Quantcast
Channel: Penco
Viewing all 799 articles
Browse latest View live

EN PENCO HEMOS SIDO RECOLECTORES DESDE TIEMPOS INMEMORIALES

$
0
0
Un mariscador en la playa de Penco.

              El museo de Penco incluye un relato de habitantes del lugar en un pasado remoto. Trabajos científicos sobre indicios hallados en los alrededores clasifican a esos antiguos moradores como “recolectores” y, de todas maneras, cazadores. No estamos hablando de unas cuantas centurias anteriores a la llegada de los conquistadores, sino de unos 4.300 años. Si hiciéramos un equivalente temporal, esa actividad recolectora habría sido contemporánea con los reinados de los faraones.  
               Pero, este no es el punto. Quiero centrarme en la cultura de la recolección, mencionada en la muestra del museo. A decir verdad, dista poco lo que hacían entonces aquellos ancestros a lo que hacemos hoy en el siglo XXI. Ellos, los antepasados, cosechaban frutos de los bosques que existían en el plan y en los cerros, tal vez, equipados con cestas y bolsas. Con toda seguridad se concentraban en los maquis, las murtillas, las moras, los chupones, las frutas del boldo, del copihue, los queules, las frutillas. De las vegas y esteros recogían verduras como romaza, berros y, en su período, sacaban camarones.  Pero, mucho más obtenían del mar. Extraían todo el abanico de mariscos y algas disponibles entre las piedras cuando quedaban expuestas durante las bajas mareas. Hay una hipótesis que sostiene que también capturaban peces con una suerte de tejidos semejantes a las actuales redes de pesca.
               La dieta de esos habitantes era rica y sabrosa, gracias a los dones de la naturaleza en el área de Penco. Justo es decir que ese alimento lo conseguían con gran esfuerzo y paciencia para poder sobrevivir, particularmente en las extremas condiciones de nuestros inviernos pencones. La vida no era fácil.
               Donde quiero llegar con todo esto –en parte ciencia, en parte creencia, en parte especulación a partir de los indicios como los conchales de Quebrada Honda y Playa Negra– es a actividades paralelas que practicamos hoy. Es cosa de enumerar: hay gente que todavía va a los cerros a buscar murtillas, por ejemplo; otros que provistos de bombas hechizas sacan camarones en las vegas;  están los que rebuscan changles; los que van a recolectar moras, y qué decir de aquellos que bordean la playa para recoger algas o los que esperan las bajas mareas para mariscar…
               Hay prácticas ancestrales, milenarias que se mantienen en Penco, quizá como en pocas partes. Lo comprobamos por las muestras del museo y por lo que vemos en nuestro entorno casi todos los días…


CUANDO NO QUEDABA MÁS QUE IR NECESARIAMENTE A PENCO

$
0
0
Los campos de Penco. Vista hacia el oriente desde los altos de Primer Agua.

              Las realidades de los campos de Penco no eran tan apacibles como cualquiera lo hubiera creído. La gente, de aspecto tranquilo, caminaba mucho, ya para ir de visita adonde vecinos, para saludar o informarse de lo que ocurría o para pedir ante algún problema o solicitar prestada alguna herramienta de labranza. Periódicamente también pasaban carabineros a caballo entregando notificaciones o conociendo de tal o cual asunto…
               En esta rutina, movida por lo demás, los moradores de la intrincada zona rural entre Roa y Florida, por el camino de Villarrica (Penco-Florida) tenían a Penco como la última opción capaz de proveerle soluciones a problemas o carencias, mucho más que Concepción incluso, que está a un paso. Desarrollemos más esta idea. Bien, sabido es que el área mencionada se conforma de fundos de amplia extensión y también de muchas propiedades menores insertas entre valles, lomas, bosques o chacras. Para esa gente desplazarse desde sus lugares de origen a Penco para les tomaba un día entero de ausencia, o dos y hasta tres. Por tal motivo, aplicaban criterios de pleno sentido común para decidir a qué punto geográfico dirigirse para ir descartando. La decisión dependía de la urgencia de la necesidad, llámese salud, las compras o los trámites burocráticos.
               La primera opción era Florida.  Así hubiesen sido patrones o minifundistas del sector aludido optaban por dirigirse a ese pueblo a buscar lo necesario. Si la respuesta en esa comunidad era negativa, quedaba otro lugar en un radio razonable de unos ocho kilómetros y ése era Roa. Porque allí también había a lo menos un almacén y un servicio de atención de salud. Si en este segundo intento tampoco se podía disponer de lo requerido, no quedaba más alternativa que partir a Penco, a unos 30 kilómetros en promedio, donde de seguro sí había aquello que tanto se buscaba.
Roa, a 30 kmts de Penco, era la segunda opción para hallar lo necesario.
               Estos eran viajes silenciosos y rápidos, la mayor de las veces. Para ello, los vecinos rurales bajaban desde los cerros a caballo, los que disponían de ese medio de transporte, o simplemente venían a pie. Hacerlo de este último modo podía ser incluso más corto, porque esa gente se conocía los campos como la palma de la mano y avanzar hacia Penco caminando por atajos disminuía los tiempos. Las posibilidades, como decíamos, eran mucho mayores acá, en especial si las tiendas y almacenes se orientaban inteligentemente a proveer a esa gente: la ferretería Queirolo, la Casa Boeri, donde Zunino, el Almacén Chile, Gardella, Mario Zúñiga y estaban las farmacias Olavarría y Penco, etc. Venir a Penco de un sopetón y regresar de inmediato con lo necesario era posible, aunque el esfuerzo fuera mayúsculo. 

PENCO CHICO GANÓ LA BATALLA CONTRA LA POSTERGACIÓN

$
0
0
Foto de pantalla de TVN captada con drone.

              Si Penco fue un pueblo chico por decenas de años (eso ahora ya no es más porque adquirió el rango de ciudad), es de imaginar cómo sería Penco Chico, un solitario sector de la localidad pegado al cerro.  No debieron ser más de tres o cuatro casas. La calle que es hoy, entonces fue un camino de tierra roja socavado por profundas y deformes cárcavas causadas por las aguas-lluvia que bajaban de lo alto con fuerza los días y noches de aguaceros. Caminar por Penco Chico era un reto. Si vemos como está hoy, el barrio superó la postergación y está en sintonía con los tiempos.
               Durante años, la gente estuvo convencida que Penco Chico era un barrio alejado, a trasmano del centro del pueblo, es decir, de la plaza. Tanto así que sus moradores muchas veces preferían bajar siguiendo la calle Membrillar, en lugar de ir saltando hoyos hasta llegar a la entrada del fundo Coihueco y de ahí engarzar con Maipú. Porque Membrillar resultaba ser más urbana que el tramo que va desde la esquina de Los Carrera con Maipú a Penco Chico.
               ¿Cuáles eran las ventajas para los escasos moradores de ese sector pencón? En tiempos difíciles, estaban exactamente en el cerro, así que conseguir leña para cocinar o entibiar ambientes caseros no requería gran esfuerzo, era de cosa de avanzar unos metros más allá del patio trasero y recoger un brazado de palos. Junto con ello, la tranquilidad y la paz eran absolutas, porque no había vehículo capaz de remontar la empinada cuesta con una calzada con tantas desventajas. Así que ruido de motores, ninguno. Todos los vecinos se conocían, era otro gran plus.
              La expresión Penco Chico también se la usó como un sobre nombre. Hubo un atleta muy conocido en la localidad, que corría por Fanaloza a quien llamaban Penco Chico.
               Aunque en malas condiciones siempre, la pesada cuesta de ese barrio pencón era la tercera alternativa para salir del pueblo rumbo a Concepción. El camino más apto, sin duda, fue la prolongación de la calle O’Higgins junto a la Refinería, como lo es hoy en día. Y la opción más antigua de todas: el camino de Playa Negra. Ir de Penco a la ciudad penquista en paralelo a la línea del ferrocarril —o, si se quiere— bordeando en río Andalién pudo ser la senda más obvia sin duda, incluso, desde antes de la llegada de los conquistadores.

