del establecimiento para testimoniar el cambio. Los aplausos que se prolongaron por varios minutos eran la respuesta de la emoción ciudadana por el hecho de contar, a partir de hoy, con un alcalde joven, accesible, conectado, de perfil moderno, con sentido del compromiso y capaz de mirar el bien común por encima de las banderas partidarias. Los vecinos reunidos allí, vestidos formalmente como muestra de respeto por ese momento, estaban exultantes, alegres y llenos de optimismo en el futuro de Penco, Lirquén y Cerro Verde. 

El acto contó también con la presencia del senador DC Hossaín Sabag, de la diputada PS Clemira Pacheco y de representantes de organismos públicos. También estuvieron, por cierto, los integrantes del nuevo Concejo Municipal: Justo Insunza, PRSD; Rodrigo Vera, UDI; Eric Forcael, independiente PRSD; Verónica Roa, DC; Héctor Peñailillo, independiente UDI; y Reinaldo Flores, RN. 


Con aplausos recibieron los ciudadanos al nuevo alcalde.
Terminada esta ceremonia formal, primera parte de los tres actos que incluyó el cambio de mando, los presentes caminaron desde la Escuela Isla de Pascua hasta La Planchada, sitio elegido por el flamante alcalde para pronunciar su discurso de asunción del cargo. 
 
Sin duda, esta fue la primera vez que el fuerte se convirtió en escenario de un hecho político tan relevante para la ciudadanía local, en los 325 años de su existencia. Como parte del evento se izó allí una bandera chilena de grandes dimensiones. Hubo vecinos que interpretaron la elección del lugar para este acto como una señal clara de la nueva autoridad comunal por devolver la dignidad al fuerte que resguardó la seguridad de Penco, disuadiendo con sus temidos cañones a bucaneros y piratas, en tiempos de la Colonia. La reliquia debe ser hoy y en el futuro orgullo de todos los pencones. 
Izamiento de la gran bandera chilena en el fuerte.

Este acto público de La Planchada fue una referencia al cambio de slogan de la comuna, el que desde ahora es “Ciudad Histórica”. En ese sitio también pronunció unas breves palabras el presidente de la Sociedad de Historia de Penco (SHP), Jaime Robles Rivera.

Y a propósito de historia, el nuevo alcalde es un profundo conocedor del pasado pencón como que ha publicado dos volúmenes sobre el tema: Crónicas de Penco y el Libro de Oro, este último lanzado hace un par de meses. Ambas publicaciones gozan de gran popularidad entre los pencones y lirqueninos que viven en la comuna como entre aquellos que están lejos. Luego del acto de La Planchada, con todas sus significaciones, y que reunió a una gran cantidad de vecinos, el alcalde Figueroa encabezó una columna que se dirigió hacia la esquina de calle Penco y Freire, donde inauguró una placa que recuerda que en ese sitio se levantó la casa de los gobernadores de la capital del sur.

Inédito discurso inaugural en La Planchada
Entre las personas que estuvieron presentes había representantes de la etnia mapuche, hecho que simbolizó también la estrecha unidad que la nueva autoridad desea mantener con los pueblos originarios afincados en Penco y sus alrededores.

Figueroa inaugura placa histórica.
Como parte de estos actos, el alcalde Figueroa recibió la adhesión de todo el Concejo Municipal y él respondió poniendo énfasis en su interés por llevar adelante las ciento cincuenta medidas de su programa. Subrayó además su firme propósito de integrar a todos los sectores sociales y geográficos que forman la comuna destacando claramente su idea de fundir bajo un solo concepto la estrecha unidad y colaboración que deben proporcionarse Penco y Lirquén para avanzar y recuperar el tiempo perdido. Este día 6 de diciembre de 2012 podría ser un hito, aquel que marque el inicio de la historia de Penco moderno, aunque quizá hoy mismo no lo dimensionemos.


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Nota editorial: las fotografías fueron proporcionada por Jaime Robles, presidente de la SHP.
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DESEAN SUERTE A FIGUEROA Y A PENCO-LIRQUÉN

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Estimado Nelson:
F.P.A. pencón residente en Viña.
Quiero sumarme con mi aplauso virtual a la alegría esperanzada de los pencones de contar como nuevo Alcalde a don Víctor Hugo Figueroa , persona que por la información de tu blog, dará un vuelco positivo a la administración de la ciudad de Penco.
Su programa de trabajo junto sus concejales ,expresada tanto en entrevista previa como al asumir su nuevo puesto, promete un cambio indispensable para mejorar el estado actual de todos los sectores de la comuna .
Me parece que la consulta a la ciudadanía local y la colaboración de ésta en la ejecución del nuevo trabajo a afrontar, empezarán a recuperar los valores históricos, culturales, sociales y laborales que los chilenos de esta zona se merecen.

Saludos amigos: Fernando Pulgar Ávalos

UN AMOR EN PENCO BARRIDO POR EL TIEMPO

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La trama de este love story de Penco se inició en la década de 1950. Es una historia real que observé de cerca y que perseguí por más de cincuenta años para comprobar su desenlace. Investigué hasta el final… o casi hasta el final.
(Esta es una nueva versión a la publicada el 2010.)
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JURAMENTO DE AMOR

(Primera parte)

 Penco, septiembre de 1957

POR NELSON PALMA
 
Ella, Yolanda, era colorina, de cabellera abundante y bien cuidada. En la tez pálida de su rostro destacaban pecas coquetas. Era una mujer bella. Para el momento en que se desarrolló esta historia, ella no tendría más de 22 años. Madre soltera de un niño pequeño. El padre del menor, Ernesto, un taxista de Concepción, la visitaba periódicamente en la pieza modestísima que arrendaba en calle Alcázar. El hombre la mantenía. Hasta que por algún motivo un día, el taxista vino a hurtadillas para llevarse a su hijo. Y se lo llevó. El vecindario se impuso del drama. Yolanda desesperada trató de recuperarlo. Se iba días enteros a hacerle la guardia al taxista o a su hijo en la puerta de la casa de aquel frente a la plaza Condell, de Concepción, pero no logró su ansiado propósito. Ella se quedó sola en Penco, hasta que un segundo hombre saltó a la palestra. Y no era raro que eso ocurriera, puesto que, como decíamos, la mujer era muy atractiva. 

En medio de esta vorágine de inestabilidad emocional, Yolanda se enamoró de un obrero de Fanaloza de nombre Enrique, que vivía en calle Las Heras, en casa de sus padres. Un tipo simpático, joven, deportista, bien vestido de trato afable, sin vicios. Seguramente por su apellido de ascendencia española le decían “Coñito”. Y resultó que el "Coñito" era la cara opuesta del taxista, un tipo rudo, decidido y machista. 

Y prendió el romance espontáneo que ligó a Yolanda con Enrique. Hacían buena pareja, aunque el vecindario sabía que ella lloraba encerrada en su pieza por la ausencia de su niño, secuestrado por el padre. Sólo sus más próximos supieron la verdadera razón de por qué aquel hombre huraño la dejó sin vuelta. Y quienes estuvieron informados mantuvieron la reserva. 

Pero, a la luz de los nuevos hechos, el mundo comenzó a sonreír otra vez para Yolanda. Era más habitual verla alegre, con sus vivaces y enormes ojos verdes, largas pestañas encrespadas y sus labios sensuales y sabrosos. Enrique también se veía alegre. Le subieron los bonos porque en cosa de semanas pasó de solterón fome a gozar de la compañía de una mujer despampanante. El futuro se avizoraba todo color rosa para ambos. Pero, el destino tenía guardada sorpresas. 

En medio del promisorio noviazgo se produjo un inesperado cambio de planes, la familia de Enrique anunció que se iría de Penco. La madre, el padre y la hermana del joven locero se pusieron de acuerdo para vender la casa. Habían decidido trasladarse a Limache, donde residía el resto de los parientes paternos. Y aquí vino el primer traspié: Enrique lo pensó y concluyó que debía seguir a sus padres y radicarse con ellos en esa ciudad de la provincia de Valparaíso. Por eso renunció a su empleo en la planta de azulejos de Fanaloza. 