AQUELLOS SIGNOS QUE ORIENTARON O DESORIENTARON A LOS PENCONES

$
0
0
Imagen compuesta. El guairavo es una foto de www.picbon.com/user/gusvarelam  y el fondo de www.wikiwand.com (horizonte crepuscular de Santander, España).

              Es una costumbre que viene de la Antigüedad: la gente ve signos por todas partes. Y sus creencias, que suelen ser arraigadas, les otorgan significaciones. Como en todas las sociedades, en Penco había creencias respecto de signos los que eran, unos artificiales y otros naturales.
               Si bien, estos signos eran muchos, en este texto nos enfocaremos en dos y comenzaremos con uno natural. Se relaciona con un ave: el guairavo. Este pájaro, de comportamiento diurno o nocturno, de buen tamaño, parecido a una garza y de plumaje gris opaco, decían que traía noticias malas por anticipado. La causa de su fama premonitoria se la atribuyeron al sonido destemplado de su graznido el que rasgaba el aire de las noches penconas.  En los campos más allá de Primer Agua creían, incluso, creían que el plumífero, con su desafortunado canto, anunciaba la muerte de alguna persona. En esos parajes se hacían comentarios al respecto y trataban de hallarle una justificación. Tanto así que en esas conversaciones a medio terminar no faltaba quien completaba la idea que andaba rondando: “se nos va ña Domitila…” aludiendo así, con nombre, al frágil estado de salud de una vecina mayor de las inmediaciones.
               En Penco mismo los guairavos surcaban el cielo nocturno emitiendo sus gritos como almas en pena. Para la gente letrada y citadina el sonido no pasaba de ser una cuestión habitual. Pero, no para aquellos recién llegados de los campos para afincarse aquí en la expectativa de un futuro más atractivo. Ellos traían bajo la piel el significado que comentaban sus ancestros. Por eso, se difundía también en la ciudad el supuesto mensaje de muerte detrás del canto de un guairavo.
               Entre Penco Chico y Membrillar falda abajo hacia la población FECH, hubo un bosque de pinos añosos. Eran árboles enormes, con un altísimo e inalcanzable follaje verde oscuro. Pues bien, entre el enramado más elevado de esas coníferas, anidaban guairavos. Bastaba una honda para lanzarles piedras y obligarlos a volar en bandada a pleno sol. La llegada del nuevo siglo parece haber terminado con la mala fama que les achacaron a esas aves. Asimismo, a juzgar por su escaso número, los nuevos tiempos amenazan la existencia misma de los últimos guairavos. Pobres pájaros, qué culpa tienen.
               El segundo signo que nos corresponde ver es artificial y se lo interpretaba según la conveniencia. Para entonces se usaban pañuelos confeccionados en tela de algodón. La acción con el pañuelo que detallaremos funcionaba, decían, como ayuda memoria(*). Consistía en que había que hacer un nudo en una de sus cuatro puntas para recordar realizar algo impostergable, no fuera cosa que el encargo se olvidara. El nudito era un recordatorio que había que deshacer una vez realizado el compromiso “tarea cumplida”. La conveniencia funcionaba y el significado dependía de cada cual: si pagar una deuda, si ir a retirar algo, si entregar un recado, lo que fuera. El nudito, sin embargo, servía cuando el encargo era uno solo. Si las obligaciones impostergables eran muchas, ya no había nudo que ayudara… Hubo personas con hasta cuatro pequeños nudos en sus pañuelos. Si la memoria era frágil, los recordatorios se volvían en contra y se convertían en un quebradero de cabeza, ¿qué era lo que tenía que hacer?
----
(*) La costumbre de anudar
una esquina de un pañuelo
y el significado que se le dio
fue un uso común en Europa.
Umberto Eco "Los Límites
de la Interpretación", 1990.

LA CARGA MÁS CURIOSA QUE DESEMBARCÓ EN EL MUELLE DE LIRQUÉN

$
0
0
Ovejas australes en su corral. Foto original del autor de esta nota, captada en una estancia cerca de Coyhaique.

                                   A lo largo de la historia del puerto de Lirquén han ingresado por sus instalaciones productos de la más diversa índole y procedencia. Sin embargo, la carga más curiosa de todas la constituyó un desembarco masivo de ovejas provenientes de Puerto Chacabuco en los canales de Aysén.
                    La información publicada en la prensa penquista el primero de abril de 1962 indicaba que ese mediodía día arribaría al muelle de Lirquén la motonave “Valdivia” proveniente de la zona austral. El buque incluía una carga de 4.114 ovejas. Las maniobras de descarga, decía el diario La Patria, se iniciarían tan pronto atracara el “Valdivia” y que los animales serían conducidos a carros de tren dispuestos a la entrada del terminal marítimo por la empresa de Ferrocarriles del Estado. 19 de estos carros, agregaba la noticia, habían sido preparados con un par de plataformas, o sea les habían agregado un segundo piso, para facilitar el transporte de los lanares.
                   El destino final de las ovejas australes era la estación de Quinta, ubicada entre las localidades de Rengo y Chimbarongo. La edición periodística no hizo una descripción de cómo desembarcaría el ganado, ni cómo los trabajadores conducirían esas ovejas caminando o corriendo a lo largo del muelle lirquenino rumbo a los vagones para continuar viaje por ferrocarril. El dato era interesante, teniendo en cuenta que quienes debían cumplir esa labor eran estibadores de Penco, acostumbrados a descargar productos inertes y no a arrear animales díscolos. Es de imaginar todos los chascarros que pudieron contar después los estibadores fruto de esta esta inusual actividad de desembarco.  

ALFONSO PIÑERO, EL BAILARÍN DE BALLET DE PENCO QUE DESTACÓ EN LOS SELECTOS ESCENARIOS DE EUROPA

$
0
0
Alfonso Piñero en  el escenario.

                            Quienes compartían amistad con él, estaban acostumbrados a que cuando Alfonso Piñero Miranda participaba en alguna conversación informal, practicaba pasos de baile. Era su manera de ser, le gustaba, le nacía. Y él hablaba a veces con las manos en la cintura, otras con los dedos tensados sobre su cabeza como si estuviera practicando yoga. Una estrella se ocultaba en su cuerpo y titilaba en su cabeza. En los años sesenta era un adolescente soñador. Vivía en la casa familiar signada con el n°651 de calle Freire en Penco, que hoy en día ya no existe y en la que los Piñero Miranda se instalaron a inicios de los años cincuenta. Esa casa la consiguió Guillermo Díaz, uno de los gerentes de Fanaloza, al padre de la familia Manuel Piñero (la madre era María Inés Miranda), quien se vino de Santiago para incorporarse como wing derecho al club locero de fútbol, provenía de Audax Italiano. Los hijos del jugador, aunque nacidos en la capital, todos crecieron y se formaron en Penco, entre ellos, Alfonso.

EL DÍA QUE INGRESÓ A FANALOZA
               Alfonso terminó sus estudios básicos en la escuela n°31 y de allí siguió su formación en el colegio San Ignacio de Concepción. Sin embargo, antes de terminar la secundaria, optó por cambiarse a una carrera técnica y se matriculó en Los Salesianos para estudiar sastrería. Luego de enfrentar dificultades con algún profesor decidió dejar esos estudios y le planteó a su padre, su deseo de entrar a trabajar en la fábrica Fanaloza. Piñero papá atendió la solicitud, hizo trámites y logró que Alfonso ingresara. En la planta de azulejos de la industria trabajaba su hermano Julio.
Otra imagen del bailarín de ballet pencón.
Alfonso fue destinado a la sección sanitarios y su labor consistía en guiar un carro con plataforma para transportar artefactos en proceso de fabricación. Sin embargo, ese ambiente gris y opaco de la rutina fabril no apagaba sus sueños de luces, bailes, escenarios y aplausos. Julio recuerda que un día, de su breve paso por la fábrica, Alfonso le preguntó: “¿Dime con franqueza, qué futuro tengo yo de continuar aquí?”. Julio, quien sabía de esa potente vocación artística a punto de estallar en la personalidad de su hermano, le respondió: “¡Ningún porvenir, por eso te dije no dejaras de estudiar!” Se retiró de la fábrica y le dijo a su padre que se iría a Santiago, donde sus abuelos y que estudiaría taquigrafía.