La familia de Enrique embarcó todas sus pertenencias y se fue primero, mientras que este último permaneció dos meses más en Penco.

Informada Yolanda del cambio y ante la inminente partida de Enrique, entró en depresión. Pero, ahí estuvo el joven locero para darle seguridades: él se instalaría en Limache y en cosa de semanas volvería a Penco, para llevársela a su nuevo hogar en el norte. Casamiento en Limache, a la brevedad. ¿De corazón Yolanda estaba dispuesta a un cambio tan radical?

Y llegó el día de la despedida, en enero de 1958. Enrique entregó la ex casa familiar de Las Heras a sus nuevos dueños, agarró su maleta y, en compañía de su adorada Yolanda, se dirigió a tomar la micro que lo llevaría a Concepción para abordar el tren al norte. La pareja se bajó en el centro penquista y, en vista que disponían de tiempo, a lo menos una hora, pasaron a servirse un refrigerio en una fuente de soda de calle Barros Arana. Ya en la estación (hoy sede del gobierno regional) Enrique compró unos libros, relatos de vaqueros que vendían en un kiosko, para matar las largas horas de viaje. Y se dijeron las palabras del adiós. “Escúchame, Yolanda, amor mío. Te juro que te vengo a buscar para que nos casemos y será muy pronto”, le dijo Coñito en medio del ruido del gentío y el rechinar de fierros de la locomotora que entraba en la estación…

Fue un momento muy triste para los enamorados, una despedida llena de abrazos, besos y promesas. Muchas promesas. La más importante de estas últimas, que Yolanda también se mudaría a vivir a Limache. Caminaron por el amplio andén de la estación y Enrique abordó el tren expreso a Santiago. De allí tomaría la combinación a Limache en la estación Mapocho.

Poco después que el tren saliera de la estación rodeado de humo negro y fumarolas de vapor, Yolanda volvió a Penco triste pero esperanzada refugiándose en el juramento del “Coñito” que volvería por ella en menos de dos semanas. El vecindario estaba feliz por la nueva vida que aguardaba a esa mujer guapa del barrio aunque fuera tan lejos de Penco y tan lejos de su hijo.

Desde aquel día la joven esperó y esperó. La gente le preguntaba que cuándo se iría ella también, que por qué no se iba sola. Y ella respondía que no conocía esa ciudad, que no sabía ni dónde quedaba ni menos cómo llegar, y decía que era mejor esperar, que ya recibiría alguna carta de Limache. Pero, su intuición también le susurraba al oído y ella lloraba. Y lloró por muchos meses más.

¿Otro universal e incumplido juramento de amor? Enrique, el “Coñito” la dejó plantada, nunca volvió por ella y jamás le escribió una sola carta. Al menos eso era lo que se sabía entre el vecindario. Desengañada Yolanda y enfrentada a la realidad se fue de Penco a vivir a Concepción para iniciar una batalla judicial y lograr la tuición de su hijo o para reencontrarse con el rudo taxista, a quien probablemente no olvidó pese a las promesas del "Coñito”. Desde entonces ese vecindario de Penco nunca más supo de ella, del mismo modo nadie supo nada más de Enrique. El amor de ambos fue breve y bello pero el tiempo lo barrió para siempre por la inconsistencia de las palabras y la inconsecuencia de una de las partes. Hoy tampoco nada es igual en Penco, lugar donde transcurrió aquella frágil historia de amor.

 

UNA MUJER MISTERIOSA

(Segunda parte)

Limache, avenida Urmeneta.
Limache, 24 de agosto de 2010

 ¿Pero, qué pasó verdaderamente? ¿Por qué el "Coñito" no volvió a buscar a Yolanda? ¿O regresó silenciosamente para llevársela y nadie lo supo? Sólo un ser humano en este mundo tiene la respuesta, pensé intrigado, y esa persona es el "Coñito", nadie más. Me propuse tratar de ubicarlo. Era claro que si todavía existía sobre la faz de la tierra, tendría que estar en Limache. Y empecé por ahí. 

Ese día de agosto visité Limache por motivos de trabajo. Terminada mi tarea y siendo aún temprano ingresé en las páginas blancas para buscar su nombre. ¡Bingo!, ahí estaba, completito, no podía ser otro. Map city me ayudó a localizar el punto. Estaba a seis cuadras del lugar en que me encontraba. Subí a mi auto y en vez de tomar el camino de regreso a Santiago, me fui a la dirección. O lo averiguaba ese día o no lo haría nunca; sólo a mí se me pudo ocurrir investigar algo tan etéreo, olvidado y barrido por el tiempo. ¿Alguien más que yo se acordaría de este cuento en Penco? Lo dudo. Se cumplían 52 años de la última vez que yo había visto al "Coñito", cuando  él fue casa por casa a despedirse de las familias amigas del barrio.  

Conduciendo avancé por las calles de Limache. Estacioné frente a la reja con el número que tenía anotado. Toqué el timbre. Salió una mujer de sonrisa agradable, me saludó y me preguntó ¿a quién busca? Y le respondí con otra pregunta ¿Vive aquí don Enrique (me reservo el apellido)? La mujer me dijo que sí pero siguió con sus preguntas: ¿él lo ubica a usted? Pero, claro, le dije, somos amigos de muchos años. Si es así, agregó ella, pase usted, adelante. Crucé la puerta e ingresé al living de la casa. ¿Usted es la hermana de Enrique?, le pregunté para ubicarme. Asintió con la cabeza, me invitó a tomar asiento y volvió a sus labores de costura, porque cuando llegué la vi desde afuera que estaba cosiendo en una habitación lateral. Sentado en un sillón esperé nervioso. Uno o dos minutos. Sentí unos pasos que se acercaban por el pasillo. Mi corazón latió rápido. 

Frente a mí tuve la figura de un hombre mayor, delgado, de pelo fino, sin canas, con peinado bien cuidado. Llevaba una bufanda. Sus ojos brillaban detrás de sus lentes ópticos en tono verde botella. Tendió la mano para saludarme, frunció las cejas y me preguntó con suavidad ¿dónde lo he visto a usted señor? 

--Don Enrique --le dije emocionado-- nos hemos vistos varias veces, en Penco. 

--¿En Penco? Ah, sí, yo viví por muchos años en Penco.

--Yo era un niño entonces y usted trabajaba en Fanaloza. Considero que éramos amigos porque usted era muy amigo de los niños del barrio. 

--¡Qué agradable sorpresa! ¿Y a qué se debe su visita señor, amigo?--, me preguntó. 

--Nada don Enrique, sólo saludar a un amigo que dejó tantos lindos recuerdos en Penco--, se lo dije remarcando "lindos" y mirándolo fijamente a los ojos para ver si sintonizaba. Enrique no me despegaba la vista. Su mirada penetrante denotaba una delicada picardía que se fue transformando en ternura. Sus ojos de anciano guardaban un brillo vital, dulce, de un abuelo simpático que escarbaban en retrospectiva y que quizás reconstruían las imágenes del adiós que le transmitió a Yolanda en la estación ferroviaria de Concepción, aquel lejano día del verano de 1958. Él guardó silencio por largos segundos. Para traerlo al presente le dije: 

--Don Enrique, los niños a usted le decíamos "Coñito", ¿verdad? 

Su cara se iluminó, porque por primera en medio siglo oía de nuevo el apodo. 

--Tiene usted razón, me decían "Coñito".-- Y rió inmerso seguramente en más recuerdos. 

Fue justo en ese momento cuando me dijo: 

--Le voy a presentar a mi señora... 

(¡No!, ¿finalmente se casó con Yolanda y se la trajo a Limache sin que nadie supiera?, pensé casi angustiado. Voy a ver de nuevo a la bella colorina de entonces. Sabré qué pasó con su hijo secuestrado por el padre-taxista-violento, me dije con el corazón lleno de expectativas). Una mujer se presentó silenciosamente en el living donde yo me encontraba con el "Coñito". 

Y apareció ella alta, fina más joven que el "Coñito". Su pelo era rubio entreverado con canas, nariz respingona, sonrisa explícita. (¿Ella es Yolanda? me pregunté en silencio ocultando mi emoción. No estaba seguro. Si era ella, ¡cómo cambió pero sigue casi igual! La miré tratando de unir el pasado con el presente, para establecer las semejanzas o las diferencias. Sí, me dije, los años la han cambiado, aposté: ¡tiene que ser Yolanda y frente a mí aún no me reconoce!) 

--Ella es mi señora--, me dijo orgulloso el "Coñito" sin nombrarla. 

Nos saludamos de mano y de beso. 

(Y yo, nervioso, le preguntaba con el pensamiento: ¿Usted es Yolanda, verdad? ¡Diga que sí por favor para cerrar esta historia! Usted es la misma, continué pensando ansioso durante infinitos segundos.) 

Y Enrique rompió el silencio que siguió a nuestra presentación dirigiéndose a ella: 

--Él es un amigo de Penco que ha pasado a visitarme--. 

(Mientras, yo trataba de descubrir a Yolanda en aquella mujer. Dígame que es usted, pensé casi en voz alta). 

--No lo puedo creer, ¿usted es de Penco?-- me preguntó ella sorprendida como si yo hubiera sido alguien conocido. Me clavó la vista y levantó sus cejas con una amplia sonrisa y una sutil coquetería. Quería oír mi respuesta.

Pero, yo me había quedado mudo y sólo atiné a asentir con la cabeza mientras ganaba tiempo para auscultar su rostro en un esfuerzo por descubrir aquellas pecas de entonces, indagando su identidad en lo profundo de sus ojos claros. 

Ella le habló al marido con femenina displicencia, dirigiendo la vista hacia ninguna parte, como haciendo memoria: 

--El cambio de Penco a Limache fue en 1958, no lo tengo muy claro…

El "Coñito" asintió con seguridad, se giró hacia mí y me miró leyendo mi mente. Lo que me dijo zanjó esa sospecha tremenda que atenazaba mis pensamientos y que era el motivo de mi visita. Su respuesta me dejó un nudo en el pecho: 

--Lo que pasa es que ella se confunde con esa fecha de la mudanza de Penco, porque es nacida y criada en Limache.  

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Regresé a Santiago manejando solitario en la paz de la noche por la cuesta de La Dormida, con la verdad despejada a medias. Tengo que reunirme nuevamente con el “Coñito” para abrochar esta historia. ¿Podré ubicar a Yolanda algún día, si ni siquiera sé su apellido? Aunque en Penco nadie se acuerde o a nadie le importe, seguiré averiguando y ustedes serán testigos del resultado…  
                                                                                                   (CONTINUARÁ) 

AQUEL VERANO DE 1960 EN LA PLAYA DE PENCO

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En el verano de 1960, meses antes del gran terremoto (el mayor del que la Humanidad tenga registro), la playa de Penco se inundó de música: la que provenía de los altavoces de los casinos de entonces y aquella que emitían las radios portátiles. Era una mezcolanza de ritmos y voces. La gente iba a la playa con su portátil recién comprada y ponía la música a todo full. Hacia finales de los años cincuenta ingresaron al mercado de la electrónica las radios a pilas. Antes todos los receptores radiales tenían que estar conectados a la red eléctrica. Pero, cuando irrumpieron masivamente las pilas en la oferta como fuente de energía, de atrás llegaron las radios portátiles y también las linternas pequeñas. A Dios gracias me habían regalado una de esas linternas ese verano, de manera que estaba preparado cuando vino el gran sacudón del 21 de mayo.
Pero, volvamos a las radios. Las marcas alemanas dominaban el mercado: Grundig, Telefunken. La que teníamos en casa usaba seis pilas AA, caras, que duraban apenas una hora. A alguien se ocurrió que esas baterías descargadas se podían recargar echándolas a hervir. Y funcionaba: se podía obtener una carga de yapa de unos diez minutos. Terminado ese tiempo, adiós mi radio.
Pero, la gente llevaba sus portátiles a la playa: era de buen tono, daba independencia, era cool. Quien poseía una de esas radios, parecidas a una maletita, obtenía prestancia, cierta categoría, un grado de distinción. (Las mujeres se fijaban en eso). Su equivalente de hoy sería tener un auto cero K. (Que ya no es gran cosa, pero, en fin, nuevo). 
La playa, entonces, junto con su carga de música popular era escenario de vendedores de helados, de dulces, de sándwiches y de empolvados. Aquellas radios no tenían audífonos. O sea, todos se imponían de lo que estabas escuchando. ¡Súper cool! Pero, siempre había que llevar una carga de pilas de repuesto por lo expresado anteriormente. Las radios portátiles lucían una cubierta de cuero café, como los zapatos. En la zona del parlamente les hacían perforaciones. La nuestra era color crema: Grundig. Nos lucíamos con la radio (aunque sonara por sólo algunos minutos). Había que juntar plata con los integrantes del grupo y mandar a un voluntario a comprar más pilas al Menaje Lina, la tienda de electrónica que la llevaba en Penco. Todavía no se oían los Beatles, pero sí creaciones chilenas: Marcianita y otras. Antes de presentar una canción los locutores leían largas listas de personas que pedían algún tema determinado. Así que primero había que escuchar quiénes habían mandado una carta para solicitar la canción tal o cual y luego de haberse mamado toda la lista, por fin, escuchar el tema. Hoy día, el panorama no ha cambiado mucho: no hay casinos, por tanto no hay música pública. Pero, ¿quién no anda colgado de sus audífonos?

PENCO: POLÍTICA ABIERTA Y EN VIVO POR INTERNET

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Si el propósito de transmitir la sesión del Concejo Municipal de Penco fue, primero, marcar diferencias, el propósito se logró. Si fue conseguir notoriedad pública, también se alcanzó porque tuvo repercusión en los medios locales. Si la idea fue demostrar transparencia, la transmisión también fue relevante para ese fin. El enlace se pudo ver desde cualquier sitio donde hubiera un computador en línea. Por tanto, fue también un primer paso para sacar a Penco de su larga siesta comunicacional. Con estas cosas, la ciudad se pone interesante. Penco se empieza a posicionar como vanguardista.
¿Pero, cuál podría ser el mayor impacto a mediano plazo de esta iniciativa? A lo mejor no es sólo la transparencia, sino que retorne el interés de la gente por la política, en particular de los jóvenes. Nunca más sesiones de un grupo de dirigentes entre cuatro paredes. Por ningún motivo, lo que allí se diga o se acuerde se tiene que ver y oír en todas partes. Imaginamos que la Municipalidad de Penco seguirá con estas transmisiones y que no fue sólo un puntapié inicial.  
Pero, hay que mejorar el trabajo realizado. Hay que disponer de otras dos cámaras de video, de manera que haya tres planos que entreguen una dimensión completa de lo que está ocurriendo en la sala. Un solo ángulo de visión, como lo que vimos gracias a una cámara fotográfica instalada en un rincón no permitió ver cuáles eran las caras de los concejales que quedaron de espaldas a la toma. Oí que durante la reunión, el alcalde Figueroa le ofreció la palabra al concejal Fierro, por ejemplo, pero al señor Fierro no lo vi nunca, por la razón indicada. Entonces, muy buena la iniciativa, pero hay que mejorar. 
Una transmisión de televisión es siempre un proyecto prolijo: Es importante que los concejales tengan claro que durante una transmisión están “al aire” (no lo deben olvidar nunca). De modo que no pueden descuidar su aspecto, su actitud y su manera de expresarse. Hay mucha gente afuera de la sala que los está observando. Si tienen aspiraciones de futuro político (me refiero a los concejales) cuídense, hablen bien, preséntense bien, expresen sus ideas con claridad. Recuerden que la televisión magnifica los errores. 
Nuevamente felicitaciones al alcalde Víctor Hugo Figueroa. Su iniciativa pionera en materia de incorporar el uso de las nuevas tecnologías en las comunicaciones le asegurará un sitial en la historia de Penco.