A LAS PUERTAS DEL TEATRO MUNICIPAL
               Cuando llegó a la capital proveniente de Penco, Alfonso ya tenía 18 años. A los pocos días se decidió a acercarse al Teatro Municipal. Planteó allí a la persona correspondiente su deseo de tomar clases de baile clásico. No le pusieron inconvenientes y le dieron una oportunidad. Hizo progresos tan sorprendentes en el curso que a sólo tres meses de haber sido aceptado, ya formaba parte del cuerpo de baile del teatro. Su vida comenzaba a tomar otro rumbo, atrás quedaban Penco y Fanaloza, ahora daba rienda suelta a esa energía explosiva del baile que él llevaba en su ADN y que soñaba que lo impulsaría lejos.
Alfonso y un boceto de su cabeza en arcilla.
               Julio recuerda que en Santiago, una persona llamaba Gastón Baltra, hermano de la ex diputada y ex ministra Mireya Baltra, lo ayudó a dar el paso siguiente: saltar a los escenarios de Europa. En 1968, Alfonso voló a Buenos Aires y allí tomó un buque comercial para viajar a Hamburgo.

LLEGAR A LA CÚSPIDE
En Alemania comenzaría otra historia. Fue aceptado en el cuerpo de baile del teatro de Hanover donde trabajó codo a codo con las más destacadas luminarias del ballet mundial. Actuó con ellos en los clásicos “Cascanueces”, “El Lago de los Cisnes” y otros. En este ambiente estelar Alfonso recorrió numerosos países y se presentó con su arte en distintos teatros frente a públicos diversos, exigentes y desconocidos. Él ya estaba en el pináculo de su carrera.
               De vez en cuando viajaba a Santiago y a Penco. En la ciudad pencona visitaba a amigos y a quienes se interesaban les hacía breves cursos de baile. Lamentaba, sin embargo, que la cultura escénica estuviera tan lejos del lugar que lo vio crecer. Julio Piñero recuerda que en una ocasión, cuando ambos viajaban en tren de Santiago a Yumbel, para una festividad de San Sebastián, Alfonso le dijo estar feliz viviendo en Alemania, pero que igualmente él no había solicitado la nacionalidad. A modo de anécdota le dijo también que en todos los países en donde actuaba presentaba su pasaporte chileno y cuando le preguntaban su origen respondía soy chileno y de Penco. En esa misma oportunidad, Julio recuerda que él en forma premonitoria le dijo: “Si ocurriera que me muero en Alemania, yo sé que tú querrás traer mi cuerpo a Chile. Pero, te lo pido, por favor, no quiero volver, quiero ser sepultado en Berlín.”
EL ADIÓS A LOS 52 AÑOS
               Alfonso vivía en la capital alemana con su pareja, una bailarina de Sudáfrica, de nombre Julie. Un trágico día de 1988, cuando él se dirigía al teatro y cruzar una calle, fue víctima de un atropello. Las lesiones que le provocó el accidente fueron numerosas e invalidantes. Luego de tres meses murió como consecuencia de ese episodio. Tal como fue su deseo, sus restos fueron sepultados en el cementerio de Berlín. En su funeral participaron unas 30 personas entre amigos, músicos y bailarines. Detrás de la urna caminaba su madre María Inés Miranda, quien pudo viajar desde Chile para estar presente en el adiós a su hijo fallecido, quien tenía 52 años.
Alfonso Piñero en uno de sus viajes a Chile.

UN NOVIEMBRE EN PENCO

$
0
0
El sol se levanta, a nuestras espaldas, sobre los cerros de Primer Agua en Penco...
                   Si usted quiere conocer y visitar Penco, le sugiero   que 
prefiera noviembre. No es que durante el resto del año no fuera aconsejable, es simplemente porque el penúltimo mes del año es excepcional y desmenuzaremos el porqué de esta afirmación. Incluso la gente local pareciera esforzarse por hacer ese mes más largo, que ojalá no terminara nunca. Y ratifica esa apreciación, el hecho que el día que se inicia noviembre, muchos se levantan antes que el sol asome por encima de los cerros de Primer Agua. Ellos dicen que madrugan para llevar flores frescas al cementerio, en el día de los difuntos. La luz lechosa del alba recién comienza a barrer la oscuridad cuando ya centenares de personas caminan por las callejuelas del panteón con brazadas de rosas, claveles, reinas-luisas, crisantemos para hermosear las tumbas de los que partieron. A primera vista, eso que afirman de levantarse más temprano ese día es verdadero, pero también una excusa. El propósito añadido sería no perderse ni un minuto de tan bendito mes para Penco.
               ¿Qué pasa en noviembre que lo hace especial? Primero, el estallido verde de las plantas y de los árboles de hojas caducas es avasallador, como si su despertar de la modorra del invierno fuera de súbito, sin aviso. Todo se vuelve verde desde el cerro hasta la playa. También es el mes de la novena de la Virgen del Carmen, que comienza el 8 y se prolonga por nueve días, concluyendo con la gran procesión por las calles penconas. Si uno va cruzando la plaza o camina por sus alrededores al caer la tarde se oye con claridad el tañer de las antiguas campanas de bronce de la parroquia que siguen sonando igual como hace décadas. Es un sonido evocador, familiar, de nuestro pasado, la tónica auditiva de Penco que llama y llama a la novena. Entonces la gente se acerca a la entrada de la iglesia, a oír el mensaje del cura, a rezar u orar. Allí todavía hay jóvenes que se miran, se saludan, se enamoran. El mes contiene la promesa que el verano se acerca.
               En noviembre se preparan los exámenes. Los alumnos sacan sus promedios, hacen los cálculos que les permitan materializar el sueño de pasar de curso. El tiempo se acelera, se acorta y los plazos se vienen encima. Los estudiantes son parte importante del paisaje humano de Penco.
               Durante este mes irrumpen los primores. Una visita a la feria de calle Robles (El Roble) basta para comprobarlo y sorprenderse. Las mujeres compran las arvejas sin desgranar, las habas en sus capis, las papas nuevas todavía embadurnadas con barro. Asoman los nísperos, aparecen las primeras cerezas y en canastos apoyados en el suelo se ofrecen los digüeñes y sus parientes mayores: las pinatras. Por último, sobre un encatrado lleno de polvo, la gente del campo muestra los tallo de los pangues: las nalcas de piel verde, espinuda y refrescante pulpa color sandía. Los vecinos que tienen huertas, en cambio, se solazan sacando sus propias habas, sus porotillos verdes, sus puerros, plantados por ellos mismos, desmalezan y riegan. Por esta razón las comidas saben más ricas durante estos días. Y qué decir de los aromas: las huertas se inundan de olor a albahacas, algunas calles adquieren el característico tono oloroso de la inflorescencia del manzanillón, el hinojo…
               En Penco, noviembre es una paleta de colores y olores, de caras alegres, de niños corriendo de la mano de sus madres, de trabajadores de rostros viriles y de mujeres con altivez en sus  miradas. Si me dieran a elegir, me quedo con noviembre… Pero, ah, bueno, un verano en Penco es…

EN PENCO LOS CERROS ERAN COMO PARQUES PÚBLICOS

$
0
0
La apacible laguna de Lomarjú, entre los cerros de Penco.