UN DÍA DE VACACIONES EN PENCO

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El día puede comenzar asistiendo a presenciar un entretenido partido en la cancha de Gente de Mar. La entrada es libre y uno puede elegir el sitio para instalarse. Sugiero que lo mejor es mirar el partido desde la línea porque más allá de las jugadas desde ahí se tiene una perspectiva única de la hermosa bahía de Penco. Además ahí es donde se escuchan las mejores tallas.

Hermosa foto captada por Jaime Robles.
Cuando ya se acerca el mediodía, uno puede tomar su vehículo, subir por Villarrica y seguir hacia Primeragua. Apenas cuatro kilómetro camino arriba se llega al restaurant de Zulema, un muy buen lugar para almorzar sin apuro. Desde la galería orientada al poniente se tiene una magnífica vista hacia la isla Quiriquina. La especialidad de Zulema son las carnes preparadas al más puro estilo pencón: bien adobadas, deliciosas papas fritas y exquisito pan amasado. Una copa de buen vino tinto Merlot va muy bien.

Se puede hacer una agradable sobremesa junto a la piscina del lado norte bajo una pérgola y al cabo de haber reposado lo suficiente, uno regresa a la ciudad para concentrarse en la playa. Las cuatro de la tarde es la mejor hora para comenzar, sin alta radiación UV y con viento calmo. El mar sosegado invita a bañarse y dar un par de brazadas. Si las fuerzas dan, se puede ir nadando hasta la balsa. Allí, un par de piqueros y de regreso a la playa a tomar el buen sol y disfrutar del panorama, que siempre tiene novedades interesantes.

Cuando cae la tarde, hay que darse una ducha y después irse de paseo por la plaza de Penco. Luego de dar una vueltas y saludar a los amigos uno puede sentarse a leer un poco o revisar los mail en el Ipad. A esas alturas, la actividad de la tarde despierta el apetito. Nada mejor, entonces, que caminar rumbo a la Planchada para presenciar y fotografiar el atardecer el Penco.

De ahí, la sugerencia es ir caminando al Casino Oriente. Recomendable es hacerlo por la playa directamente. Ya en el recinto sugiero pedir un piscosur y sostener una distendida conversación con el dueño del local, mi amigo Navarrete. Siempre tiene noticias y copuchas penconas, harta historia también. Tras la conversación, lo mejor es pedir un plato de pescado (propongo atún) con ensaladas y un vino blanco frío, ojalá Chardonnay. La sobremesa puede prolongarse todo lo que uno quiera. Desde las ventanas del casino se divisa gran parte de la playa en perspectiva nocturna y al otro lado del mar, las luces de Talcahuano. ¿Qué mejor?

Terminada la jornada la mejor sugerencia es regresar caminando al hotel ahí frente a la plaza. Claro que es indispensable hacer todo este recorrido en buena compañía. ¿No creen lo mismo?


ALCALDE HACE ANUNCIOS EN MENSAJE NAVIDEÑO

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El alcalde Figueroa durante su mensaje en Internet.
El alcalde Víctor Hugo Figueroa envió un cálido mensaje de Navidad a los habitantes de la comuna grabado en video a través de Internet. Junto con desear una feliz fiesta en familia, el edil informó de la serie de proyectos que están en desarrollo desde el día que asumió la alcaldía, el 6 de diciembre pasado.
Dijo que en su reciente viaje a Santiago consiguió que la empresa de Ferrocarriles cediera a la comuna las dos hectáreas donde se emplaza el antiguo bodegón del servicio de carga y que el predio será destinado a facilidades comunitarias y a un futuro parque frente a la playa.
La plaza pencona se convertirá en la mejor de la región.
Informó también que se está trabajando en la remodelación de la plaza pencona y que la idea es convertirla en una de las más atractivas de la región. Por otra parte dijo que Penco necesita un cementerio municipal, porque el actual es de la parroquia. Por tal motivo está en contacto con forestales para explorar el mejor sitio donde desplegar un espacio destinado a ese propósito. El proyecto de un estadio para la comuna también está en marcha y el alcalde lo hizo notar en su mensaje.
El bodegón de Ferrocarriles dará paso a un parque.
Al mismo tiempo, Víctor Hugo Figueroa pidió comprensión a los vecinos que se acercan al municipio pidiendo una audiencia. La intensa actividad de su agenda ha impedido responder a todas las solicitudes. Junto con pedir un poquito de paciencia dijo que muy pronto podrá atender a esas inquietudes.
Una precisión importante hizo al final de su mensaje: la comuna es Penco que incluye a Cosmito, Cerro Verde, Lirquén y Primeragua. Todos sus habitantes pertenecen a esta comuna que se inicia en Cosmito y se prolonga hasta la población Ríos de Chile. La pertenencia a la comuna no implica una pérdida de identidad. Por el contrario cada uno de los sectores nombrados está llamado a mantener y desarrollar su propia personalidad y características en el marco de los límites de la comuna de Penco.

EL CARBÓN DE PENCO QUE DESLUMBRÓ A LOS INGLESES

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La boca de la mina de Lirquén estaba a la izquierda de la foto. (Imagen:JRR)
Muchas personas ni se imaginarán hoy que Penco tuvo un interesante pasado carbonífero. No alcanzó la popularidad que consiguieron Lota o Coronel, pero igualmente en la comuna había una intensa labor extractiva de carbón de piedra. La geografía laboral pencona de entonces era distinta a la de hoy: por sus calles caminaban los loceros, los refineros y los mineros. Todos con sus características distintivas a la vista. Los loceros más humildes, los refineros más empingorotados. Los mineros, en cambio, vestidos con sus atuendos para el trabajo subterráneo, iban en cantidades por las calles de la ciudad, sin preocuparse de su aspecto, seguramente concentrados en su labor bajo la superficie. Llevaban casco negro con lámpara frontal, mamelucos, chaqueta gruesa y bototos para el barro de las galerías de laboreo. 
Datos históricos hablan que los ingleses se abastecían de carbón en Penco haciendo excavaciones menores. El combustible estaba a flor de suelo y era muy útil para sus navíos. Esta facilidad para conseguirlo segúramente los tenía deslumbrados. La mina de Lirquén comenzó a operar en 1843. Pero, no sólo fue Lirquén el centro de la actividad carbonífera de la comuna. En Cerro Verde también había un pique para la extracción y otro existía en Cosmito. Los dos primeros adentraban sus galerías subterráneas por debajo de la bahía de Concepción. La boca de la mina de Lirquén apuntaba directamente al mar, en una inclinación de unos 33 grados. El mineral era trasladado a la superficie en carros metálicos enganchados a un cable sinfín. El carbón, en grandes trozos de piedra relucía su tinte negro azabache a la luz de sol.  
Decíamos que Lirquén, Cerro Verde y Cosmito si bien eran productores de este combustible fósil, no alcanzaron el renombre internacional de Lota, por ejemplo, porque Penco no tuvo la suerte de contar con un escritor que lo lanzara al estrellato como fue el caso de Baldomero Lillo autor de Subterra. Otra razón pudo ser el hecho que Coronel y Lota integrantes de la llama cuenca carbonífera, perduraron más en el tiempo. 
Lo que nos interesa rescatar aquí es que la comuna de Penco también fue carbonífera y que contó con centenares de mineros con sus familias. Era frecuentes verlos caminar de Penco a Lirquén por la línea férrea llevando sus bolsas blancas con el “manche” (la comida). Un minero lucía siempre su casco negro. Lo que no se veía era que todos se fajaban la cintura con un largo trozo de tela de algodón hecho de bolsas de harina. Esas tareas tan rudas bajo tierra y bajo el mar exigían cuidar la espalda. Porque esos hombres permanecían horas arrodillados y encorvados extrayendo carbón. Así era la dura vida de los mineros de Penco.
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EL DÍA EN QUE EL BICHO DE LA COMPUTACIÓN ENTRÓ EN LA MONEDA