               Curiosa fue esa forma de considerar los cerros de Penco. Entonces eran nuestros, así lo entendíamos y actuábamos con la mayor naturalidad. No se nos pasó por la cabeza que fueran propiedad privada. Para meterse en el monte no se pedía permiso, era simplemente ir, nadie lo impedía. A veces te topabas con guardabosques, pero si se trataba de un paseo apenas se intercambiaban saludos. Disfrutar de esos cerros, explorarlos, jugar en ellos, quererlos era parte de nuestra cultura. Los pencones han tenido los cerros para sí como si se tratara de la extensión de un parque abierto de la comunidad.
               Pero, esa extensión ilimitada con casi todos los matices de verde, llena de vegas, árboles, humedales, pajonales, quebradas, cumbres y valles se redujo con las infraestructuras de la modernidad: las carreteras pusieron límites. Ahora puedes ir al cerro igualmente, pero en algún punto de la marcha, enfrentarás la doble calzada de cemento que no te dejará pasar por los atajos como entonces, hay que hacerlo por un par de pasos sobre o bajo nivel. Por tanto, ya no es lo mismo pasear a tus anchas por allí. Las nuevas vías camineras, construidas en los últimos 30 años, fueron muros que cortaron la  prolongación de Penco por sus cerros y más allá, transformándose en el costo contemporáneo
Una hermosa quebrada a las espaldas de Villarrica.
.
              Decíamos que caminar por los cerros significaba quererlos que es igual a cuidarlos. Por eso duelen en el alma los incendios forestales, como si fueran la destrucción del propio jardín. El celo profundo por ese tipo de cuidados descartó a pencones de una autoría de semejantes siniestros. Sin embargo, conductas nuevas han afeado parte de la belleza natural de sus cerros: el acto de algunos de arrojar escombros y basuras en zanjas abiertas al lado de caminos de tierra. Eso no se veía entonces, pero es más o menos común hoy. Lamentable.
             Una categoría particular de nuestros cerros son sus senderos o caminos temporales para la explotación maderera. Estas últimas vías, creadas para la cosecha, permanecen escondidas y cubiertas de sotobosque a la espera de que se las use de nuevo. En este contexto, sin embargo, hay rutas que podríamos llamar “principales” que sirven todo el tiempo. Pues bien, ahora, esta red de caminos las usan para la práctica del deporte mecánico. Organizaciones deportivas tuercas llevan sus competencias a los cerros. El rugido de los motores, las velocidades y maniobras extremas de los pilotos rompen la tranquilidad de los cerros. Se terminó la paz. Ojalá se regule esta práctica teniendo en cuenta los efectos del impacto ambiental, para que nuestros queridos cerros recuperen y mantengan su prístina soledad en los años del porvenir.
Una vista hacia el sur-este desde los altos de Roa, en el camino Penco-Florida.



DERROCHE DE OPTIMISMO SESENTERO EN PENCO Y LO QUE DIJO LA REALIDAD

$
0
0

                Por alguna razón, tal vez por ilusión o por derroche de optimismo (más pareció esto último), en 1962 la prensa penquista informó en portada con bombos y platillos acerca de un gran programa de ampliación industrial en Penco de vasto alcance y cuyo impulsor principal era la Refinería CRAV. La comuna, que ya contaba con al menos cuatro empresas grandes, aumentaría su potencial incorporando nuevas industrias o diversificando las ya existentes, de manera de convertirse en un polo económico y fabril similar al que entonces rodeaba a la planta siderúrgica de Huachipato, en el área de San Vicente.
         La información, que apareció en el diario La Patria, el viernes 2 de abril de 1962, no menciona fuentes del gobierno detrás de estas iniciativas sino que se centra en versiones emanadas de CRAV y de Cosaf. La portada de esa publicación (el matutino dejó de circular en 1970) debió causar un enorme impacto de optimismo en Penco, porque anunciaba tiempos mejores: más trabajo, más empresas, bienestar, nuevas casas para los trabajadores, escuelas, estadios y qué mejor sin tener que salir de la comuna. Bueno, es cosa que usted mismo lea el texto de las fotos.
           Respecto de la Refinería, la crónica periodística hablaba de la construcción de un edificio en altura para la industria así como la renovación de sus equipos y maquinarias. La causa de esas modificaciones sería la satisfacción de la demanda de azúcar blanca que se había visto afectada por la destrucción de la planta refinadora de la empresa en Valdivia a raíz del terremoto del 22 de mayo de 1960.

      Con relación a Cosaf la noticia agregaba que esta se iba a ampliar e innovar en maquinarias y que se convertiría en la planta procesadora de fertilizantes más grande del país. En esto la información no estuvo lejos de la realidad.
        Tampoco lo estuvo respecto de la construcción del gran muelle de Penco y de las conexiones viales que se construirían para unir a Penco con el aeropuerto de Carriel Sur y con San Vicente. Pero, para ellos debieron transcurrir muchos años, la espera duró demasiado, no fue de un día para otro.
      Respecto del polo fabril de la zona, paralelo al que se había desarrollado durante diez años alrededor de Huachipato, no fue tal. La historia tomó otro rumbo, las inversiones no llegaron y el pilar en torno al que giró este proyecto, CRAV, calapsó en sí mismo; en lugar de crecer, la Refinería se cerró en 1976. Cuando una persona se tropieza, como es mi caso, con este tipo de documentos, que nos hablaba de tanta bonanza y mirando con la perspectiva del presente, uno tiene que verificar la fecha de la publicación porque eso hoy parecería una broma de inocentes.

LOS TRABAJOS DEL MAESTRO PERICO Y SU APRENDIZ "EL PIRATA" EN PENCO

$
0
0

            Aparte de dedicarle mucho tiempo a conversar sobre política, su auténtica pasión, don Roberto era un emprendedor independiente dedicado a hacer obras de albañilería en Penco, actividad a la que entonces se le llamaba contratista. En su carpeta de tareas se enumeraban murallas de separación, techos, algunos tramos menores de alcantarillado y sepulturas. Para responder a solicitudes de algún cliente, don Roberto armaba su equipo y convocaba a sus obreros según el volumen o la especialidad del requerimiento. Por amistad, cualidades, cariño o reconocimiento don Roberto llamaba en primer lugar al maestro Perico y su secretario el “Pirata”. Así los identificaba él mientras supervisaba las pegas. Pero, en realidad el titular era Perico porque al “Pirata” no le daba para maestro, alcanzaba sólo para ser el aprendiz.
           Perico (nunca supe su nombre) era un tipo alto, de buena contextura, pelo ondulado y canoso, de unos 55 años, seriote y trabajólico. La mayor de las veces iba con un overol de mezclilla. Conocía todos los secretos de las proporciones de las mezclas del cemento, la arena y el agua. El “Pirata”, un poco más joven, más bajo, pelo rubio oscuro, ancho de espaldas, tenía dentadura completa y boca grande. Con frecuencia reía a mandíbula batiente con picardía. Era seco en el manejo del chuzo, la picota y la pala. Cuando don Roberto no tenía pega para ellos, ambos se ganaban la vida como pescadores y mariscadores porque vivían en Cerro Verde Bajo.
           El mayor número de solicitudes de clientes se centraba en el cementerio: hacer mesas, construir mausoleos familiares, de esos con tragaluz circular a los que se les instalaban marco y vidrio catedral. Al “Pirata” le encargaban construir los moldes en madera consistentes en ruedas que se instalaban durante la obra para conseguir ese tipo de ventanas. Una vez fraguado el cemento se retiraba el molde con fuertes golpes de combos y ahí quedaba el agujero perfecto mirando al cielo en la parte superior del muro del mausoleo… El "Pirata" celebraba lo que le correspondía de esa pega con una estruendosa risa, como era su costumbre. Don Roberto regalaba las ruedas en desuso las que servían como tarimas para instalar árboles de Navidad.
           En una ocasión tuvieron que construir una obra de “ingeniería mayor” en Penco sin el concurso de ingenieros, por cierto: una conexión de alcantarillado de unos 70 metros en línea recta, por consiguiente, trabajo bajo tierra. El “Pirata” echó los bofes con el chuzo, la picota y la pala para hacer el herido donde se tenderían los tubos e instalarían las cámaras de descarga. Mientras el maestro Perico verificaba con plomadas y lienzas la suave pendiente que debía tener la obra para que las aguas avanzaran por gravedad sin volverse, el “Pirata” observaba callado, se escupía las manos sin guantes de protección, agarraba el chuzo y proseguía cavando. De vez en cuando una taza de harinado con vino tinto le devolvía las fuerzas. Así don Roberto y sus trabajadores hicieron la pega y el municipio recibió la obra sin objeciones al término de dos meses de trabajo. Después, que ese nuevo alcantarillado haya funcionado según se esperaba... bueno, será tema de otra crónica.
         El maestro Perico y el “Pirata” recibieron su paga y regresaron a la querencia como don Quijote y Sancho haciendo comentarios pletóricos de orgullo por todo lo realizado. Eso sí, antes del habitual “calabaza” pasaron a empinar el codo y proseguir la conversación donde don Orito, el amigo bodeguero de la orilla de la línea del tren ahí en Cerro Verde Bajo.