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Ese día me encontré con mi amigo Gómez en la puerta de La Moneda. Según me dijo, venía saliendo de una reunión en la Presidencia. Gómez, un ingeniero muy joven, tenía un cassette, un discurso, que era su prédica, un sueño frustrado. Hablaba de su asunto a quien se le ponía por delante. Y ahí aparecí yo.
Ángulo de visión desde la puerta de La Moneda hacia la P. de la Constitución.
“Hablé con el Presidente (Allende) y le dije que nos metiéramos como país en el negocio de los computadores, que la IBM no daba pie en bola haciendo equipos grandes que funcionan mal. Chile puede ser líder mundial en la fabricación de computadores más chicos y no de esos roperos que construyen los gringos. Es el momento preciso para empezar a hacer computadores pequeños”. Eso me dijo Gómez, un muchacho que gozaba de fama de cabezón. En la Juventud Socialista le decían cabeza de huevo.

¿Y qué te dijo el Presidente?, le pregunté. Gómez me respondió mirando para ninguna parte, pero con el rostro lleno de entusiasmo: “Me clavó los ojos. Porque parece que me apresuré demasiado, se lo dije directamente, en frío. Es que tenemos que hacerlo y en el partido no me han dado pelota. ¿El Presidente? No me dijo nada. Pero, estoy seguro que se va a interesar. Estamos en el momento preciso y él es un político que capta estas cosas”.

Gómez hablaba de computadores, no de softwares. Pero, sin duda ya pensaba que ése era el próximo paso.

Como yo tenía asuntos profesionales que cumplir me despedí de Gómez, quien se quedó parado en la puerta de La Moneda, frente a la Plaza de la Constitución, como esperando a cualquiera otra persona que pasara a quien contarle su idea. No he visto a mi amigo desde ese día del mes de abril de 1972.

¿Si hubieran escuchado a Gómez, seríamos hoy el mismo país? Probablemente sí, pero con la diferencia de estar entre los líderes en la construcción de computadores y seguramente también en el diseño de softwares.

Tres años después de aquel encuentro en La Moneda, en 1975 Waldo Muñoz, un ingeniero computín de Huachipato me dijo que dejaba CAP para establecer su propia empresa de computadores en villa San Pedro, Crecic. Él no pretendía fabricar equipos, sino que prestaría servicios de informática a empresas con un enorme computador recién adquirido a IBM. Y Muñoz, un sujeto de ojos pequeños llenos de fuego, me dijo: “Tenemos que avanzar en este asunto rápidamente. Tenemos que imitarles a los israelíes que van muy de prisa, pero por detrás de los gringos. Para este negocio informático, nuestro modelo son los israelíes”.

Cuando Muñoz me dijo eso, me acordé de Gómez. Y pensé, perdimos una primera oportunidad, competir con los gringos; ahora nos queda una segunda, alcanzar a los israelíes.

De Muñoz sólo sé que cambió de giro, porque los servicios de informática que prestaba a las empresas con su equipo grande, no le sirvieron de mucho cuando llegó la avalancha computadores personales, de los que a su modo me mencionaba Gómez en la puerta de La Moneda en 1972. Muñoz, un tipo inteligente, hábilmente transformó su empresa en un instituto para enseñar computación.
Si nuestra política actuara en sintonía con las nuevas ideas planteadas por sujetos con visión, que los hay muchos, y que lo predican en los pasillos del poder, nuestro país sería mucho mejor. Pero...

PENCO DEBE BUSCAR ALTERNATIVAS A LA PIROTECNIA

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El alcalde Víctor Hugo Figueroa informó a través de Facebook que no hubo festival pirotécnico en Penco y Lirquén con motivo de las fiestas de fin de año debido a que la comuna no tiene recursos para solventar este espectáculo que llega a unos cuarenta millones de pesos los diez minutos. No descartó, sin embargo, que se haga un esfuerzo cuando finalice el 2013 aunque igual advirtió que se trata de un placer dispendioso.
El siguiente es el texto publicado por Víctor Hugo Figueroa en FB:

 “A quienes me reclamaron la ausencia de Fuegos Artificiales en la comuna de Penco, les comento que son pocas las empresas autorizadas... como todas son contratadas el mismo dia y hora su costo es MUY elevado (entre 30 Y 40 millones, los 10 minutos)... ojalá puedan comprender que para un municipio pequeño como el nuestro es dificil invertir esa suma. (La municipalidad de Talcahuano SOLO por concepto del CASINO MARINA DEL SOL recibe 2.500 millones adicionales al año). Además, ruego que comprendan que todo lo realizado este 2012, fue aprobado en el presupuesto el año 2011... dificilmente puedo disponer de esa suma si no ha sido presupuestada el año pasado...Veremos si el proximo año hacemos el esfuerzo... debemos eliminar otros gastos eso si. Las comparaciones con otros municipios aqui no son válidas... Coronel tiene el doble de nuestro presupuesto... y Talcahuano 5 veces más… Ojalá comprendan porque nunca han habido Fuegos Artificiales la noche de Año Nuevo... Saludos a todos!”


Las fogatas o luminarias de año nuevo son un daño para Penco (foto JRR).
A lo mejor sería más notorio tener un festival pirotécnico para las celebraciones del aniversario de Penco, así la comuna destacaría de inmediato y estaría en los medios de comunicación. Porque no se puede competir con otras comunas, como dice el alcalde, ni menos con otras ciudades del mundo. Lo que muestra la televisión de lo que ocurre en otras partes simplemente no se puede emular: Nueva York, Hong Kong, París, Dubai. Sí sería distinto quemar unos cuantos petardos autorizados para que iluminen el cielo de Penco y Lirquén para el cumpleaños de la comuna. Pero, ¿no sería mejor unas salvas de cañones desde La Planchada con el apoyo de un regimiento de artillería? ¿O hacer sonar el antiguo silbato de la refinería de poder conseguirlo? ¡Eso sería novedoso! ¿Las fogatas? No, son riesgosas y no transmiten emoción. Además esa costumbre no es urbana. Se practica, por lo general en los campos.

PARCHES, MEDIAS CON PUNTOS IDOS Y "PAPAS"

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Condorito con un parche en la rodilla.
Por motivos de la economía tanto local como mundial, completamente cerrada entonces (1957) en Penco no era cuestión de cambiar simplemente una prenda de vestir por el hecho de estar vieja: había que remendarla porque el sustituto o el reemplazo era demasiado caro. De allí que la mayoría de los niños por lo general usaban sus ropas a más no poder: todas remendadas. Muy pocos lucían pantalones pulcros: todos llevaban vistosos parches en las rodillas, en los codos o en el poto. Decimos vistoso porque tales parches no eran de la misma tela. Nadie se burlaba de otro porque fuera con su ropa parchada. Era algo natural. Lo que la sociedad local de esos años criticaba era a quienes iban por las calles con la ropa rota, simplemente, sin haberla parchado. Los comentarios negativos recaían en las madres (que según las malas lenguas, no se preocupaban).
 Las medias femeninas también eran un problema para ellas: se les corrían los puntos porque eran muy delicadas. Un ligero rasmillón y zas se rompían. Comprarse un par de repuesto tampoco era fácil por los precios. Por eso había personas que se ganaban algún dinero reparando medias. Tomaban los puntos. Una señora que tenía este oficio vivía en calle Alcázar entre Cochrane y Blanco al lado de la Iglesia Pentecostal. Ella se lo pasaba días enteros tomando los puntos idos de las medias de sus clientes. Pero, había muchas más que se dedicaban a eso. 
Los calcetines de los caballeros y de los niños se gastaban rápidamente en los talones debido al uso. Se rompían y quedaban inutilizados. Los que se atrevían a ponerse calcetines rotos corrían el riesgo de lucir la piel desnuda un poco más arriba del talón. Los agujeros en los calcetines se llamaban “papas”. El problema se resolvía con una ampolleta. Se la introducía en el calcetín, como si fuera el talón y el agujero se reparaba con una aguja con hijo. Se costureaba a mano, respetando la comba de la superficie de la ampolleta. Santo remedio. No hacerlo era un descuido grave y un riesgo que alguien te gritara en la calle: ¿A cómo vendes las papas? 
Los ternos, las chaquetas y los abrigos también se deterioraban rápido. Una fórmula para recuperarlos era el virado. Los sastres y las modistas ejecutaban el trabajo de descoser y dar vueltas las telas con el mismo corte y coser pero al lado contrario. Algunos trabajos quedaban impecables, con la cara del revés de la tela expuesto como si fuera un traje nuevo. Los conocedores del oficio sabían cuando un traje era virado: para evitar que el bolsillo del pecho quedara al lado derecho, el sastre o la modista le hacía un corte diagonal a ambos lados y lo eliminaban. Así la chaqueta quedaba sin bolsillo de pecho, con línea deportiva como blazer de cowboy.