LAS TRIQUIÑUELAS PARA HUMEDECER LA ZONA SECA EN PENCO

$
0
0

          La ley de alcoholes de entonces ordenaba que los establecimientos comerciales del ramo debían cerrar a una determinada hora del último día hábil de la semana. O sea, autorizaba atención a público de lunes a viernes. La ley fue hecha a la medida de las bodegas de vinos para controlarlas; por tanto fueron las más “afectadas” por la ordenanza y, por cierto, los consumidores. Eran los tiempos de la venta de vino a granel. Sábado y domingo, zona seca.
         Como si las costumbres pudieran echarse al saco por la fuerza durante dos días a la semana, la ley obligaba a acatar la normativa. Así, debido a que tal planteamiento resultaba difícil de seguir al pie de la letra, en Penco bodegueros aplicaron estratagemas para sortear la prohibición con la apariencia de respetarla. Para ellos, antes que la ley estaban los clientes 24/7 de consumo de pipeño. Para tal fin, en la mayoría de los casos, estos negocios tenían dos puertas a la calle, una, la oficial y otra ingenua, lateral o posterior. Así se podían burlar, hasta cierto punto, las fiscalizaciones severas los fines de semana.
          Los niños o los muchachos de los mandados sabían que esos días había que golpear la puerta ingenua. Alguien disimulado del interior se asomaba, miraba en todas direcciones y después el comprador, como si de una visita se tratara, entraba. Hartas visitas ingresaban o salían por esa puerta. Ya adentro y bajo el techo de la bodega, se abría un mundo: un hervidero de gente conversando en voz alta, con sus copas en la mano o apoyados en pipas vacías o a medio llenar. Entonces el de los mandados mostraba su botella al dependiente y compraba la medida de vino que le habían encargado. Pagaba y salía, atrás quedaban las conversaciones y los comentarios cada vez más destemplados.
          El de los mandados llevaba su envase envuelto en papel de diario, para que nadie, ni la policía sospecharan que cargaba vino en contravención con la ley. La botella envuelta iba aprisionada entre el brazo y el pecho. Cerca del mediodía o avanzada la tarde de un sábado o un domingo  era frecuente ver en las calles a muchachos portando estos cilíndricos paquetes ya fuera saliendo o ingresando a los domicilios. Nadie era tan un nerd para no darse cuenta de qué se trataba.

SÓLO EL COLOR DE SUS UNIFORMES PERMITIÓ DISTINGUIR A LOS CELADORES LOCEROS DE LOS REFINEROS

$
0
0
Un celador de CRAV en la puerta principal de la Refinería de Azúcar de Viña del Mar, situada entonces en la avenida Limache de la ciudad jardín (hoy ya no existe). Similar aspecto tenían los celadores de la planta pencona de la empresa. La foto está publicada en la revista de los 50 años de CRAV (1937).

                Las dos industrias más importantes de Penco de esos años, la Refinería y Fanaloza, tenían cada una un grupo de celadores, personal que se desempeñaba en tareas de vigilancia y de orden. También hubo celadores en la fábrica Vidrios Planos de Lirquén. Vestían uniforme y llevaban un terciado de cuero café sobre el pecho y la espalda que terminaba en un cinturón el que se ajustaba por encima de la chaqueta. Allí colgaban su bastón o luma, no portaban armas de fuego. Sobre sus cabezas, una gorra militar. Los funcionarios loceros del orden usaban trajes color paquete de vela y, en esa característica, se parecían a los actuales vigilantes de los bancos o de las empresas de transporte de valores. En cambio, si bien el uniforme de los celadores refineros tenía el mismo aire policial mencionado, la diferencia estaba en su color azul marino. En ambos casos, las telas para su confección que exigían las empresas eran finos paños de lana. Los terciados presentaban detalles en bronce reluciente.
         Los celadores de Fanaloza se veían siempre en las dos puertas de la industria, esto era al fondo de calle Freire y en Cochrane junto al edificio de la administración. También quedaban expuestos a las miradas de la gente en sus visitas frecuentes a la sección empaque de sanitarios que quedaba en Las Heras con Infante. Los de la Refinería, por su parte, se concentraban en el edificio administrativo junto al acceso al recinto. Ellos levantaban las barreras para el paso de los vehículos que ingresaban o salían de ese sector habitacional de la industria. Las garitas construidas en concreto que los celadores ocupaban a ambos lados de la calle les facilitaban también vigilar el paso de peatones. Cualquiera información sobre direcciones de personas en particular en el recinto la proporcionaban ellos. Sin embargo, justo es señalar que estas dos últimas labores las cumplieron en tiempos muy pretéritos.
Una de las oficinas de los celadores a la entrada del recinto en Penco. Foto de hace 4 años.
      Entre los celadores de Fanaloza cómo no recordar al señor Ascanio Urrutia por su altura, corpulencia, afable personalidad y largas y bien pobladas patillas. Era el padre de un especialista en arte que se desempeñaba en la sección Decorados de la fábrica. Y entre los nombres que no se olvidan en el grupo de vigilantes de la Refinería están los de los señores Nicanor Aguayo, el señor Durán y el señor Leiva, según me apunta mi amigo Manuel Suárez.
    Que las industrias de la zona dispusieran de un equipo de celadores pareció ser más un uso generalizado que una real necesidad. En Penco la delincuencia no se conocía como para que constituyera un peligro para los productos o los bienes de las fábricas. Y, por otro lado, los obreros y empleados eran gente de probada honradez, así que nunca se oyó o se supo de la intervención de celadores en la retención de merodeadores o sospechosos dentro de los espacios fabriles a la espera de la llegada de la policía. Por el contrario, los celadores de cada una de estas fábricas gozaron del respeto y la amistad de todo el personal.

DELEGACIÓN ESTUDIANTIL DE VALLENAR REALIZÓ UNA ENTRETENIDA GIRA A PENCO

$
0
0
La delegación estudiantil de Vallenar se toma un breve descanso junto a la pileta de la plaza de Penco.

       Un grupo de alumnos de Vallenar, región de Atacama, realizó una entusiasta visita a Penco en los primeros días de noviembre de 2018. La delegación del colegio "Gualberto Kong Fernández" de esa ciudad huasquina estuvo integrada por unas 80 personas entre jóvenes de ambos sexos, apoderados y profesores. El municipio de Penco prestó oportuno apoyo a los visitantes. Los entretenidos detalles, pormenores y entretelones de la gira estudiantil están narrados en la sabrosa crónica que desplegamos a continuación y que preparó el profesor pencón y director del colegio de las visitas, Juan Espinoza Pereira. Nuestro blog agradece una vez más al señor Espinoza la deferencia de habernos hecho llegar este material de fotos y texto para conocimiento y agrado de nuestros lectores.

De Vallenar a Penco

Por Juan Espinoza Pereira (Vallenar/Copiapó)

          Cuando se me acercó un grupo de estudiantes y su profesora para consultarme si podían, en su Gira Pedagógica 2018, ir a Penco para conocer donde había nacido el Dire, quedé sorprendido y de inmediato empecé a buscar excusas: que es muy lejos, que hace frío, que es muy alto el coste, entre otros peros con el fin que desistieran de la idea. En realidad la preocupación que me asistía era la alta responsabilidad de viajar con 80 niños a un lugar que para ellos desconocían.
         Empecé, entonces, a fraguar algunos obstáculos: rendimiento, comportamiento, leer algo sobre la zona, leer libros de Baldomero Lillo, primer capítulo de La Araucana, etc.,  y se dieron algunos plazos, que lamentablementepara mí, se cumplieron a cabalidad.
       Se empezó a gestionar con el alcalde de Penco don Víctor Hugo Figueroa la posibilidad de viajar, quien de inmediato dijo que sí; transfirió el trámite a don Óscar Parra (Jefe DEM), quien sin meditar mucho dijo que sí, al mismo tiempo que el Director de Educación, don Óscar Cruces también daba su aprobación. Todo estaba dado para los niños y niñas de Vallenar y el entusiasmo crecía cada día.
EL VALOR DEL APRENDIZAJE IN SITU         
Nuestra escuela “Gualberto Kong Fernández”, aparte de tener un sello educativo basado en el movimiento, la actividad física y el deporte, también apuesta por un principio ha sido difícil de entender para las autoridades, cual es:  adquisición de capital cultural, esto es, las personas adquieren aprendizajes significativos cuando tienen la oportunidad de estar in situ de lo que los libros hablan, a la vez que viajar y conocer nuevos lugares le permite a las personas abrir puertas para el futuro, para la toma de decisiones, etc.
La delegación  visitó la playa de La Cata, en Lirquén, un área  paleontológica de gran interés.
         La llegada a Penco (04 de noviembre), entre chubascos, cerros pletóricos de bosque, un mar tranquilo, un aire diferente hizo sentir a los niños estar en otro mundo, otro Chileque sólo había observado por la televisión. La llegada a la Escuela Penco, con tanta amabilidad y buen trato de parte de Vanessa (Trabajadora Social-DEM) permitió sentirse como en casa y más aún con el trato y ocupación del personal todo de la Escuela. Fue esta la casa por siete días intensos de estudio con el profe Claudio Jara con una visita a la Cata y sus explicaciones paleontológicas y sobre la cultura Mapuche, dejaron maravillados a los visitantes; y luego el recorrido por el Penco Colonial terminó por convencer a los niños huasquinos que efectivamente Penco es la Tercera Ciudad más Antigua de Chile.
UNA ALUMNA: "TAN BLANQUITA QUE 
ES LA GENTE DEL SUR"
        “No es un pueblo… es una ciudad … y más grande que Vallenar;”  se pasó el profesor que nos habló en mapudungun,” “el otro día vi en la tele Penco, pero nosotros no vimos las góndolas;””tanta historia que tiene Penco;” “lo que más me gustó fue la playa y el fuerte;” “qué linda es la bahía y tan tranquilo el mar;” “No entiendo cómo pudo haber un tsunami y llegar hasta plaza;” “Cuando sea grande voy a llevar a mi familia a la ciudad de Penco;” “tan blanquita que es la gente del sur;” “tanto verde que hay y sin regar;” “y pensar que en estas tierras está el origen de la historia de Chile;” “qué lata que niños no practiquen más deporte para saber jugar mejor.” Son algunas de las expresiones vertidas por los estudiantes, apoderadas y docentes a cargo de la delegación y no cómo lo plantea Sady Zañartu  cuando pone en boca de Lastarria:
        “…alojado en un hotel lleno de preste que rodean a ese cucaracho que llaman Macario Ossa. Me senté en una mesa de más de treinta comensales, entre los que había seis u ocho alemanes con esas caras de aire infantil…”
MOJADOS Y FELICES EN LA PLAYA BAJO LA LLUVIA
       Penco fue el asiento para desarrollar otras visitas como Talcahuano, Lota, Coronel, Tomé y Dichato. Para  los visitantes todo fue maravilloso; pero faltaba algo: la lluvia, que no llegaba por ningún lado, excepto el  viento; hasta que los dos últimos días por fin pudieron mojarse, correr por la playa bajo la lluvia que caía a raudales. Consecuencias: todos resfriados, pero alegres de haber conocido a una ciudad ordenada, limpia, agradable, con una plaza maravillosamente linda.
          Varias de las actividades que se llevaban planificadas por parte de los educandos como de los docentes no se pudieron realizar por factores ajenos a la voluntad de todos los actores comprometidos, pero nos asiste la convicción que prontamente una próxima crónica por podría titularse: “Desde Penco a Vallenar.”  
El estero Penco, días antes de la inauguración del tramo navegable, captado por la cámara del profesor Espinoza.

RECORDAR TERREMOTOS NO TIENE ASUNTO, MENOS EN PENCO

$
0
0

            
Un sismógrafo (Wikipedia).
Sería mejor ni siquiera hablar de terremotos aún cuando se nos hayan acabado los temas. Sabemos lo que son por propia experiencia, vivencia, percepción. Cada vez que se aborda el asunto, se vienen a la mente esas imágenes desagradables. Porque recordar es traer hechos del pasado al presente. Y cada cual al respecto tiene su propio cuento. Estamos claros por lo demás, que estos fenómenos naturales son recurrentes. Entonces, ¿para qué?
            Muchos medios publican fotos sacadas de sus archivos sobre la destrucción y el dolor causados por los terremotos para los aniversarios. Mejor no lo hicieran. Distintos es advertir a la gente que hay que estar preparados para emergencias de este tipo, sin abundar en detalles que causen miedo. Cuando una comunidad está preparada, la población tiene más confianza en sí misma.
             Está bien que la historia mantenga un registro, pero está mal vivir dándole vueltas a esas cosas. A quienes les gusten esos temas, que busquen. Hay harto material al respecto por todos lados. Pero, para el común de las personas es mejor vivir la vida productiva y alegremente. En este blog hemos publicado relatos sobre estas experiencias sin otro afán que manifestar un episodio común sin ribetes de algo de otro mundo. El próximo terremoto no lo podremos evitar, pero sí prevenir, lo que es distintos a andar mostrando fotos de casas en el suelo. Los efectos de estos fenómenos no son para estar orgullosos. 

CON UNA CENA, LA SOCIEDAD DE HISTORIA DE PENCO CELEBRÓ SU SÉPTIMO AÑO

$
0
0
En la foto aparecen de izquierda a derecha, Jaime Robles, presidente de la Sociedad de Historia de Penco; el historiador Armando Cartes, Violeta Montero, Ástrid Rojas, Eduardo Medel, Ornaldo Eade, Nicolás Valverde, María Gloria Flores, Gonzalo Bustos, Osvaldo Henríquez, Tais Contreras, Manuel Suárez, María Cristina Ferrada, Boris Márquez, Cecilia Bravo y Luis Méndez.

        Como ya es tradicional a fines de noviembre, la Sociedad de Historia de Penco (SHP) celebra su aniversario con una cena en la que participan sus socios. Esta vez correspondió al séptimo año de su fundación (la obtención de su personalidad jurídica), el 29 de ese mes. El encuentro lo encabezó el presidente de la SHP, Jaime Robles, y tuvo lugar en el restaurant "Café del Palacio", ubicado en la calle Penco 110. El menú consistió en un exquisito plato de la gastronomía peruana con un claro acento colonial, acorde con el evento. La reunión social transcurrió en forma distendida y se habló en general de lo realizado, los lineamientos y las tareas para el año próximo. El alcalde de Penco, Víctor Hugo Figueroa, también socio fundador de la SHP, sólo concurrió a saludar al grupo, debido a otras obligaciones de su recargada agenda de trabajo. Una vez terminada la cena, los socios salieron del recinto para la fotografía que ilustra esta crónica. 