COBRA PLENO SENTIDO PENCO, CIUDAD HISTÓRICA

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Vecinos de Penco presentes en la ceremonia.
El alcalde Figueroa en el hito 2.
La historia dice que por el lado norte, Penco limitaba en su río. O sea, los habitantes tenían sus casas emplazadas hacia el sur. Imaginamos que desde el estero hacia el norte era puro campo abierto o monte de tupida vegetación nativa. La plaza actual, por tanto, no existía. 
Los datos los dio el alcalde Víctor Hugo Figueroa en su discurso de inauguración del segundo hito de la Historia de Penco, programa que desarrollan en conjunto la municipalidad y la Sociedad de Historia local. Este segundo hito se levanta justamente fuera del límite natural de la ciudad, exactamente al otro lado del río por Las Heras luego de su intersección con calle Penco (pasado el puente). 
El alcalde dijo que fueron los franciscanos quienes en 1572 edificaron allí su convento. En el siglo XX, en la construcción que hay ahora en esa esquina funcionó la Caja de Ahorros antecesora del Banco Estado; después fue la residencia del gerente general de Fanaloza; posteriormente la sede del Sindicato de Empleados de Fanaloza y más tarde cedió su espacio a un restaurant. Hoy funciona ahí un colegio. 
Pero, volvamos al convento franciscano. Como estaba al otro lado del estero hubo que construir el primer puente en Penco, del que no quedan vestigios. Sin duda ese puente colonial y el convento abrieron la posibilidad poblar hacia el norte. Otro aspecto importante del lugar es que en ese sitio están sepultados cinco gobernadores de Chile (enviados desde España por la corona) los cuales tendrían sus sepulturas bajo el altar mayor del templo del convento de entonces (siglo XVI). El más sobresaliente de estos gobernadores fue don Alonso de Ribera quien gobernara durante dos períodos: entre 1601 y 1605 y entre 1612 y 1617. 
J. Robles, pdte. de la Soc. de Historia se refiere al hito.
En la ceremonia realizada al mediodía del 5 de enero de 2013 y que encabezó el alcalde Figueroa asistieron integrantes de la Sociedad de Historia de Penco, que preside Jaime Robles; funcionarios municipales y una cincuenta de vecinos. Lo importante de de la ceremonia es que la comuna marca la diferencia en la región subrayando el trascendente valor de su pasado hecho que refuerza el concepto de “ciudad histórica” como un apellido con contenido y no una frase vacía.

EL SILENCIO DE UN NIÑO DESCALZO

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Era un niño montaraz que vivía en los faldeos de Villarrica. Su vida transcurría mayormente en los cerros. Bajo, grueso, aguerrido. Invierno y verano iba descalzo. Alguien lo motejó: “Pateguala” ¿Qué significaba eso? Tal vez porque no tenía zapatos. Disponer o no de calzado era una medida para diferenciar a los niños pobres de los más humildes en Penco. Pero, “Pateguala” hacía su vida: callado subía por los cerros cortaba leña y regresaba a la modesta rancha que lo cobijaba, con su carga. Tenía un sweter azul que con el uso había alcanzado una tonalidad violeta. Además le caía como faldón sobre el mameluco de mezclilla porque tenía talle corto. “El finao era más grande”, le decían al pasar. Y él  no se inmutaba. ¿Era el “Pateguala” un niño feliz, como los demás? Difícil pregunta para responder respecto de un muchacho retraído y silencioso. Una pregunta todavía más compleja sería saber su nombre.

Pero, su nombre estaba registrado en la escuela N° 31. Asistía a clases tarde mal y nunca, porque su vocación eran los cerros. Allí se manejaba con una destreza extraordinaria: conocía todos los recovecos del monte, identificaba el trino de todas las aves de bosque las que parecían cantar para él, ponía huachis en las pasadas de los conejos y evitaba con sapiencia tener contacto físico con el litre. A pesar de su familiaridad con los árboles le sobrevenían las alergias a la piel cuando sin querer rozaba una de esas especies nativas ponzoñosas. “Pateguala”, como decíamos, siempre descalzo trepaba a los árboles para obtener frutos de los más altos o por el puro placer de llegar a las copas.

Volvamos a lo del colegio. Una vez su profesora, la señorita Norma, ideó una táctica para que el “Pateguala” anclara en la escuela y dejara sus andanzas por los cerros. Al fin y al cabo tenía que estudiar y prepararse para un futuro mejor. La maestra le encargó que se aprendiera una poesía para que la recitara ante el curso. Ésa era la treta. El niño respetuosamente prestó atención al trabajo que se le encargaba y no dijo ni sí ni no. La señorita Norma entendió que su táctica comenzaba a funcionar.  Pero, lo concreto fue que nadie escarbó más en la silenciosa personalidad del “Pateguala”: por qué tenía pocos amigos, cuál sería la causa de su timidez o por qué su vida era más relajada apartado de la vida social.

Cada lunes a primera hora había un acto en el colegio. Los cursos se formaban ante el director del establecimiento y el cuerpo de profesores. Estos últimos aprovechaban la ocasión para que algún alumno hiciera una presentación ante todo el colegio: cantar, leer un texto, recitar. Entonces la señorita Norma se acordó del trabajo que le había encargado al “Pateguala”: que se aprendiera esa poesía. Y anotó su nombre en la pauta del acto. El profesor que hacía de maestro de ceremonia comenzó a llamar al escenario a los estudiantes según la lista. Fulano de tal subió y cantó, aplausos; zutano subió y leyó un pasaje de la historia de Chile, aplausos; merengano  subió pronunció un monólogo, aplausos. Y le tocó el turno al “Pateguala”. El maestro de ceremonia lo llamó al escenario por su nombre…

El “Pateguala” dijeron a coro sus compañeros. El aludido estaba en la formación, pero al final. De modo que tuvo que recorrer un buen trecho para llegar al punto donde tenía que enfrentar al colegio. Caminó rápido, seguro, con su sweter violeta, sus mamelucos y los pies descalzos. Cuando se paró para recitar su poesía todos pudimos ver sus pies desnudos, sus empeines quemados por el sol o por las heladas y más arriba sus tobillos martirizados por las quilas o las zarzamoras de los bosques. Se produjo entonces el silencio que otorga la audiencia al artista para que comience su rutina. Cinco segundos, diez segundos, veinte segundos, treinta segundos… El “Pateguala” estaba ahí parado como una estatua, congelado, petrificado, con la mirada vacía y el rostro impertérrito. Los profesores se miraban entre sí, la señorita Norma estaba molesta con su orgullo herido, los alumnos mantenían como nunca un  silencio sepulcral esperando oír al “Pateguala”. Hasta que por fin, como que el niño siguiera en el limbo frente a todos,  el maestro de ceremonia se acercó y le habló al oído. Entonces el niño bajó triste su humilde cabeza y regresó en silencio a su puesto al final de la fila de su curso. A las pocas semanas el “Pateguala” no regresó más al colegio.

ESE LARGO Y TORTUOSO VIAJE DE PENCO A CONCEPCIÓN

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Colaboración de Max Wenger, desde Pucón.

Pocos pencones, en la incesante marcha del tiempo, recordarán quizá la verdadera aventura que significaba viajar a la metrópoli, a Concepción, hacia fines de los 40 e inicios de los 50. Naturalmente se contaba con el sistema ferroviario, que disponía de un par de servicios al día. Y el ritmo de crecimiento de Penco, hacía cada vez más necesario viajar a la capital provincial. Por esa misma necesidad fue seguramente que surgió otra, la de la movilización colectiva terrestre más frecuente entre ambos centros urbanos. Fue así como algunos emprendedores se dieron a la tarea de implementar un servicio de micros y de góndolas con frecuencia de salidas de una hora primero y media después. El éxito, dicho esto de manera general, coronó sus esfuerzos.
Penco y Concepción estaban situadas a unos 12 kilómetros de distancia, que hoy seguramente son menos y no porque las ciudades se hayan movido de donde las conocemos, sino porque la progresiva pavimentación del camino hasta llegar a la auto-pista de hoy, echó por tierra literalmente algunas pequeñas cuestas y curvas de la vía acortando el tiempo de viaje, que en los comienzos requería de alrededor de una hora.
La odisea de la que hablamos previamente, tenía que ver con el estado del camino de ripio y el hecho de que los vehículos se abarrotaban de pasajeros, incluso con algunos tres o cuatro literalmente colgados de gruesas manillas niqueladas, apernadas en el exterior de las pisaderas.
Hacíamos una distinción entre micros y góndolas, pues no se sabe porqué razón, a aquellos vehículos con carrocería de madera y cubierta de latón, fabricadas por expertos carpinteros incluso del propio Penco, que contaban con sólo una puerta delantera, se les llamaba micros y a los que estaban dotados de puerta delantera y trasera, se les denominaba góndolas en la jerga de conductores y por extensión luego, del público usuario. Como el uso del lenguaje cambia con el tiempo, hoy las góndolas se encuentran en los supermercados y... también en la italiana Venecia, navegando por sus canales.
Aún se podrá recordar por los más antiguos, la enorme expectación que despertó la noticia de que un día cualquiera, la familia Nova probablemente, que ya contaba con algunos de estos medios, pondría al servicio de los pencones dos micros nuevecitas... Cuál sería el grado de curiosidad de la gente, que más o menos a la hora señalada, alrededor de las 5 de la tarde, se fue congregando en la Plaza para ser testigos de excepción de ese notable acontecimiento. Primero arribó una micro con carrocería del tipo Blue Bird, que todavía se ve en el cine estadounidense en el traslado de escolares.
El ómnibus era nuevo y parecía nuevo. Era de marca Chevrolet, del año 49 al parecer, carrozado en metal, con asientos tapizados y blandos,con puertas accionadas por sistema de aire comprimido, de color azulino, que llegó sólo con la indispensable presencia de su chofer y se instaló frente a la plaza, por calle Maipú, en donde le esperaban colegas, propietarios y público. De inmediato los balbuceos de admiración y de agrado, se dejaron sentir entre la concurrencia.
Pero... muy pronto empezó a cundir un germen de desencanto entre las personas, mayores, mujeres, hombres, jóvenes y niños.
 
Ocurrió que la comunicación "de boca en boca" (no había medios locales), las versiones y los rumores habían dicho con buen grado de certeza que se trataba de Dos nuevas micros. Y...hasta ese momento, por muy bonita y nueva que fuera, la que estaba ante sus ojos era solamente uno de esos vehículos. A los pocos minutos, apareció en calle Heras pasado el puente de calle Penco, el segundo vehículo, con lo que la emoción de la multitud volvió a mostrar otra de sus facetas, ahora nuevamente de alegría que se reflejaba en los rostros de las personas.
 
Era esta nueva "máquina", por usar un término de la jerga de la actividad, una Ford del año 46, es decir, no era lo que se debe llamar nueva, pero lo parecía porque estaba recién pintada de azul y gris, su carrocería era de madera y latón, "made in Chile" y era conducida por uno de los más jóvenes miembros de la familia Nova, que gustaba usar chaquetas de gamuza tipo "cowboy", lo que para el mundo femenino al menos, debe haber sido un "plus". El júbilo de los pencones, testigos de este acontecimiento, volvió a extenderse como un estallido de satisfacción y legítimo orgullo. Con estos dos nuevos vehículos en el servicio, comenzaron a quedar atrás los tiempos de otros transportes de pasajeros más antiguos, como la famosa "Fargo" que solía manejar un personaje locuaz y pintoresco, a quien se conocía como "El Chiruca".
Lorenzo Varoli, campeón de la velocidad.
Esta micro tenía en su bitácora varias peripecias al mando de "El Chiruca". Una vez llegó la noticia a Penco que la Fargo se había "dado vuelta" por el pésimo estado del camino. Este simpático personaje, hay que decirlo, parecía creer que las micros o góndolas tenían en su estructura un componente de goma. Y, además, era fervoroso hincha de Lorenzo Varoli, el famosísimo piloto chileno (Talca) de autos de carrera. Era como lo fue Eliseo Salazar, en los tiempos modernos.
 
El camino, también nobleza obliga, en verano estaba cubierto de tierra y piedras, en tanto que en invierno, el agua y el barro se alzaban como amos y señores. Esto dicho en abono de las peripecias del querido "Chiruca". Los tiempos ya no son los mismos, hoy no se escucha tanto como antes hablar de micros ni menos de góndolas. Reinan los buses y los taxibuses.
El camino Penco-Concepción, es una real maravilla, provisto de dos asfaltadas vías independientes que permiten hacer el recorrido en unos 10 minutos, dependiendo ello de cómo marche el negocio en manos de los conductores, como esté su estado anímico y del número de usuarios de los servicios en cada "vuelta". Estas son precisamente algunas "vueltas de la vida" en lo que a locomoción colectiva concierne, en sus albores en Penco.

PENCO FÉRTIL TIERRA DE APODOS

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Cuando oí a Raúl Oliveros hablarme del pasado de Penco, para referirse a personas y nombres me dijo: “es que aquí se usaban por puros sobrenombres”.  Veamos algunos de esos “alias” populares que calzaron justo en los personajes a quienes “les vino el sayo”. 

Carreras a la chilena en Fundo Coihueco. (Foto JRR)
Podemos hacer una lista, tal vez interminable, pero vamos a comenzar: 

“Chancho al hombro” fue un mote que le pusieron al alguien popular en Penco porque seguramente algunas vez llevó sobre sus hombros uno de estos animales.

“Boca de mono” por algunas característica próxima del aludido con…

“Pancho Jeta”, por alguna prominencia en sus labios.

“Richard Nixon”, por su parecido con el ex presidente norteamericano.

“Perra flaca”, a lo mejor desajustado a la realidad.

“Don Cordillera”, un señor que tenía problemas en la piel con zonas blancas y más oscuras.

“Pestañas de chancho”, una persona con las pestañas tupidas y rectas.

“El Diuco”, así le decían a un ex alcalde de Penco.

“El Chiquitín”, mote del hijo voluminoso de un almacenero local.

“Los Peluca” les venía muy bien a unos hermanos estibadores.

“El Melena”, le iba como anillo al dedo a un jugador de fútbol de Fanaloza de apellido Cortés.

“El Cayapo”, un futbolista aficionado de calle Alcázar.

“Peyo Chúcaro”, un jugadorazo de Fanaloza.

“El Cuco”, un estibador solitario y abandonado por las mujeres.

“Las Viva Chile”, damas que seguramente destacaban por su ropa vistosa.