PENCO EN LOS TIEMPOS DE LOS CUETAZOS, LOS TIC-TACS Y LOS BOLEROS

$
0
0
Foto tomada de Internet, Europa Press.

El uso de los fuegos artificiales por parte del público quedó prohibido por ley el 2000. En cierto modo fue una costumbre que se fue atenuando a partir de la dictadura. Antes había chipe libre para divertirse encendiendo mechas y arrojando petardos. En los días de fiestas de fin de año o para el 18, en Penco se escuchaban los cuetazos por todas partes. Era una diversión de grandes y chicos, de padres e hijos. Los cuetes(*) se vendían en todas las tiendas establecidas y era normal que para esas fechas, la gente anduviera con más de alguno en los bolsillos. La industria y el comercio de los cuetes hacían su agosto por esos días. El uso vino de Europa, donde prevalece, particularmente en España donde no están prohibidos. Hacia los años finales de la práctica de esta costumbre en Chile, surgieron algunos innovadores en este negocio: inventaron las piedras rodantes. Se trataba de piedras de huevillo (o de canto rodado) embadurnadas de una sustancia color verde manzana a modo de corteza. Entonces el usuario lanzaba con fuerza la piedra rodante a lo largo de la calzada y ésta al hacer contacto con el cemento producía el ruidoso estallido de esa parte de la corteza explosiva. Los vendedores de las piedras rodantes debían gastar harta energía para llegar a los puntos de atención a público, porque el producto era pesado. Al día siguiente, los funcionarios municipales tenían que retirar los centenares de piedras usadas y abandonadas en cualquier lugar de las calzadas.
Un despertador a cuerda clásico ,vista frontal y posterior. (Foto producida por este blog).
 El invento del reloj a cuerda está registrado en el siglo XVI. Las ruedas dentadas de su mecanismo interno producían aquel tic-tac monótono característico. Si el reloj era de pulsera se oía igualmente en situación de reposo. A este respecto, recordemos que el automóvil Rolls Roice, logró tal perfección técnica de silencio durante la marcha que su publicidad orgullosamente decía algo así: “el único sonido que no hemos podido eliminar es el tic-tac del reloj”. Pues bien, valga la cita para nuestro cuento. Los relojes a cuerda llamados despertadores, eran unas máquinas de meter ruido. En todas las casas en Penco, había más de uno. Se escuchaban de día a pesar de los ajetreos del vecindario. Imagínese usted cómo era ese tic-tac durante las noches, un suplicio chino. Pero, los obreros necesitaban sus despertadores para cumplir con la hora de entrada a sus trabajos del primer turno. Así que mejor era permitir al cerebro inhibir el molesto ritmo de aquellos relojes, los que más aún, se dejaban con toda su cuerda sobre el velador.
Foto de Internet (México).

Se bailaba en Penco, desde cueca hasta rock pasando por boleros, vals, corridos mexicanos, tangos… Nadie se echaba para atrás si de salir a la pista se trataba. La gente socializaba de esa manera: bailaban las parejas y después al encontrarse en la calle ni se saludaban. El baile fue el baile y nada más. La gente bailaba para las fiestas no religiosas. Quizá la más renombrada y esperada de todas: las fiestas náuticas con las que se terminaba la temporada veraniega. Bailar estaba muy cerca de la práctica de un deporte. Los más entrenados se lucían, los más inexpertos igualmente lo hacían aunque no necesariamente en el centro de la pista, terreno de los expertos. Pero, nadie se negaba a bailar. El siglo XX fue el siglo de baile popular en Penco y los siglos anteriores, seguramente fueron de las clases sociales más acomodadas. 
--- ------- -----
(*) He empleado la palabra "cuete" según el uso que se le da en Penco, Chile, esto es sinónimo de petardo explosivo. La acepción de la  RAE para cuete es ebrio, borracho. No es el caso en este texto. Agradezco aceptar esta licencia semántica acotada a Penco.

EN PENCO CON ZAPATOS DE HOJALATA

$
0
0

         Ese amigo de apellido Cid que vivía cerca de la estación del tren me demostró su sentido previsor en tiempos difíciles. Él sabía que los zapatos nuevos que sus padres le compraron tendrían poca vida, si los usaba desde la mañana a la noche, los siete días de la semana, partidos de fútbol incluidos. Ese era el destino de los zapatos. Y, en su caso, no habría otro par hasta mucho tiempo después. Con estos elementos de juicio en su cabeza, a sus 14 años ideó una solución para prolongar la vida útil de su calzado. O quizá la copió de alguna revista de monitos o, tal vez se la sugirieron en su casa. Se trataba de una medida de prevención impensada contra el desgaste de las suelas. Claro que la aplicación de la fórmula –Cid la pudo patentar y adquirir derechos– requería de técnica y de uno que otro insumo. Veamos.
         “A mis zapatos les pongo una media suela de lata”, me dijo con toda naturalidad y me sorprendió. Cid era seriote, cuando hablaba empleaba el tono y el estilo de un hombre mayor. Y como vio en mí, una absoluta incredulidad, me mostró la planta de uno de sus zapatos. La hojalata aplicada con clavos pequeños por la periferia de la base original presentaba ese brillo del hierro bruñido. Sus dos zapatos tenían el mismo aspecto, lo que visto a la rápida parecían dotados de suelas de acero inoxidable. Cid, con su voz pausada y de hombre adulto, añadió: “Hay que tener un poco de cuidado al caminar, eso sí. A veces, uno puede resbalar y mucho ojo con los cables eléctricos. Por ningún motivo pisar uno si ves alguno tendido en el suelo, te electrocutai… Ah, la lata no dura mucho, se rompe, tienes que reemplazarla cada dos meses más o menos.”

         Y sobre este asunto, ocurrió que los estudiantes abordábamos los buses del estado ahí en calle Maipú con Freire para nuestros diarios viajes a Concepción. Un día, entre todos los amigos y conocidos en la cola para subir estaba Cid, pero varios puestos más adelante. Cuando lo vi levantar el pie divisé las aceradas plantas de sus zapatos y comprobé que no siguió sus propias advertencias. Al hacer pie sobre la pisadera de fierro corrugado del bus, Cid patinó y  se sintió el ruido de roce de metales como cuchillos. Si no hubiera sido por una niña que le seguía en la fila que lo sujetó se habría sacado la contumelia. La pregunta que queda flotando es si a partir de esa experiencia Cid haya decidido retirar para siempre las latas de las plantas de sus zapatos...

UNA POESÍA DEL PROFESOR POETA ENRIQUE FERNÁNDEZ, DE PENCO

$
0
0

                                   
                      La librería Colón (no tengo certeza absoluta de ese nombre, la memoria me puede traicionar) estuvo ubicada en la esquina de Penco con Freire (Freire 499), frente a la entonces farmacia Méndez. ¿Qué ciudad que se precie no tiene una librería Colón? Pues, Penco tuvo una. Su propietario durante años fue don Enrique Fernández Salgado, profesor de educación física, quien hacía clases en el Instituto Superior de Comercio, INSUCO, en Concepción. Sociable era don Enrique, tenía muchas amistades en Penco, incluso trabajó como voluntario en la creación de la División de Menores de la Refinería, esa agrupación de muchachos, hijos de trabajadores azucareros, organizada a la manera de los boy scouts. 
          Quienes lo conocieron de cerca, a él y su familia, nos dicen que con su esposa, la señora Julia Romero Espinoza, eran aficionados a la lectura y que en su casa había una bien equipada biblioteca. El matrimonio tuvo una hija, Rita, quien se tituló de bióloga en la Universidad de Concepción y dictó clases en la sede universitaria de Chillán.
          Con motivo del cierre de la Refinería en 1976, don Enrique cedió la librería a Néstor Manuel Romero Espinoza, su cuñado, y ex empleado de CRAV para resolver el problema de la  carencia de trabajo. Muchos años más tarde, el negocio cambió de giro a una florería. Las mismas fuentes que nos han proporcionado esta información nos dicen que el señor Fernández, su esposa e hija han fallecido hace algún tiempo.
              El recuerdo del señor Fernández viene a la memoria, luego que nuestra amiga y colaboradora de este blog, Rosa Aqueveque, me hiciera llegar un texto redactado y firmado por el profesor al que ella tuvo acceso en la casa de su tío Juanito Rifo, el dentista. Me sorprendió el hecho que esa persona --donde Enrique-- de aspecto afable, sonriente y comunicativo haya escrito poesía. Los versos que publicamos a continuación fueron creados por él en agosto de 1989.