“Fanfarria”, el chofer de la micro de estudiantes de la Refinería.

“El Chueco” era un apodo que les iba por igual a Cortés, Avilés y Careaga.

“El Ñajo” era un vagabundo a mal traer de Penco.

“Corbatita”, un emprendedor del comercio y el transporte ferroviario.

“El Cántaro”, ¿parecería un florero oriental?

“El jurel”.

“El Peje”.

“El Minero”, gran futbolista de Gente de Mar.

“El Feúcho”, un poco injusto también este alias.

“El Trece años”, seguramente porque el personaje decía ésa como su edad durante mucho tiempo.

“El Chino”, un dueño de carnicería con ojos almendrados

“El Cajero”, un trabajador de Fanaloza que le contaba a las niñas que era cajero de su empresa, sin aclarar que con sus manos construía cajas de caolín creando la falsa idea que manejaba fondos.

“El Pito de la Loza”, la persona que respondía a ese mote nunca explicó el porqué.

(continuará) 

LAS "MEICAS" Y LA OTRA MEDICINA EN PENCO

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No todos en Penco y Lirquén podían ser atendidos por un médico. Ello, pese a todo lo que les era posible hacer a los facultativos de entonces. De manera que cuando estos profesionales no estaban, aparecían las “meicas” que llenaban el vacío. Las “meicas” eran mujeres mayores sin formación académica que ejercían el oficio de conocedoras de la salud solamente a partir de la experiencia. Había quienes les atribuían poderes fuera de lo común. Serían las equivalentes a las machis mapuches. En el ejercicio de atender pacientes, diagnosticaban enfermedades y recetaban. Incluso, algunas intervenían físicamente a los enfermos. 

La abuela Paula, en calle Alcázar o la abuela Cruz en calle Las Heras, por ejemplo, entregaban este servicio alternativo, por así llamarlo, a la medicina ortodoxa. También había una “meica” a la entrada de Cerro Verde y otra muy conocida en el sector de Los Barones. No nos referiremos a su formación para conocer de enfermedades, nos remitiremos a la fe que le tenían sus pacientes. Eran especialistas en lo que llamaban el “mal de madre”, el “mal de ojo”, el “empacho”, el “desconchavo de huesos” o simplemente el “mal”. 

Recuerdo haber espiado una “consulta” de la “meica” de Los Barones, muy conocida y respetada. Era una mujer vieja, flaca como palo, alta. Desde detrás de una cortina vi y oí que luego que una paciente le contara sus dolores, ella la toqueteara por encima de la ropa a la altura del ombligo y le dijera luego de pensar un rato: “esto es mal de madre, niña”. Y le explicó que una de las causas de la dolencia era el frío pero también la acción esotérica de “alguien” inamistoso. En seguida recetó una pócima turbia dentro de una botella que dijo estar hechas con una hierba específica del campo: la pila-pila, una planta rastrera de hojas redondas muy abundante en los cerros de Penco. No supe si la paciente se mejoró. 

La abuela Cruz ejercía de igual modo, salvo que ella era una vieja de acción. Una vez vi que un estibador de Lirquén sufrió un esguince de tobillo. Era tal el dolor del hombre que hubo que salir corriendo a buscar a la “meica” a eso de la medianoche. Frente a esta urgencia, la abuela Cruz saltó de su cama, cayó justo sobre sus suecos (estaba durmiendo vestida) y fue casi volando a la dirección del paciente. Pidió un lavatorio con agua caliente, hizo que el hombre metiera su pie desguinzado y comenzó a sobar y sobar en el agua. Después de media hora pidió una venda y dos huevos. Impregnó la venda con las claras y vendó fuertemente el tobillo. Se suponía que las claras servirían para que las vendas se pusieran rígidas cuando se secaran. Bueno, el paciente pudo por fin conciliar el sueño y la abuela Cruz volvió a su casa, se sacó sus suecos y se metió igualmente en su cama. 

Hay muchas otras historias referidas a esta actividad alternativa, más unida al mito o a supuestos poderes sobrenaturales con los que comulgaban muchos habitantes de Penco, cuando llegar a una consulta médica era casi imposible. ¿Habrá algo de eso todavía? 

PESCADO FRITO Y UNA COPA DE VINO

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Los cambios que trajo el nuevo siglo han sido tan profundos que muchos olvidan cómo era la vida antes. Basta con forzar un poquito la memoria para reconstituir las escenas familiares del pasado y las costumbres de Penco en años no tan remotos. Nos vamos a enfocar en un tipo de comida en particular. 
Si la idea era preparar pescado frito, había que ir a la playa, sector de Gente de Mar, y comprar unas tres o cuatro pescadas(así se llamaba a las merluzas). Los pescadores las vendían enteras: con cabezas, cola, escamas y vísceras. Si eran cuatro ejemplares, les introducían un trozo de alambre por las agallas y lo sacaban por el hocico, después unían los cabos del alambre y las cuatro pescadas quedaban listas para llevarlas a casa. El comprador las transportaba colgando. Si era una persona de baja estatura, las colas arrastraban el suelo, si se descuidaba, los peces se golpeaban en su ropa impregnándola.
Ya en casa había que darse a la tarea de limpiarlas: quitarles cabezas, escamas, piel, espinazo, cola y tripas. Una tarea pesada y poco atractiva. Hoy el producto se compra listo para tirarlo a la sartén.  Para freír las pescadas teníamos que disponer de aceite suficiente. La fritanga exigía una buena cantidad. Con una botella de vidrio había que ir al almacén de la esquina donde el aceite se extraía directamente de un tambor enorme dotado de una bomba. El vendedor introducía una manguera en la boca de la botella y hacía girar una manivela. ¡Listo, un litro de aceite!

La mayonesa hecha en casa era la única opción. Las cocineras extraían las yemas de los huevos, las echaban en un bowl y batían con un tenedor. Agregaban aceite en gran cantidad hasta que el cabo de un rato batir y batir sin parar, las yemas se unían y mezclaban con el aceite cuajando en una mayonesa exquisita de amarillo intenso. Tres gotitas de limón y al comedor, había que untar el pan con un cuchillo por la consistencia que presentaba la rica mayo casera. 
Al igual que hoy en las verdulerías se adquirían los tomates y las cebollas, con los que se preparan las ensaladas chilenas. Para beber había que salir a comprar el vino. Como no había botillerías en Penco, el producto se compraba en bodegas que expendían desde pipas de madera. Las pipas estaban recostadas sobre un encatrado de palo y disponían de una llave de madera por donde se controlaba la salida del vino. El bodeguero usaba unas medidas de litro, medio y un cuatro para vender a granel y al menudeo. Desde la bodega el vino pipeño llegaba a la mesa para su consumo y acompañar el pescado frito. 
El plato más refinado al que podía acceder el promedio de las familias penconas era el bistec a lo pobre. La carne se compraba en las carnicerías, donde el carnicero no tenía los bistecs precortados o seleccionados. Luego de oír el pedido tomaba el cuchillo y sacaba el trozo de carne de una enorme pieza de animal vacuno colgada de unos fierros pegados al cielo raso. Acariciaba la carne para hacerla más tierna, cortaba los bistecs, los pesaba en una balanza, tomaba un pliego de papel de diario y envolvía el producto. Se pagaba el valor. De ahí,  directo a la casa para que la cocinera preparara la fritura. Ellas pelaban las papas, las cortaban y las echaban a freír en una olla colmada de aceite. En la sartén se freían los bistecs y a la carne se le agregaba la cebolla cortada fina. Una vez listo estos ingredientes, se preparaban los platos: la carne al centro, por los lados las papas fritas, cubriendo parte de las papas y la carne: la cebolla de color caramelo y coronando esta apetitoso plato, un par de huevos fritos: listo el bistec a lo pobre. Los huevos se obtenían del gallinero propio. No era común irlos a comprar al almacén. A un plato parecido, hoy llaman chorrillana. 
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