DE VIDA NORMAL
Por Enrique Fernández Salgado (Penco, martes 29 de agosto de 1989).

Ecce Homo, dijo Pilatos
a los acusadores del Nazareno.

Cuando se menciona el vocablo Hombre,
es común hablar de masculino y femenino.

Elogiamos al Ser en la cumbre,
de creación fugaz, tras la verdad,
con buenos ojos, de exitosa lumbre,
en tierra de amigos con SOPLO DIVINO.

El hombre de vida normal, se auto valoriza
con Probidad, se mira al espejo, entonces,
con lo que medita… su palabra autoriza.

El hombre asido a la normalidad, cumple,
es: viril, sensato, con fuerza de voluntad,
de principios reales: con armonía y paz,
van juntos a una formación integral,
evita así, sofismas, cuyas heridas,
lo conducen de inmediato a la barbaridad.

Hay que distanciarse de las garras del león.
Sacar la cabeza de las alas del avestruz,
--¿Cómo?...—serenarse, trabajar con honor…
De este modo, cavilamos con alegría y salud.
Tiempo que dedicamos a endilgar a la juventud.
Con costumbres pulcras, se irá al Hades griego en majestad.

Cuesta ser trabajador intelectual, manual,
científico; pero es más difícil obtener
la Profesión de Hombre. Es fundamental.
En 1864-1937, el bilbaíno Unamuno don Miguel,
encontró apropiada la palabra “Hombridad”;
en 1842-1910, el norteamericano William James,
la enracimó como joya en “Hombre Pragmático”;
y el religioso… la uniformó con “Cristiano de Vida Normal”.


EL IMPACTO POSITIVO Y NEGATIVO QUE EL LÁPIZ BIC TUVO EN PENCO

$
0
0
De arriba a bajo: un Bic, un Cross, un Mont Blanc y un lápiz de grafito.

          El lápiz de pasta Bic llegó a Penco a comienzo de los años 60. Reemplazó a la pluma estilográfica que tenía dos formatos: uno, la pluma fuente, con su carga de tinta líquida, y dos, la pluma con soporte de madera para untar la punta en un tintero.
       El nuevo bolígrafo nos cambió la forma de escribir. Antes, había que preocuparse de tomar correctamente la pluma, adoptar una actitud de buena escritura y después bocetear los trazos y las curvas de las letras manuscritas sobre la superficie del papel. Se necesitaba un secante, para evitar los manchones. Todo el proceso era lento. Sólo se podía escribir a la rápida con un lápiz de mina. Pero a tal escritura no se la consideraba formal aunque se la aceptaba. Lo formal era con tinta.
       Quien escribe esta crónica, vivió la transición que marcó la llegada del bolígrafo Bic. Antes había pulcritud por la caligrafía, la que los profesores evaluaban con nota. Nadie disponía de una licencia especial para tener mala letra. Era lo contrario: quién tenía los textos más bellamente manuscritos. Los estudiantes íbamos a nuestras clases con nuestros bolsones (de cuero) y el tintero bien cerrado colgando de un hilo. Los pupitres de la escuela tenían un agujero para que el tintero calzara justo y no se desplazara de la superficie por descuido o por movimientos.
         Y el día menos pensado, los alumnos comenzaron a ir a clases con sus nuevos bolígrafos que tenían la característica de un lápiz de madera, pero que escribían con tinta. Una auténtica revolución: los tinteros y las plumas estilográficas ajustadas a soportes de madera se quedaron en casa. En las aulas hubo un giro cultural silencioso, ahora se podía escribir más rápido y con aspecto formal…
       El lápiz Bic llegó para quedarse. Con una secuela sin marcha atrás: el nuevo invento echó a perder el sentido de escribir bonito caligráficamente. Los alumnos le echaron con la cundidora y los profesores hicieron la vista gorda. Un factor fue, la velocidad que permitió el Bic y el segundo, una característica de la punta del lápiz que al desplazarse sin freno hizo que todo el cuidado por lograr belleza se perdiera aunque el texto igual se consiguiera… En definitiva, la llegada del Bic a Penco fue un enorme avance, pero que tuvo sus costos, los tuvo.
Modelo de un texto escrito con criterio caligráfico, tomado de Internet.

PENCO Y SUS ALREDEDORES NO ESCAPARON DEL TIFUS EN 1933

$
0
0
Gráfica construida  en computador con el  propósito de ilustrar esta nota.

         Debió ser la operación limpieza más grande que recuerde la zona central de Chile, aquel programa del gobierno de la época (Arturo Alessandri) para extinguir el tifus exantemático, una epidemia que azotó a nuestro país entre 1933 y 1939. Penco y sus alrededores no estuvieron ajenos a los devastadores efectos de este mal causado por los piojos.
          Experiencias de la enfermedad y de la campaña de salud nos llegan aún por medio del relato oral. En los campos, incluidas Primer Agua, Cieneguillas y más allá, Rafael, Guarigüe, Ránquil, Peña Blanca, etc., los equipos de salud iban casa por casa o puebla por puebla (así llamaban a las casas de los inquilinos) para someter a sus moradores a drásticos procesos de aseo. Dicen que los equipos llegaban con unos fondos de gran tamaño, hacían una fogata, calentaban agua a la que le añadían unos químicos y echaban ahí toda la ropa de la gente, incluida las camas, colchones, todo. Las ropas permanecían en los tachos hirvientes por largo rato y después se tendían al sol. Mientras tanto, el personal de salud registraba los hogares y hacía un aseo profundo a zona donde se reunían las familias: el comedor, las cocinas y echaban más químicos con bombas de mano por todos los rincones.
        Los moradores de las pueblas miraban con los brazos cruzados  (y con ropa prestada seguramente por el personal de salud) el trabajo profesional desarrollado por los equipos de limpieza. Cortaban el pelo para prevenir la presencia de piojos. Esta operación tomó años en cubrir las zonas potencialmente foco de la enfermedad. El recorrido cubrió la mayor parte de sitios poblados de los campos. Aún quedan personas que durante su niñez vivieron esa experiencia y recuerdan algunos de los detalles que vieron y que hemos incluido en esta historia.
            El tifus exantemático lo padecía mayormente la gente pobre y consiste en presencia de fiebre y problemas cardíacos y respiratorios. Causaba la muerte si no se trataba a tiempo. El mal lo transmiten los piojos que se adhieren en las prendas de vestir y al picar transmiten la enfermedad. Con el avance de la ciencia médica fue posible finalmente controlar la epidemia gracias a programas de limpieza, el uso de nuevos y más efectivos insecticidas contra esos parásitos vectores y a la aparición del cloranfenicol. 
        El programa de salud significó un enorme esfuerzo del gobierno central por erradicar el tifus, en la ciudades se sometieron a riguroso aseo los cines, teatros, iglesias, escuelas, transporte público, lugares de reunión, hospitales. Muchos de esos recintos permanecieron cerrados por cinco o más días con el fin de eliminar todo vestigio del insecto causante de la propagación del tifus.

Viewing all 799 articles
Browse latest View live


<script src="https://jsc.adskeeper.com/r/s/rssing.com.1596347.js" async> </script>